Espejismo 4: Una Razón

50 2 0
                                    

Baldunfir...extraño, único, afable, tranquilo, inofensivo, todo menos hóstil. ¿Sabes?, nunca pensé que algo así podría ocurrir. Es impresionante el giro inesperado que pueden tomar las cosas, sin necesidad de una intervención divina o mortal, sólo sucede y ya. No existe explicación alguna para responder a esta desgastante duda existencial: ¿por qué las cosas malas le suceden a las personas buenas?, la respuesta podría ser: no tuvieron el valor suficiente para intentar evitarlo, también podría ser: es parte de la vida, respuestas hay muchas, el problema es saber cuál de todas ellas es la respuesta correcta, jamás podré saberlo o tan siquiera acercarme, sólo soy un inocente viajero que llegó para contemplar el esplendor  y la ruina, inocente...aún me pregunto si realmente puedo considerarme inocente, intentaré creer que soy inocente, sí, eso debe ser, de igual manera no podría haber hecho algo para evitar esta atrocidad, soy inocente, al igual que lo eran aquellas personas, personas que sólo se divertían, que después de la fiesta se preparan para continuar con su vida, más sin embargo la mala suerte les pasó factura sin deberla ni temerla, en cuanto pueda, buscaré el porqué de esta pesadilla, la razón de por qué ellos descargaron la muerte sobre la carne de ese pueblo. Honestamente nada tiene sentido.

Mientras abandono el pueblo que me aceptó sin conocerme, observo sin despegar la vista las estelas de humo de aquel lugar, las inagotables columnas de humo, haciendo hincapié de que eso era un mensaje, uno que no querían que olvidáramos. Aunque estoy a una distancia considerable, la peste a muerte penetra hasta las fibras más profundas de mi ser, cabizbajo; despido al lugar que me entregó todo en tan poco tiempo, mis brazos están cruzados, ligeramente apoyados sobre mis piernas, el jinete no comparte palabra alguna conmigo, tal vez sea uno de los sobrevivientes de la masacre, no lo sé. Su abrigo lleno de pieles de castor, me revelan que probablemente es un cazador, que ahora busca mantenerse lejos de los recuerdos teñidos de sangre y dolor, los caballos van a paso lente, dos en cada lado, probablemente, más adelante nos unamos a una caravana para enterrar esto en algún lugar, el viento sopla tan callado, no silba al ritmo de la felicidad que el pueblo solía expeler, pareciera que el tiempo no avanza. Sólo quiero olvidar que todo esto pasó.

Aún sumergido en mis pensamientos, mientras intento unir las piezas de un rompecabezas abstracto, mis latidos claman por...ella. La dulce extraña, Como cariñosamente la he llamado, pues nunca se me ocurrió preguntarle su nombre, hace dos noches sólo nos concentramos en intercambiar risas por miradas cruzadas, silenciosos ecos dentro de mí, me piden un rastro de ella, una evidencia de que está bien, una esperanza de volver a estar con ella, no sé que es lo que siento por ella, pero me aflige la idea de pensar que está...muerta. Apenas ese concepto se materializa en mi mente, no deja de atravesarme el alma, me niego a imaginarla tendida en el suelo, su lozana piel alimentando el apetito insaciable de los buitres, su vestido rasgado y ensuciado por la sangre que probablemente, si hubiera pasado algo más, obsequiársela a maravillosos seres creados por ambos, su mirada perdida en el vacío de la soledad permanente, no quiero imaginar eso, me dolería tener que aceptar que una hermosa criatura como ella, tuviera que sufrir tan cruel destino, me aterra esa idea, me niego a aceptarlo.

¿Por qué hicieron esto?, ¿quién les ordenó convertirse en los portadores de la degollina?, necesito respuestas, y no descansaré hasta encontrarlas, aunque eso significara un suicidio.

Pero antes que nada, también debo encontrarla, saber que está bien, lo dudo mucho; pero no tengo opción. Mientras la carroza continuaba avanzando, el jinete, por ratos voltea para observar su cargamento, tal vez sólo quiere asegurarse de que esté bien o de que no me robe nada, de todas formas, no tengo necesidad alguna de robar, estoy tan atareado por mi mente, que ni siquiera he consumido alimento o bebida alguna. Después de su vigésima rutina de observación disimulada (nótese el sarcasmo), me sonrío, durante esos cortos segundos, pude ver con mejor claridad su rostro; de un hombre mayor de cuarenta años, cabello lacio ligeramente acomodado hacia atrás, con barba y bigote, también canosos, sus ojos entrecerrados por la edad, de un color café tan obscuros que pueden confundirse fácilmente con el negro, vestía de una camisa blanca, con las mangas enrolladas, un sombrero negro que cubría gran parte de su cabeza, pantalón aria marrón y botas negras con espuelas, su revólver a un costado, aunque no era alguien peligroso, si era alguien digno de respetar y hasta cierto punto...temer.

PareidoliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora