Lancé una carcajada que resonó por toda la oscura y desolada calle.
-Como espía te morís de hambre- comenté aún entre risas y le tendí la mano para ayudarle a levantarse.
-Tenía que venir- se justificó mientras se incorporaba lentamente.
-¿En serio pretendías irte así como así?- enarcó una ceja y me sostuvo la mirada. Por toda respuesta me encogí de hombros. Soltó un suspiro y dejó caer con desgano ambos brazos.
Yo estaba más que encantada con la escena, me parecía divertido que me estuviese siguiendo –y alimentaba mi ego, voy a ser sincera.
-En serio me tengo que ir- solté con cara de perrito mojado y comencé nuevamente con mi huída. Quedé internamente satisfecha en el momento en que oí sus pisada s tras de mí.
-¡No seas tan tonta!- se exasperó y me tomó por la muñeca- ¡pasame tu número!- ante esta última súplica decidí ceder un poco con el histeriqueo.
-Hmm- coloqué un dedo en mi mejilla con gesto pensativo y saboreé cada segundo de su ansiedad. Tras un pequeño debate interno completamente falso contesté.
- Está bien, espero que tengas con qué anotar- Se llevó el puño cerrado a la boca con preocupación y nos reímos.
-Tal perece que me seguiste para nada... -me llevé una mano al pecho poniendo una expresión compungida- Aunque...
-Podría acompañarte a tu casa y ahí conseguimos una lapicera- contestó terminando la oración por mí.
-Sos inteligente che...- ironicé, puso los ojos en blanco y nos dispusimos a caminar uno al lado del otro.
En el trayecto a casa hubo risas, anécdotas, y algunas indirectas. Casi sin darnos cuenta habíamos llegado.
-Acá es- no me fue indiferente su mirada incrédula al ver la lujosa casa de Roxana López.
-¿Vos vivís acá?- tenía los ojos abiertos como platos.
-Cuando estoy con mi vieja sí, sino estoy en la calle Morón, donde vive mi viejo- procedí a explicarle.
Sebastián seguía lanzando miradas fugaces hacia todas partes, lo cual me pareció lógico, ese lugar no encajaba demasiado conmigo, yo también habría estado sorprendida.
Aproveché la pausa para escabullirme dentro. Encontré un pack de notas adhesivas y un lápiz. Pausadamente tracé con la mayor delicadeza posible las letras y números. Al salir lo encontré algo más "adaptado" al lugar.
-Acá tenés- extendí el pequeño cuadrado de papel frente a mí, él lo tomo con decisión y me dedicó una mirada triunfal.
-Podes llamar entre las dos y las cinco, que es cuando estoy en casa- procedí a explicar- caso contrario va a atenderte mi mamá y- me horroricé de sólo imaginarlo.
-Vos llamá en ese horario- Sebastián asintió, desvió la vista hacia mis labios y se quedó allí, totalmente concentrado. Pensé que iba a percatarse de la situación incómoda en la que me estaba metiendo, sin embargo no se inmutó. Comencé a ponerme nerviosa. Intenté carraspear para llamar su atención, lo conseguí.
Sus ojos marrones se clavaran en los míos, había demasiada intensidad en su mirada. El nivel de tensión era tal que, de haber tenido tijeras, de seguro hubiese podido cortar el aire con ellas.
-Bueno, ya es tarde, mi mamá de seguro llega en cualquier momento y...- la voz me salió ahogada, se me había erizado la piel.
No pude terminar la frase porque se lanzó sobre mí, rodeó mi cintura con un brazo para pegarme a él y comenzó a besarme.
Me olvidé de todo, los vecinos, la calle, la inminente amenaza del regreso de Roxana, nada más importó.
Fue un beso bien dado, con las lenguas bien usadas –no hubo un exceso de ellas, ni ese asqueroso exceso de saliva.
Aquel chico sabía lo que hacía. Aplastó su boca con la mía y sus labios comenzaron a moverse a un ritmo delicioso. Tomó entre sus dientes mi labio inferior y tiró lentamente de él. Me pegó aún más a él e introdujo su lengua un poco más profundo. Nuevamente tomé su cara entre mis manos y le respondí con la misma pasión. No podía pensar, no podía parar, él me empujó aún más contra su cuerpo y... escuchamos una bocina.
Mi corazón se detuvo, literalmente enfrenté un mini infarto. Mi primera reacción fue apartarme con la mayor rapidez posible y poner cara de "aquí no pasa nada"–obviamente era la estrategia más estúpida de todo el planeta.
Me volvió el alma al cuerpo cuando descubrí que se trataba de mis vecinos. Ellos fingieron no vernos, hice lo mismo y me volteé a ver a Sebastián, quién tenía las mejillas tan encendidas como yo.
-Ahora sí, chau- le di un beso en la mejilla y entré a toda velocidad a mi casa. Espié por la ventana, lo vi reírse entre dientes, guardó mi número en su bolsillo y emprendió su lento caminar.
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Mamá no descubrió que me fui durante su ausencia, más hubo algo que fue imposible de ocultar: mi nuevo corte de pelo. Su reacción fue tan... Roxana López. Prefiero no entrar en detalles, sólo diré que tras una crisis de histeria me echó de la casa. En serio, fue así de simple, me dijo que agarrara mis cosas y me fuera con mi papá.
Esto no me molestó en absoluto, llevo una relación excelente con él, es como si fuera mi amigo -uno que puede castigarte y no dejarte salir- pero amigo en fin. Nos contamos todo, compartimos la pasión por el cine mudo y los libros de misterio, además del pororó y el spaguetti a cualquier hora –desayuno, almuerzo, merienda o cena- Incluso físicamente tenemos grandes similitudes –ojos, boca, la nariz es como la de mi madre, pero hasta en la complexión somos parecidos, mi viejo es un tipo de estatura promedio y delgado. Si hubiese podido elegir me habría quedado con él sin pensarlo.
Mis papás se separaron cuando yo tenía once y Nicolás trece.
Nico es mi hermano mayor, actualmente está estudiando arquitectura en Roma –ahora me siento algo culpable por no haberlo mencionado antes, pero ando tan enrollada en mis problemas, y no lo veo desde Navidad, no sé... es como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra.
Retomando el asunto del divorcio: en aquel momento el juez optó por darle la custodia a mi madre –por ser mujer primeramente, y en segundo lugar porque contaba con mejores recursos para nosotros, papá no tenía demasiado que ofrecer. ¿De qué me olvidaba?... ¡ah, sí!, mi abuelo paterno es uno de los abogados más conocidos de la ciudad. Poniéndolo en palabras simples: no tuvo problema alguno para codearse con sus colegas y "contribuir" a que mi madre ganase.
Aquel fue un golpe muy duro para mi papá, más Nico y yo lo visitábamos todos los fines de semana y feriados, y cada vez que él tuviese vacaciones en el trabajo.
Con el paso de los años mi hermano y yo tomamos rumbos distintos, él casi no visitaba a papá, le gustaba más estar con mamá, sin contar que todo el tiempo estaba yéndose con sus amigos de rugby.
Yo en cambio, apenas cumplí quince me fui a vivir con mi padre. Fue difícil convencer a mi mamá, pero saqué mi as bajo la manga y recurrí a mis abuelos. Ellos se encargaron de persuadirla, finalmente ella accedió. Así pasé los dos años más felices de mi vida. Lamentablemente papá perdió su trabajo unos días después de mi decimoséptimo cumpleaños y me vi obligada a volver con mi mamá. La situación era la siguiente, no podía permanecer de manera permanente a su lado, pero si en las rabietas de mi madre.
Tomé mis cosas y comencé a caminar, esperando llegar antes de que papá se fuera al trabajo.
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Yo, Melisa.
Ficção AdolescenteMelisa tiene 17 años, un grupo de amigas, padres divorciados y un sueño muy particular... convertirse en boxeadora. En una sociedad machista deberá enfrentarse a diversos obstaculos, prejuicios y problemas. El mayor desafío se llama Sebatián Quiroz...