Capítulo 11

1K 97 23
                                    

El techo de mi habitación era lo único que aparecía en mi campo de visión. No sé cuantas horas habían pasado desde que llegué a mi casa y me desplomé en la cama. Pero había permanecido acostado tanto tiempo que mi espalda ya se encontraba resentida y aún así no tenía ninguna intención de levantarme. Cualquier motivo que intentara hacer que me moviera iba a ser completamente ignorado, estaba tan asqueado conmigo mismo que solo quería auto castigarme lanzándome a la más plena soledad y aburrimiento, como cuando un padre castiga a su hijo por no hacer los deberes, encerrándolo en su cuarto durante todo el día, sin permitirle salir a jugar con sus amigos y escondiéndole sus juguetes, mientras el niño se aburre sin poder divertirse con nada ni nadie en la soledad de su habitación. Y como buen niño que cumple sus castigos, así iba a permanecer. Pero mi castigo no era por no haber hecho los deberes o haber insultado a la profesora de matemáticas que tanto odiaba, no señor, mi castigo era aún más grave. Mi castigo era por haberme masturbado pensando en mi mejor amigo, haber disfrutado y lo peor haber pensado en repetir "la placentera experiencia". Definitivamente era un castigo muy digno.

Gemí lastimosamente y di vueltas en la cama. Paré quedándome boca abajo ahogando un grito en la almohada mientras pataleaba como un niño –mi vida da asco- mi voz salió amortiguada por la almohada y pataleé por segunda vez. Cerré los ojos con fuerza queriendo dormirme y así no pensar, pero no lo conseguí.

Mi mente divagó y acabé pensando en él...en Tom. Me pregunté si podía ser cierto que yo le gustara. En nuestro encuentro en el bosque no me aclaró bien las cosas, pero aunque no dejó claro si sentía algún tipo de atracción hacia mí, tampoco lo negó. Y basándome en el hecho de haberme besado y aún más el habérmela chupado, estaba claro que las cartas ya estaban sobre la mesa. Y tuve que admitir que esa opción hizo que sintiera un calor agradable en el estomago.

Lloriqueé mientras golpeaba la almohada, mi polla se había endurecido por el recuerdo de "nuestros breves momentos", sin darme cuenta, a causa de mi pataleta me froté en el colchón causándome un gemido –uhmm- paré en seco alzándome un poco, miré hacia abajo, encontrándome con el pequeño montículo que se vislumbraba debajo de mis pantalones –estoy jodido- caí desplomado de vuelta a mi posición anterior. Grave error. Mi polla volvió a frotarse con el colchón, pero esta vez más fuerte provocándome un mayor placer. Volví a gemir y aunque intenté controlarme alejándome de la tentación, como todo hombre, los placeres terrenales ejercían más poder que nuestra propia conciencia. Así que dejándome llevar comencé a frotarme, se sentía tan bien que aumenté mis movimientos. Mordí la almohada y mis manos agarraron las sábanas para darme más empuje. Sentía calor y pequeñas gotas de sudor perlaban mi frente. Estaba a punto de llegar a la cumbre cuando sonó el timbre -¡joder!- me quejé. Estaba dispuesto a ignorarlo, pero el timbre volvió a sonar y esta vez repetidas veces. Asqueado me levanté de la cama colocándome en el proceso la polla que aún seguía endurecida en los pantalones, evitando que se me notara.

Acercándome molesto a la puerta de entrada, dispuesto a mandar a la mierda a quien estuviera del otro lado por interrumpir "mi momento especial", abrí la puerta con más fuerza de la necesaria fulminando con la mirada al causante de mí desgracia. Pero mi rostro pasó de mostrar enfado a asombro. Tom estaba al otro lado de la puerta, mirándome agitado y respirando con dificultad, su rostro cincelado estaba cubierto de pequeñas gotas de sudor que caían desde su sien hasta su mentón. A pesar de que ambos estábamos agitados, los motivos eran completamente diferentes.

No me dejó tiempo para decirle nada, ya que antes de abrir la boca el ya había dado un paso hacia mí, sus ojos no mostraban ese color gris característico, sino que eran más oscuros, intensos.

-Me importa una mierda lo que me vayas a decir o si pretendes echarme de tu casa- dio otro paso hacia mí –pero esta vez vas a oírme- su voz era fuerte, tanto que me hizo tragar duro –me da igual que digas que eres heterosexual- acercó su rostro, sus labios rozando mi oreja –pero yo sé que te gusto y más aún te gustó lo que te hice aquella noche- susurró –y esta vez no voy a permitirte escapar-

El día en que te des cuentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora