Un cliché más

Capítulo 4: Pelea en público

Katie P.O.V

Cuando despertamos, sufrimos las consecuencias de la maldita resaca.

Escuché a Miranda gemir mientras se ponía de pie. La cortina estaba un poco abierta, y entró luz, la cual pegó justo en mis lindos ojos verdes.

—Maldita luz. —murmuré. 

Me puse de pie y me tambalee un poco en lo que llegaba a la cortina. La cerré, dejándonos en un poco más de oscuridad.

Annabeth estaba acostada en la cama, junto a ella estaba el reloj de Piper. No pude ver la hora, así que le pregunté a ella.

—¿Qué hora es?

Ella lo tomó. Lo miró. Abrió los ojos. Gritó.

—¡Mierda! ¡Son las 10 de la mañana!

Mis padres iban a matar a Miranda. Y luego a mí.

Me puse de pie con un solo salto. Corrí al baño de Piper.

Todas comenzamos a reaccionar. Nos levantamos, corrimos, buscamos nuestros zapatos.

Para evitar la muerte.

Salí de la habitación, y toqué la puerta de enfrente.

—¡Chicos, despierten!

Annabeth salió detrás de mí. Vio la pueda de la habitación en donde había dormido Malcolm e hizo lo mismo que yo.

—¡Malcolm, despierta, idiota!

Era muchos cuartos, pero habían chicos durmiendo en el piso, en los sofás, hasta en la mesa.

Los chicos salieron de las habitaciones igual de aturdidos, pero más dormidos.

Reyna entró de nuevo en la habitación y sacó un balde lleno de agua. Cuando estuvo frente a los chicos, les arrojó el contenido.

—¡¿Ya están mejor?!

Luego de que despertamos por completo, bajamos a excepción de Clarisse y Piper, ya que ella se quedaron sacando a los demás d las habitaciones.

—¡Malcolm, saca las llaves! —le dijo Annie.

Él sacó lo pedido de su bolsillo. Al instante que salíamos de la casa, simplemente para desear quedarse dentro.

La Sra.Chase  estaba esperando frente el auto de sus hijos. Con una expresión de miedo.

—H-hola, mami. —le dijo inocentemente Annabeth.

Ella no se inmutó.

—Al auto. Ahora. —dijo entre dientes.

Los mellizos Chase obedecieron torpemente.

—Las llaves, Malcolm. —dijo su madre.

Él se las dio.

Luego, Atenea nos miró con severidad. La conocemos desde que  somos niños, así que somos como sus sobrinos.

—¿Qué dirían sus padres? —se acercó a nosotros y caminó en círculos rodeando a unos inocentes adolescentes. 

—Esperanza, Emily, Peter, Diana,

Si alguien puede dar miedo, es esta señora.

Cuando se detuvo, no sabíamos si correr, llorar, rogar por nuestras almas, etc.

—Suban al auto. —dijo con firmeza.

Nosotros corrimos como perritos regañados y nos situamos junto a nuestros amigos.