Epílogo

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23 de Febrero de 2003

Era tarde, llovía, no, más bien diluviaba en ese tramo de la carretera, ver dos metros más allá del carro era imposible, las luces de los carros cercanos apenas eran visibles y el avance lento. Sabrina estaba de los nervios, mordía ansiosamente sus uñas ( hábito que su madre siempre le reprochaba) su esposo, Emilio, manejaba con el ceño fruncido, concentrado en la mortal carretera. Sabrina intentaba hacerla de copiloto, pero su esposo bien sabía que se le complicaba eso de las direcciones pero apreciaba su interés.
Llevaban casados 5 felices años y apenas hace tres tenían a su adorada Alicia, su pequeña hija toda rizos castaños y ojos verdes ( sí a ese color se le podía clasificar como verde ).

Eran una pareja feliz,  esa clase de personas que parecen inmunes al dolor por el amor que irradian, esa clase de pareja enamorada que no puedes más que desearles más felicidad, la clase de personas que te alegras de ver y saber que les va bien, la clase de personas que no puedes esperar que les pase nada malo.

Iban camino a casa, vivían rodeados de los seis hermanos de Sabrina en Puerto Vallarta, México, muy cerca de la playa estaba su pintoresco hogar montado en una calle poco transitada en la parte cercana al malecón donde su padre hace 30 años había comprado unos terrenos nada caros en esa época.

Era un buen lugar para vivir, cada mañana se escuchaban las gaviotas y cada tarde con la puesta del sol se veía como el mar en su gigantesca inmensidad se volvía uno con el cielo, que sólo dejaba ver un mar de estrellas infinitas.

A pesar del mal rato que estaba teniendo la pareja era claro que era feliz, llenos de vida, cada vez que entraban  a algún lugar juntos era necesario voltear a verlos porque traían amor y luz a cualquier habitación y esque no era su apariencia lo que hacia admirarlos, era la luz que se veía en los ojos de cada uno, que no importaría que sus ojos fueran negros o marrones o de cualquier color porque aún así serían los ojos más bellos del mundo por el alma que brillaba en su interior.

Eso pensaba Emilio  de Sabrina mientras la miraba de reojo, mientras memorizaba cada lunar y pestaña que el ya había besado, cada curva que conocía expertamente, y que como un artista pintando su obra maestra, había trazado con sus labios pero en ese momento, recordó a Alicia y cayó en cuenta que su obra maestra era en realidad su adorada hija y no pudo más que sonreír al reconocerlo y tomar la mano de su mujer.

Y eso fue lo último que ambos hicieron.

Verde es poco...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora