Capítulo II • Remitida

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Seven Sisters, Londres
20:00 PM

Oía el tráfico de la ciudad, pero estaba muy, muy lejos y sonaba amortiguado. Parecía como si ella estuviera bajo agua, y escuchara las cosas venir de todos lados, pero sin poder o saber identificarlas. Se oía el eco repetitivo del tráfico, sentía la brisa a su alrededor, como si se encontrara en un túnel, y ambas corrientes entrasen a una velocidad indefinida, intercambiándose los puestos y saliendo por el lado opuesto al que habían entrado.

Olía a lluvia, sentía que el ambiente que la envolvía era húmedo. De repente, comenzó a sonar la campana de una iglesia muy cercana, parecía como si la misma campana sonara sobre ella. Las campanadas fueron tres, y entonces, retazos de lo sucedido comenzaron a llegarle rápidamente y en forma de imágenes rápidas, casi como recuerdos evanescentes.

El mensaje. La iglesia vacía. El fuerte ruido de la lluvia. El portazo. Los horrendos tañidos. El reloj loco. Y finalmente, el dolor y la penumbra la envolvieron.

Iris sentía todo su cuerpo entumecido, mientras estaba tumbada sobre algo que no era ni blando ni duro. A medida que recuperaba la consciencia, escuchaba mejor el tráfico y el aire húmedo se le hizo más potente, haciéndola sentir los pulmones muy pegajosos. Un quejido ininteligible escapó de entre sus labios a la vez que apoyaba la mano derecha en el suelo sintiéndola cosquilleante, con pequeñas hormigas en esta. Entonces, cayó en la cuenta de lo que había sucedido y de que había perdido la consciencia, pero había una diferencia, ya no sentía ningún tipo de dolor. Se notaba ilesa, intacta, como si recién despertara de una dulce siesta tras un agotador día.

Hacía frío, eso era asegurable.

Iris abrió los ojos lentamente temiendo por la confusión que sentía como una vena palpitante en la sien. No recordaba haber salido de la iglesia. Había intentado alcanzar la puerta, pero lo último que sintió fue el roce de la madera con sus dedos, no había notado ni el colapso contra el suelo. Las pupilas estaban dilatadas de una manera tan extraña que parecían querer ocupar todo el color del iris verde embarrado. Iris parpadeó varias veces para aclararse la vista nublada, ella no era miope ni usaba gafas. Además, según su médico, podía percibir los treinta nueves colores que podemos percibir, debía ver a la perfección.

Lo primero que vio cuando la imagen se fue aclarando, fue un muro de ladrillos rojizos, pero que en ese momento parecían un color mucho más oscuro por la penumbra del cielo. Levantó rápidamente la cabeza hacia la bóveda celeste y lo vio todavía nublado, estaba de un gris muy fuerte mezclado con el negro de la noche. No había ni una estrella, tampoco cielo nocturno. Los nubarrones abarcaban todo.

Iris bajó la mirada de nuevo mirando donde se encontraba, estaba tirada al lado de un contenedor de basura que éste, a su vez, estaba en un callejón. Miró hacia el suelo y se encontró sobre enormes bolsas de basura de plástico negro. Formó una mueca de desagrado y se puso en pie con rapidez, notando nuevamente su ligereza, como si no le hubiese pasado absolutamente nada.

Se sacudió la gabardina y se acomodó la mochila sobre la espalda. Volvió a mirar al final del callejón sin salida en el que estaba y vio su entrada. Los verdes ojos de Iris escanearon todo el callejón, dándose cuenta de que aún seguía en Seven Sisters, puesto que estaba en la parte trasera de la iglesia a la que había entrado, pero era aún más extraño, la iglesia no parecía tan antigua como antes, y encima, había un edificio al lado que antes no estaba allí. Iris frunció el ceño empezando a asustarse de forma ajena. Miró una última vez hacia el contenedor de basura que había ahí, y volvió a extrañarse. ¿Que tipo de contenedor era ese? Nunca había visto uno parecido a aquél.

Todo era muy extraño.

Llevó su mano rápidamente hacia la manga de la gabardina subiéndola y miró su reloj. Funcionaba bien, marcaba la hora normal, y eran las ocho de la tarde. «Demasiado tarde para estar en Seven Sisters» se advirtió a sí misma. No sabía si lo había imaginado todo o verdaderamente vio su reloj volverse majara. Cerró los ojos respirando y expiró antes de arrebujarse algo más en su calentita gabardina. Quizá tuviese amnesia, o quizá déficit de atención. Podría haber llegado por sí misma hasta ahí y no recordarlo, ¿quien sabía? Iris solo intentaba buscar una explicación razonable para demostrar como diablos había llegado a estar tirada sobre las bolsas de basura de la parte trasera de una iglesia situada en uno de los barrios más delictivos de la ciudad.

Evanescence |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora