Ésa vez...

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¿Cómo olvidar ésa vez?

Cuando al cerrar la puerta entramos en un mundo que nunca habíamos explorado antes.

Y tus ojos se encontraron con los míos. Y en ésas orbes pude ver mi propio reflejo... en ésas orbes me perdí por completo.

¿Susurraste algo? No lo sé. Sólo pude asentir y acercarme a ti. Con la confianza y el deseo marcados en mi cara.

Me besaste una y otra y otra vez.

Cada beso era un te amo.

Cada beso era una súplica.

Ninguno de los dos quería pensar en lo que pasaría después.

Y ambos desnudamos nuestros cuerpos, nuestras almas, ambos nos entregamos a lo que vendría.

La consumación de nuestra unión.

Y tus manos se deslizaron por mi espalda, bajando por la suave curvatura de mi cintura, y bajaron aún más, hasta el borde de mi pequeño vestido, donde, inevitablemente solté un suspiro. Placer puro fue lo que experimenté. Cuando al fin me tocaste la piel, deshaciéndote de mi ropa que aunque a tu parecer me quedaba bien sólo se oponía a nuestros propósitos.

Y me besaste, mientras estaba sólo con mi lencería para cubrir mis encantos de virgen. Y pensé que era injusto, porque yo también quería verte, y entre beso y beso, te despojé de tu camisa, tu de lo que quedaba de mi ropa. Y era irónico pero no sentía vergüenza. El ver el deseo en tu rostro, la sutil apreciación de que lo que veías te gustaba, fue todo lo que necesité para lanzar por la ventana cualquier atisbo de rubor de virgen.

¡Era una desvergonzada y como lo amabas!

Pronto no quedó nada entre nuestras pieles, sólo la ligera humedad del sudor. Entre besos empapados de gloria en la cama nos enredamos tú y yo.

Desde el mentón, por mi cuello, dejabas estelas de fuego encendidas, sobre los pechos, en mi vientre, derramabas tu miel, mi maná. En mis muslos, caderas y el arco de mis pies ¿Es que hubo acaso algo de mí que no pudieses ver? Sinceramente no lo creo.

Cuando el momento de la consumación llegó, cuando no pudimos esperar más, ¡Tan atento! ¡Tan dulce! ¡Tan suave! Conmoviste mi alma hasta lo profundo.

¿Crees que sentí dolor?

Si lo hubo no pude percibirlo.

Sólo cerré los ojos y el placer rugió por mis venas.

Ah, siempre supe que era una mujer de bajos instintos. Pude llegar una, dos veces... Entre murmullos de amor y placer ¡Creí que iba a enloquecer!

Ambos exhaustos quedamos. Mientras me abrazabas serenamente. Ambos lo disfrutamos, lo sentimos, lo conmemoramos...

Y ambos lo hicimos nuevamente.

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