Capítulo III • Una De Dos Opciones

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Charing Cross, Londres
21:30 PM

Desgraciadamente no había leído mal, sino perfectamente bien. Ponía El Caldero Chorreante y dentro, había gente. Sí, pero no gente como la que pasaba cual brisa por su lado en la nublada avenida; que va. Vestían largas túnicas, trajes con chalecos de terciopelo, sombreros en punta o lo que fuera que llevaran de adorno sobre sus cabezas.

Desde el interior del local salía un rectángulo de luz amarillenta, causado por el fulgor de las llamas de las velas posadas sobre los candelabros de bronce. En el momento en que centró su atención en ese local, ya no le pareció bullicioso. Es más, la gente estaba sentada o sola o en grupos de tres, con las cabezas gachas y hablando en un tono moderado de voz. A simple vista parecían una enorme multitud por la explosión de luces en medio de la niebla y de la vacía calle.

Iris tragó en seco, aún con la garganta seca como una tubería oxidada. ¿De verdad sus ojos estaban observando un lugar que no debería existir, que era parte de un libro ficticio? No lo podía confirma ella, porque lo seguía viendo.

Una mujer con prisa pasó frente al local, y con una mueca de horror y fascinación, Iris vio que la luz no le iluminaba nada del cuerpo, como si hubiera pasado frente a una pared de ladrillo rojizo. Involuntariamente, Iris recordó lo que Rubeus Hagrid —un personaje de una saga conocidísima— le dijo la primera vez que pasó por esa misma calle (en el libro) a Harry Potter, personaje principal.

Frunció el ceño mareándose más aún. El guardabosques le había dicho al joven mago que solo las brujas y magos podían ver El Caldero Chorreante en una abarrotada calle llena de muggles, personas «no mágicas».

Iris se estremeció de arriba abajo, empezando por los hombros cubiertos por la gabardina mojada. Con aquel chapuzón, ni el paraguas la protegía lo suficiente. Un trueno resonó a lo lejos, acompañando al ambiente.

Ella sopesó sus opciones enumerándolas mentalmente; no tenía a donde ir; su casa había desparecido igual que la Christian; no tenía teléfono móvil; había despertado amnésica en la parte trasera de una iglesia católica cuando en un principio estuvo dentro. Y, sobre todo eso lo que más la asustaba y miedo le daba, era la varita que había junto con el mensaje escrito en papel ecológico caducado y la llave forjada por hadas en su mochila.

Sí, vale, era un tontería, pero a Iris no le importaba lo que se pensase de ella en ese momento. Estaba verdaderamente asustada.

Londres no parecía ser Londres. Las calles no eran las misma, la gente no era la misma y estaba viendo en ese momento una taberna que debería de ser ficticia, no REAL. Esas palabras tenía que remarcarlas bien porque empezaba a perder la cabeza por momentos. Una persona racional, autónoma y que tenía confianza plena en su juicio mental, hubiera entrado en ese pub, con más razón aún si esa persona era fan de la saga del libro en cuestión, como lo era Iris. Pero ella no hizo eso.

No, no, no. Definitivamente no. Ya tenía suficientes problemas como para caminar hacia una puerta que no existía y chocar contra una pared como imbécil y que se la llevaran a una clínica mental en el listados de “Pacientes Urgentes”. Había visto como esa mujer pasaba frente a la puerta y no recibía ni un poco de aquella iluminación. Iris, totalmente decidida a ir a buscar un hostal o algún motel barato, se dio la vuelta y continuó caminando calle abajo, evitando El Caldero Chorreante.

No se acercaría, ya tenía suficiente miedo, como para añadir más.

Dos manzanas más abajo, justo en el momento en que iba a cruzar, de entre la niebla surgieron unas siete u ocho personas caminando bajo la lluvia de forma alborotada y fumando, cosa de lo más contrastante teniendo en cuenta el temporal que hacía. Iris los reconoció al momento; eran una banda callejera como de las que solía haber en Londres en los años setenta y ochenta. Reían a carcajada limpia sin importarles el ruido que causaban, y en cuanto vieron a Iris parada con su gabardina mojada, paraguas sobre la cabeza de cabello casi blanco resplandeciente en medio de la noche, se codearon entre ellos señalándola con los ojos descaradamente.

Evanescence |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora