Vísperas del cumpleaños de Marina

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No podía mantenerme en pie y estaba con la cabeza dándome vueltas sin parar, aún así, intenté insertar la llave en la cerradura sin éxito alguno.

-Necesito ganar algo de estado físico- dije de forma entre cortada y me dejé caer pesadamente sobre los escalones de la entrada. Mi mente estaba en el entrenamiento de la tarde, si que había sido duro, "Tal parece que el negro en serio está interesado en que me convierta en una buena boxeadora... pero esto de que me haga volver corriendo a mi casa me supera" maldije en mi mente a mi entrenador, me hallaba exhausta. Creo que me llevó alrededor de cinco minutos recobrar la estabilidad, y fue entonces por fin logré entrar. Mi casa se veía bastante tétrica estando a oscuras, el sonido de cada uno de mis movimientos retumbaba estrepitosamente y le otorgaba una sensación de inmensidad aún mayor de la que ya poseía. Hallé una nota pegada sobre el marco del enorme espejo ubicado junto a la puerta de entrada, <Melisa en la alacena podés encontrar lo que quieras para cocinar, sino podés sacar plata de mi cajón y llamar al delivery. Iván y yo nos vamos a cenar y después a bailar por lo que no volveremos hasta mañana. No te olvidés de que estas castigada y tenés terminantemente prohibido salir.> Su letra desprolija, chiquita y apretada no coincide para nada con la persona elegante que ella presume ser, sin embargo se puede decir que es casi legible. Ni siquiera se gastó en firmar –aunque era una obviedad quién la había escrito- En el momento en que tomé el pequeño trozo de papel prolijamente cortado comprobé lo que suponía, estaba perfumado, aún en cosas simples como una advertencia para su hija, ella siempre se encarga de dejar perfume en cada cosa que toca, es como un símbolo de su estilo o algo así. Al terminar de leer una sonrisa de oreja a oreja invadió mi rostro, ¡Tendría toda la noche en paz para mí misma!, sin reclamos, peleas o exigencias, no habría ruido ni interrupciones, sería el momento de felicidad que tanto andaba necesitando. Solté una sonora carcajada que se expandió por todos lados, salté de cabeza al sillón principal del living, quité el control remoto de debajo de mi espalda y... me acordé.

-¡No!, ¡no!, ¡mierda, no!- comencé un berrinche que nadie más que yo podría presenciar. Escondí mi cara entre las manos y un profundo suspiro se escapó de mi boca. Justo el día en que mayor estrés había tenido, cuando no daba más del cansancio, en el segundo que descubría que la paz no era solo un mito... recordé el cumpleaños. Marina, mi mejor amiga, mi compañera en todas mis aventuras, con la que comparto risas, llantos y enojos, con esa lista de cualidades en mi cabeza comprendí que no ir no figuraba entre las opciones. Pero no fue lo único que me preocupó, ya que los recuerdos venían a mi mente, el horario de la fiesta se hizo presente. Giré bruscamente la cabeza hacia el reloj de mármol pulido ubicado detrás del sillón y no pude evitar chillar al ver las manecillas. "¡Voy media hora tarde!", salté de mi asiento y corrí para empezar a alistarme.

Debo admitir que el jacuzzi de mamá me tentó –y que prometí instalarme ahí toda la tarde siguiente sin importar qué- , más tuve que obviarlo y conformarme con una rápida ducha que me proporcionó el enorme cubículo ubicado a la derecha del mismo. Con la bata cubriendo mi cuerpo y mi turbante hecho con toallón absorbiendo la humedad de mi cabeza corrí a mi placar para elegir algo qué usar.

Como de costumbre en octubre, la tarde estaba especialmente calurosa, por lo que una falda acampanada blanca con bordados plateados que cubrían cada uno de los abundantes vuelos, mi elegante camiseta de seda roja que me quedaba cerca de un dedo por debajo del ombligo y aquellas hermosas sandalias negras perladas de taco aguja me parecieron la opción perfecta. Un par de aros y un collar de plata que presumía un pequeño dije con un diamante en forma de corazón la punta fueron los accesorios correctos –a mi criterio, claro- Con respecto al maquillaje elegí pintarme los labios de rojo, (lo que los hizo verse aún más carnosos de lo que ya son), usé máscara de pestañas, y un delineado suave para acompañar, (estos se encargaron de enmarcar mis enormes ojos marrones), además de rubor y la infaltable base que esconde mis odiosas espinillas. "Creo que así estoy bien", pensé razonablemente convencida y me dispuse a desenredar mi cabello negro y lacio que ya me llegaba por debajo del ombligo.

Una vez hecho aquello –y ya casi saliendo de la casa- me detuve en el espejo de la entrada, aquel que me permite ver cada partícula de mi cuerpo desde la cabeza a los pies, ese que me provoca inseguridad y me da ganas de huir, en el cual que las luces distorsionaban mi imagen, el que tan malos sentimientos me trae, allí mismo me quedé mirando. Me dediqué a observar, quieta y concentrada, y lo vi todo... Las piernas largas y anchas, la cintura básicamente inexistente –al igual que mis senos- el cuello alargado, las orejas pequeñas, la cara medianamente redonda –al igual que la punta de mi nariz- el acné y los dientes extremadamente blancos. Me llamó la atención un pliegue de mi piel por encima de la falda, ¿eso era un rollo?... tal vez mi mamá estaba en lo cierto y sí estaba gorda. Por alguna razón una gruesa lágrima descendió rápidamente por mi mejilla, "¡No puedo estar llorando!, ¡no por lo que ella dijo!", me sentí estúpida al verme afectada por los comentarios hirientes de mi madre. Inhalé profundo y sequé las gotitas que estaban fastidiando mi rostro, acomodé mi pelo dejándolo caer sobre mi espalda y me sonreí, "Sé que soy más fuerte que esto", intenté convencerme al tiempo en que apagaba las luces y cerraba las puertas de la casa. Aunque dicho así suene extraño, verme al espejo me ayudó mucho, pude ver a una chica que necesitaba cambiar, ella estaba disconforme, no se sentía bien y deseaba remediarlo. Fue un análisis más profundo del que me creía capaz de hacer, noté lo oprimida que me sentía, descubrí mi falta de autoestima y valentía, pensando en todo eso tomé una decisión crucial que marcaría una nueva serie de movimientos en mi vida.


Yo, Melisa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora