Día uno.

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Nueva Zelanda. -  Interior de un hospital. 

Muerte de un ser querido. 

Martes 27.09.1997.

Y ahí estaba. Es decir, el señor Ranoke, en sus últimas palabras de vida, no era el más querido, sino al contrario, sus hijos no le miraban desde que su enfermedad había salido a la luz. Él estaba listo para su viaje espiritual como dicen los religiosos, yo lo llamaría, una fiesta después de la muerte. Si es que tiene el corazón más blando que la pluma maat. Aunque no fuere blando me divertiría con su corazón después de todo, vagará, sufrirá por la eternidad en el mundo de los muertos. Una larga vida llevará. Hasta creo que será, ¿Buena? De la que tuvo. Pero a decir verdad los lamentos y gemidos de las personas jamás se detienen. Es un festín de gritos y tortura. Un trabajo que solo perdura hasta la eternidad.

Y ahí estaba el señor viéndome con miedo y pavor, jamás se imaginó este día, jamás se imaginó que moriría de una manera... tan horrenda, dolorosa y todo lo que terminé en osa. ¿Eso es lo que pensarían los simples mortales? Para nada. No sería la primera vez que me llevase a un señor de 40 años de vida, por un cáncer en los pulmones. Se lo advertí que moriría joven y solo. Pero como el ser humano, es terco, no hizo caso.

- Señor Ranoke. Es hora. – Le sonreí cuando esté suspiró y trato de ver a su hijo y a su nieto a lado de la cama. Estos no dejaban de llorar, gritar e incluso lamentarse por que no pasaban más tiempo con él. – Ay la hipocresía humana, me sorprenden siempre.

Traté de no reír por respeto al medio ya difunto, pero no podía creer en todas las blasfemias que salían de la boca de aquellas personas, simplemente eran patéticas. Por alguna extraña razón siempre hacían lo mismo con sus parientes e incluso con sus enemigos. La raza humana, es extremadamente rara, se odian, se aman, pero jamás se ven o se hablan en sus vidas, pero cuando uno está a punto de morir, resulta que todos lo querían, respetaban e incluso lo amaban. Era simplemente patético y claro sin olvidar el sermón de los religiosos, que hay otra vida por disfrutar después de la muerte, bueno, si lo hay pero depende si se portaron bien en sus vidas de mortales.

El señor levanto su mano derecha para acariciar la mejilla del infante que no dejaba de llorar. A los segundos, una pareja de novios entró a la habitación, la chica no dejaba de llorar, otra más del circo. El señor me miro, me quiso convencer de que lo dejará con ellos por unos cuantos minutos. Estiré mis hombros hasta escuchar ese delicioso sonido que venían de estos.

- Bueno, solo cinco minutos.- Le dije, el señor me agradeció con su cabeza. Al parecer esos cinco minutos de vida le ayudarían a sus queridos familiares que lo dejaron morir solo con su enfermedad o por lo menos le darían las últimas esperanzas que tienen.

Mire mi reloj de mi muñeca y sonreí por completo, claramente los cinco minutos, todavía no pasaban, ¿Pero que son cinco minutos para la muerte? Nada.

-Ranoke Smith de 40 años, te ha llegado tu momento.- Caminé hacía él lentamente, hasta pareciera que esté estaba temblando como un pollo cuando lo mandan al desaguadero. Pero ¿Quién no le temería a la muerte? Claramente estaba escrito a esa hora moriría y yo jamás rompo una promesa.

Los familiares del pobre difunto no paraban de llorar e incluso de rezar por el alma del señor, un silencio invadió la sala del hospital, hasta escucharse el monitor cardíaco, varios segundos de calma el alma del señor había salido del cuerpo, estaba justamente a mi lado. Él señor estaba feliz pero a la vez triste, no podía hacer nada, su momento ya había llegado. 

La vida que había tenido no era tan buena como todos creían que era.  ¿Pero así es la muerte, no? Se lleva a todos, sean buenos o malos,  niños, niñas, adultos e incluso a los animales. 

A Fine Day to DieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora