Capítulo 1

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Mi nombre es Max y éste es el día más importante de mi vida porque hoy me voy de casa.

Bajo por las escaleras y entro en la cocina para desayunar como todas las mañanas. La enorme ventana escarchada delata la llegada del invierno que dio inicio hace tres semanas.

-¿Tus bolsos están listos? - Pregunta mi madre entrando por la puerta trasera que lleva al patio. La cierra mientras sacude sus pies en el tapete. La veo y pienso en como esa sonrisa la hace verse diferente, casi alegre ¿o serán sus ojos?

-Sí, todo está listo.- Mi expresión es seria pero no hay desdén en ella. Es solo enojo. Atravieso la cocina para sacar una caja de cereales de la alacena y no puedo evitar preguntarme si mi madre va a extrañarme o si mi partida le alegra en alguna instancia. No quiero sentirme de esa forma pero mi familia dejo de sentirse como tal cuando mi hermana falleció.

Anya nos dejó cuando tenía sólo diecisiete años y fue bajo circunstancias que odio recordar. Desde entonces la angustia nos invadió a todos y nos afectó de distintas formas dejando una herida abierta durante lo que ya son cuatro años. Mi madre es la que más sufrió. Con la perdida de Anya, se tornó distante, fría y triste como si pensará en mi hermana todo el tiempo y todo su esfuerzo se fuera en no olvidarla. Está por cumplir sus cincuenta pero a pesar de todas sus angustias, aún la veo joven. Alta, delgada y de piel pálida, su cabello de un tono castaño claro cae hasta su cintura. Dueña de los ojos marrones más profundos que haya visto, puedo afirmar sin mentir que solía irradiar luz con solo sonreír.

Mi padre, en cambio, ahora que lo pienso no estoy segura de qué cambió en él. Ya no le veo muy seguido. Comenzó a trabajar todo el día, todos los días como si quisiera evitar quedarse en casa con nosotras. Los sábados compartimos todos juntos un almuerzo, otro intento vacío añorando normalidad pero se dificulta mantener un dialogo y él se muestra agotado por lo que duerme la mayor parte del día. Se limita para hablar, para reír, para vivir sí me preguntan. En sus días de juventud mamá me contó que era todo un rebelde, claro que eso quedo en el pasado cuando se enamoró de ella. Últimamente lo veo como a un ave que ansía escaparse de su jaula y les aseguro que la manzana no cayó muy lejos del árbol.

Mis padres han tenido repetidas discusiones en los últimos meses sobre como él pasa tanto tiempo en el trabajo y prácticamente no se lo ve por la casa. Pero esas discusiones que tanto deseo evitar escuchar, tienen motivos ulteriores como la supuesta doble vida de mi padre y la posibilidad de una tercera persona. No sé qué pensar. No. La verdad es que no quiero pensar en eso.
Es solo otra calle sin salida.

¿Que hay de mi?

Sigo triste por mi hermana, la extraño, extraño a la única hermana que tuve todos los días pero después de tanto tiempo lo que más extraño es tener una familia. Anya se llevó todo con ella.

Con mi desayuno en la mano, tomo asiento en la silla y mamá me sigue sentándose del otro lado de la mesa. Cuando comienzo a comer, me dice:

-No olvides que cualquier cosa que necesites puedes pedírselo a tus tíos. Ya hablé con ellos por teléfono y están más que contentos de poder ayudar con lo que sea. Dejé un papel con su número y dirección anotados arriba de tú cama...

-No lo quiero.-Interrumpí, echándole la mirada más fría que puedo dar. Pero ella se acomoda en su silla, suspira e insiste:

-Es sólo por precaución, ellos estarán más cerca de ti que alguno de nosotros.-Hace una pausa. Se ve indignada por mi comportamiento y trata de ocultarlo bajando su mirada. Me encuentra de vuelta con sus ojos que ahora se ven algo coléricos, así que levantando su tono, espeta:

- ¡Sólo toma el maldito papel!

Eso me sorprende tanto que observo como se levanta de forma brusca para salir de vuelta hacia el patio. Nunca había visto a mi madre tan intensa y abrumada por algo. Al menos no conmigo. Verán, hoy me mudo de la casa de mis padres a otra ciudad para asistir a la universidad, o al menos eso es lo que ellos creen. Realmente tengo otros planes. Pero no hay  qué cambiar de tema.

Anoche mi padre se aseguró de hablarme diciendo qué lo lamentaba pero su trabajo no le permitiría venir a despedirse. Repitió varias veces que no debía sentirme mal porque él me ama mucho y se siente muy orgulloso de mi. Sí. El discurso ideal para una niña de infantes. Incluso siendo así, lo agradezco.

Con mi madre es distinto. Por lo general no hablamos mucho. Siempre es lo mismo: horarios, clases, calificaciones, quehaceres, dinero, toques de queda, escuela, más dinero, más calificaciones y la universidad fue lo más reciente. Me molesta. No la entiendo. No puedo entenderla. Deberíamos intentar cambiar nuestra situación. Quiero creer que todo lo hace por mí, que quiere protegerme. Sé que me protege pero no puedo evitar pensar que planea desaparecer en cuánto me valla. Los dos planean acabar con lo que sea que queda y no quieren que se los impida o que les estorbe. Quizás sea lo mejor para todos. No sé por qué dejo que me moleste.

Termino de comer y no pierdo ni un minuto más, levanto mis cosas, las lavo en el fregadero, las seco y luego las coloco en su lugar para apresurarme a mi habitación. "¡Todo está listo!" Me digo una vez adentro y observó el papel sobre mi cama detenidamente. "¿Qué tengo que pensar tanto?". Decido tomarlo y lo guardo en el bolsillo de mi campera. Una capa más de abrigo y listo. En un abrir y cerrar de ojos tengo en mis manos todas mis pertenencias así que le doy una última vuelta a la habitación de paredes color rosa que alguna vez fue de mi hermana. El ambiente se siente certeramente triste y gélido entre el vacío que derrocha y el invierno que atraviesa la ventana. La despedida es dolorosa cuando lo poco que tengo de mi hermana se tiene que quedar atrás.

-Tengo que irme. – Le murmuro a un oído sordo, convencida de que no volveré nunca. Bajando las escaleras busco un camino sin obstáculos hasta la puerta principal pero mi madre ya se encuentra ahí. Sostiene con firmeza las llaves de su auto.

-¡Vamos! – Me dice esbozando una sonrisa tímida en su rostro. Se aleja una vez más pero esta vez por la puerta principal. "Terminemos con esto". Salgo de la casa y me subo al auto después de colocar mis valijas atrás. Ahí es cuando el silencio se planta sembrando incomodidad en lo que sería un viaje de una hora hasta el aeropuerto. "Sólo unos minutos más...sólo unos minutos más..." - es todo lo que puedo pensar. En la intersección con la Autopista nos detenemos hasta que el paso sea posible. La congestión de tráfico hoy se ha superado a sí misma. La espera parece eterna así que justo cuando me doy cuenta de que al menos yo debo despedirme apropiadamente, porque cuando lleguemos al aeropuerto mi madre se excusara con alguna u otra cosa y eso será lo último que le escuche decir, ella suelta un suspiro y me dice entre sollozos:

¬Hija, lo siento. No estés enojada conmigo. Ya no más. Lo siento, sabes que te amo así que si te digo que lo siento debes creerme... Por favor.

Mientras ella hablaba, yo miraba por la ventana a mi derecha pretendiendo no escuchar absolutamente nada pero de repente mis ojos están húmedos y ya no puedo contenerme. Su suplica me ha derribado. Quiero decirle que me siento igual pero a su vez no puedo dejar de sentirme furiosa por cada uno de estos años sintiendo la ira de ambos, su amargura y despecho del uno con el otro. Y su odio, sobre todo su odio que ha picado hasta en mis huesos. Hay tanto que quiero decir y tantas cosas que quiero olvidar. Siento que exploto.

-Ya no importa.- Mi mirada se endurece y mi voz se quiebra mientras contengo lágrimas que comienzan a incendiar mis ojos.

Me atrevo a mirar a mi madre que llora con su rostro enrojecido. Vuelvo mí vista hacia el frente y resuelvo:

-Quiero que se acabe.- Hablo en voz baja pero con calma para que comprenda que me he tranquilizado y que estoy siendo honesta con ella.

Da igual, ya era tarde. Mi madre se había distraído. Levantó su brazo izquierdo para secar sus ojos con la manga de su saco de algodón, a la misma vez que avanzaba con el auto. Así que cuando me volteo para observarla nuevamente solo puedo mirar detrás de ella y ver como avanza hacia nosotras lo que alcanzó a distinguir como el frente de un camión. 

De repente el sonido de su bocina es tan envolvente que siento como si desapareciera a través del mismo.

OSCURIDAD  Entre Dos MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora