07 | Pánico bestial.

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Capítulo siete: Pánico bestial.

Al despertar de su largo y merecido descanso, sus ojos cristalinos rápidamente se percataron del uniforme negro que yacía colgado de manera elegante sobre su armario diseñado a la medida. Sobre la capa transparente que protegía la costosa tela, permanecía adherida una nota en la que se encontraba especificada la hora pautada para la reunión que se llevaría a cabo en la oficina de Luciano.

A la castaña se le dificultaba asimilar los acontecimientos sucedidos el día anterior, puesto que ella ahora formaba parte de la mafia siciliana careciente de más poder y dinero en toda Italia. Y a pesar de sus manos repletas de sangre inocente, y de sus magullados ojos corrompidos, ya nada lograría separarla de su hermano.

Rápidamente se introdujo en el hermoso vestido negro que se encontraba esperándola, el cual se adhería de manera provocativa sobre sus delicadas curvas, finalizando cinco centímetros antes de rozar la piel de sus rodillas. El corte del vestido era la mezcla perfecta entre seducción y profesionalismo.

—Luciano soy yo, Annabeth. —Informó acerca de su llegada sin recibir respuesta alguna, nuevamente.

La castaña se encontraba en la hora exacta, esperando de manera paciente ante la puerta metalizada. Pero Luciano parecía no querer hacer acto de presencia.

El recorrido por los pasillos fue rápido e impaciente, pues a pesar de los escasos centímetros que separaban a ambas puertas, Annabeth realmente se sentía aterrada con respecto a la información que pronto recibiría. Información que lamentablemente se encontraba del otro lado de la puerta cerrada.

Un sonido ensordecedor repentinamente corrompió la pasividad que abundaba entre las paredes, alterando aún más los nervios de la desdichada adolescente. —Voy a entrar. —Informó de manera firme.

Al finalmente atravesar el grueso metal que anteriormente se interponía en su camino, Annabeth se encontró con el magullado cuerpo de Luciano, estrellando múltiples veces sus frágiles nudillos contra las paredes color crema. El olor a sangre se encontraba impregnado profundamente entre los elegantes muebles, y la habitación constantemente era corrompida con los dolorosos gemidos que escapaban de sus labios temblorosos.

Sus ojos se exhibían oscuros y distantes, perdidos en alguna dimensión mucho más aterradora y lejana. Y el blanco de sus golpes desmedidos, recibía con mayor frecuencia una preocupante cantidad de aquel espeso líquido carmesí.

—Luciano. —Susurró débilmente, en un vago intento por captar su atención. —Estas teniendo un ataque de pánico, y a pesar de que es muy difícil, debes intentar controlarte. Tienes que hacerlo, pues de lo contrario empeorará.

Las palabras ni siquiera eran recibidas en sus oídos con claridad, pues su cuerpo permanecía poseído por la cólera y el odio. Una devastadora oleada de sentimientos negativos lo incitaba a continuar con aquel acto masoquista e inconsciente.

—Déjame ayudarte. —Sugirió de manera sigilosa, mientras que con pasos precavidos se acercaba hacia su persona.

El sonido de sus nudillos al romperse era aterrador, pero nada superaba el sentimiento que recorría su piel al presenciar la oscuridad que habitaba en su iris sombrío. Su cuerpo no denotaba indicios de querer detenerse, y mucho menos de encontrarse lo suficientemente racional como para aceptar su ayuda. Ella debía intervenir.

Annabeth rápidamente ideó un descuidado plan en su cabeza, y sin siquiera tomarse el tiempo necesario como para arrepentirse, o en su defecto replantearlo, atrapó sus manos ensangrentadas entre las suyas, evitando de esta manera la continuidad de sus golpes.

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