-Dazai-san, ¿a dónde vamos?
-Es una sorpresa. -Y la sonrisa de Dazai le aseguraba que le podría ocurrir de todo menos algo bueno.
-Kunikida-san, ¿a dónde vamos? -Interrogó, esta vez con mucho más miedo que antes.
-Calla y camina, mocoso, que llegamos tarde.
"¡¿Pero a dónde demonios llegamos tarde?!" Eso se preguntaba Nakajima. Aquello no tenía una explicación lógica. Sin mediar palabra, Osamu y Doppo lo habían cogido y lo habían arrastrado literalmente fuera de la Agencia, poco más y lo tiraban por la ventana. Y si simplemente fuese el suicida el que le arrastrase a sabe Dios dónde, no se extrañaría tanto. Sin embargo, el siempre serio Kunikida también estaba implicado y, por una vez, no cuestionaba las locas acciones de su compañero. Por una vez se limitaba a seguir sus pasos sin gritarle, dirigiéndose con rumbo fijo hacia alguna parte, hacia algún destino desconocido para el más joven de los tres y que en realidad no quería conocer.
-¿Estás seguro de que esto es buena idea, Dazai? -masculló el rubio, con cuidado de que el albino no los escuchase al susurrar.
-Confía en mí, Kunikida-kun. -Esa sonrisa indeleble adquirió cierto tinte maquiavélico que incluso al rubio hizo estremecerse-. ¿Alguna vez han salido mal mis planes?
-Sí. Es más, tengo la lista ordenada por orden alfabético en mi escritorio. Y entre esos malditos planes tuyos está también tu estúpida proposición de irnos a vivir juntos.
-Pero si nos va genial, ya no llego tarde por las mañanas.
-No, te va genial a ti. ¿Por qué demonios tengo que llevarte el desayuno a la cama a diario?
-Porque me amas.
Ajeno a la discusión de sus superiores sobre las dificultades de la convivencia, Atsushi seguía preguntándose cuál era el objetivo final de aquella excursión. Supuestamente deberían estar trabajando en algún caso, aunque últimamente sólo les llegaban encargos de lo más aburridos. Lo eran tanto que el pobre Ranpo parecía a punto de perecer; para lo que solía ser Yokohama, la vida discurría con tranquilidad y ellos parecían una agencia de detectives de lo más normal. Estaban en paz y sus habilidades especiales no eran requeridas. Siendo honesto, él prefería la vida así. Era mil veces más seguro para su salud mental e integridad física buscar gatos perdidos o pruebas de infidelidades. Tras la guerra contra el Gremio, necesitaban un poco de paz en sus siempre ajetreadas vidas. No quería ver más a la Port Mafia en lo que le quedaba de su triste y felina existencia
Aunque, quizá y sólo quizá, un miembro de la organización enemiga era la excepción que confirmaba la regla. Akutagawa. Quería saber qué había sido de él, si le habían castigado por no seguir las órdenes, si sus heridas se habían curado o si ya le odiaba un poco menos. Y también quería creer que él seguía teniéndole el mismo asco de siempre, temeroso de que la contienda contra Fitzgerald hubiese templado el desagrado que ambos se profesaban. Llegar a sentir empatía por un enemigo, por un asesino... la idea no llegaba a agradarle.
Nakajima suspiró, preso de sus sentimientos y pensamientos confusos. Por el rabillo del ojo, Dazai captó ese suspiro y su brillante intelecto le permitió deducir la causa, ampliando sólo unos milímetros imperceptibles, tanto para el más joven como para su rubio compañero, su sonrisa.
Al cabo de un cuarto de hora llegaron a una cafetería de estilo occidental. Estaba llena de gente, demostrando gozar de una alta popularidad. Todas las mesas blancas con sillones de cuero se hallaban ocupadas. Todas menos una, solitaria en una esquina. En la barra también estaban cogidos todos los sitios salvo quizá un par de sillas. Aquel barullo podría parecer agobiante, sin embargo, era de alguna manera el idóneo para mantener una conversación en la que no quieres ser escuchado.
Kunikida y Dazai se dirigieron inmediatamente a la mesa de la esquina, esa que ostentaba en su centro un cartelito de "reservado" y que sólo contaba con dos asientos, uno frente al otro. Nakajima les siguió, aún temeroso, pegado a sus talones. Seguía teniendo un mal presentimiento, aunque agradecía estar en un lugar público.
-Siéntate aquí, Atsushi-kun. -Le ordenó sonriente Osamu. El tigre se limitó a obedecer-. No debería tardar en llegar.
-¿Quién va a llegar, Dazai-san?
-Ya te lo he dicho, es una sorpresa.
-Pero...
-Y yo sigo creyendo que es una mala idea.
-Ayer por la noche no te lo parecía tanto.
-Ayer por la noche hiciste trampa, me convenciste de mala manera.
-Pues no te quejaste.
-Como para hacerlo...
-Kunikida-san, Dazai-san, ¿de qué habláis?
-De nada que te importe, mocoso.
-Vaya contestaciones le das al niño, Kunikida-kun.
-¡No lo pongas como si fuésemos un matrimonio y este nuestro hijo!
-Prácticamente es así. Sólo falta que me regales un anillo.
-Maldito...
-¡Mira! ¡Ahí está!
La sonrisa de Dazai era la más grande que había esbozado hasta el momento, mientras que Kunikida fruncía el ceño y los labios. Con sólo una mirada, Atsushi por fin conoció la razón de todo. Y quiso huir despavorido. La puerta del local se había abierto por primera vez desde que ellos llegaron. Un abrigo negro y un cuerpo delgado como rasgos distintivos hacían juego con su mirada, siempre asesina y malhumorada. Ahí estaba el único miembro de la Port Mafia que a Nakajima le podía llegar a importar o por el que se había preocupado. Era ese al que quería volver a ver pero a quien no deseaba encarar de nuevo tan pronto.
Ahí estaba Akutagawa.
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Café con nata [AkuAtsu] (Bungou Stray Dogs fanfic yaoi)
Fanfiction¿Cómo pudieron caer en aquella vil trampa de Dazai? Pues fácil, porque era Dazai quien los manipulaba. Una cafetería, una cita a ciegas, una tarde y unos cuantos cafés con nata bastaron para que los sentimientos que no querían admitir se volviesen i...