Yo estaré justo aquí

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—Te amo —dice él salpicando besos en su frente, nariz, mejillas y finalmente uno en sus labios, lento y dulce.

—Yo te amo más, Capitán Rogers —él sonríe en contra del cabello de April, saboreando los últimos momentos juntos antes de su larga misión—. Regresa a mí en una pieza, por favor.

—Volveré a ti antes de que lo notes, cariño —jura—. Y prometo que no volveré a posponer más la degustación de pasteles de boda.

April ríe, sosteniéndose a él un minuto más. —Bien.

Finalmente lo suelta y sus brazos caen a sus lados pesadamente. No importaba cuantas veces se fuera o cuánto tiempo durara; ella aun sentiría ese sentimiento de vacío en su pecho hasta que él regresara a casa.

—Ve a salvar el mundo. Estaré aquí cuando regreses.

Después de un beso prolongado más, él se fue.

Él se fue. Dos años; setecientos treinta días; diecisiete mil quinientas treinta horas; un millón cincuenta y un mil doscientos minutos sin el amor de su vida. Dos años de despertarse en sabanas frías, hacer la cena para uno y salir a trotar sola. Dos años enteros con el mismo sentimiento de vacío en su pecho que nunca se va. "Él murió en batalla", eso fue lo que habían dicho. Su cuerpo no había sido recuperado y April tuvo que enterrar un ataúd vacío.

Él acechaba sus sueños, aunque acechar no era la palabra correcta, April tenía alucinaciones de él. Durante meses ella juro que él estaba ahí. Al otro lado de la calle, pasando a su lado mientras corría en el parque, sentado en el café en donde él había declarado su amor eterno por ella por primera vez. April había llegado a un punto en donde no podía salir a la calle sola porque la consumía. Atentando contra su vida porque en el momento en que ella creía que él estaba justo ahí se congelaba con un aliento atorado en su garganta, ojos vidriosos y manos temblorosas. Más de una vez en el medio de la calle, inconsciente y atrapada en los segundos pasajeros en donde lo veía vivo y respirando.

El día de hoy no era diferente. Sabanas frías, anillo frío y café frío. Su vida era fría. Ya no había nada de cálido y hogareño en su vida más.

April le prometió a Natasha almorzar juntas después de esquivar la idea durante semanas. Era solo otra cosa que alimentaba el vacío. Natasha era persistente, podía darle eso. Pero no era "bueno para ella" el pasar su vida en monotonía y Natasha Romanoff no aceptaba negaciones débiles.

April se movía mecánicamente al alistarse para salir, observando con ojos en blanco su reflejo en el espejo. Ella lucia enfermiza, en la manera más complementaria posible, nada comparado con la brillante y feliz chica que solía ser. Esa chica se había ido, enterrada con el ataúd vacío y había tenido que adaptarse. Ese había sido el gran consejo que su madre le había dado de manera tan amable. Ella no había querido sonar tan insensible pero April estaba de duelo y el pensamiento de adaptarse a una vida sin Steven Grant Rogers era poco atractiva, totalmente—para decir lo menos.

Nat era conocida por ser agresivamente puntual y justo cuando el reloj de su cocina marco la una en punto ella se dejó entrar en el apartamento de April con Bucky detrás.

—La reina ha llegado —anuncia Nat—. Te ves sexi hoy —dice, abrazándola con una fuerza excesiva.

—Deja de mentir en mi cara, Romanoff —la regaño April de manera juguetona.

—Está bien, está bien. Luces como la mierda.

—Mejor —April le dio un codazo suave.

—Hola, pequeña —dice Bucky, atrayéndola para un abrazo apretado—. ¿Cómo va todo? —Pregunta, sosteniéndola por unos segundos más de los necesarios.

—Arreglándomelas —suspira, sonriéndole al súper soldado de manera poco convincente. Viendo a Bucky simultáneamente aliviado y herido.

—Vamos a comer —dice él, gentilmente. Llevándola hacia la puerta antes de precipitar una reacción no deseada.

Ellos la llevan a un café a unas cuantas cuadras de su apartamento, distrayéndola con cualquier conversación posible y April se los permite.

«Esto está bien» April repite la frase hasta que se queda grabada en su cerebro.

Los tres se sientan en una mesa junto a la ventana del café y casi se siente normal. Ellos hablan acerca de lo que ha estado sucediendo en la Torre, como Tony estropeó el aire acondicionado la semana pasada y dejo a los demás derritiéndose durante dos días hasta que pudo repararlo, y como Bucky rompió las alas de Sam después de una discusión. También le preguntaron sobre ella, como iba el trabajo y pedían historias graciosas de cuando April era niña. Ellos trataron de no mirar su anillo cuando este atrapo la luz del sol de la tarde produciendo una luz iridiscente brillando sobre la mesa de madera.

La mesa cae en un silencio cómodo y los ojos de April viajan hacia la calle bulliciosa, sorda por los vidrios de la ventana. Las hojas estaban comenzando a desvanecerse a tonos brillantes de rojo y dorado. April mueve su tenedor sobre su plato, observando fijamente por la ventana como el mundo seguía adelante a su alrededor.

Ahí es cuando ella lo ve.

Su tenedor traquetea en contra del plato de porcelana con pánico.

«No es real. ¡Él no es real!» April trata de convencerse a sí misma y cierra sus ojos con fuerza. «Él. No. Esta. Ahí» Nat toca su brazo, tratando de sacarla de otra alucinación. Pero no lo es, definitivamente no es otra estúpida alucinación.

—¿S-Steve? —La voz de Bucky es apenas audible por encima de las otras conversaciones a su alrededor. April aparta su mirada de la ventana.

—¿Qué? —Su corazón late salvajemente en su pecho—. ¿Qué fue lo que acabas de decir? —La cabeza de April regresa a la ventana y él aún está ahí, sus ojos azul claro sin apartarse de los de ella.

—¿Steve? —La voz de April es estrangulada por un sollozo mientras ella lucha con salir del establecimiento.

Las ráfagas de aire pasan con fuerza ya que April corre en contra de la corriente y sin tener en cuenta su propio bienestar corre por el tráfico a toda velocidad para cruzar la calle. Su nombre deja los labios de April de nuevo, esta vez más fuerte y desesperada.

Él está a unos pies de ella ahora, con corazón latente y sangre corriendo por sus venas.

—¿Steve? —April respira, las lágrimas bajan por sus mejillas de manera incontrolable. Sus dedos tiemblan mientras lo alcanza, rozándose contra la calidez de su piel. Ella cierra sus ojos de nuevo, orando que esto no fuera un cruel espejismo pragmático—. Por favor dime que esto es real —susurra, abriendo nuevamente sus ojos.

—Estoy vivo.

Protector | Steve RogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora