Aracnofobia

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Resulta que para una gran parte de la población pocas cosas son consideradas más aterradoras que una araña o una tarántula.

Estas fobias pueden tomar distintas formas: a veces son sólo arácnidos (como los anteriormente mencionados) y a veces pueden extenderse a pequeños insectos, siendo éstos comúnmente abejas, avispas u hormigas.

No importa cuál sea la fobia, el sentimiento es siempre el mismo: un miedo irracional, es decir, sin fundamento alguno, hacia un determinado animal u objeto. Esta sensación puede tener consecuencias variadas: desde sudoración excesiva hasta la inmovilidad de ciertas partes del cuerpo.

Juan Funes había adquirido una severa, y a su vez, particular aracnofobia a sus once años, luego de una experiencia sumamente traumante: un día, al despertar de su habitual siesta vespertina en su habitación, descubrió que al lado suyo posaba una tarántula horripilante: peluda, gigante y de coloración mayormente negra. El arácnido le provocó un pequeño sobresalto al pequeño Funes, quien padeció por vez primera los efectos de una aracnofobia que iba a acompañarlo durante toda su vida: en un momento, no podía mover ninguno de sus dos brazos, y fue entonces cuando consideró necesario apelar al recurso de pedir una ayuda a sus padres para lidiar con el pequeño animal.

Efectivamente, la madre de Funes, Betiana, ágilmente erradicó a aquel pequeño arácnido que tanto pánico había causado.

El niño, luego de haberse tranquilizado de aquella experiencia, comenzó a hacerse preguntas a sí mismo: ¿Por qué había reaccionado de esa manera ante un animal al cual él fácilmente pudo haber liquidado, sin ayuda alguna? Él y su familia vivían en la selva misionera, donde fácilmente puede uno encontrar arañas de una inimaginable diversidad de formas, tamaños y colores. De hecho, Funes ya había interactuado con miles de arañas en su vida.

Sin embargo, y por alguna razón inexplicable, ésta tarántula lo había inmovilizado. Este hecho debería indicar que había algo particular en ese individuo que lo afectó profundamente, y a favor de esta teoría podemos decir que era la primera vez que había ese tipo particular de araña. ¿Qué rasgos de la tarántula lo habían paralizado?

El día era límpido, con un sol calcinante que azotaba la exuberante vegetación de la selva, formando junto al sofocante viento un clima de temperaturas martirizadoras. Los árboles y arbustos no denotaban movimiento alguno en aquel abrasador ambiente.

Funes se dirigía hacia el campo a rastrear la tierra. Un dolor de cabeza comenzó a fustigarlo lenta y progresivamente. No obstante, trabajó hasta las doce, media hora antes de la habitualmente destinada para el almuerzo. En este último trayecto, los rayos del Sol lo vapulearon constantemente, y el calvario que el intolerable clima le produjo hizo que desfallezca, quedando entonces su cuerpo tendido solitariamente en el exiguo terreno.

Al despertar, Funes enfrentó al más temido fantasma de su pasado: una tarántula, precisamente de la misma familia que aquella que había participado en esa traumante experiencia que llevaba casi veinte años guardada en su conciencia, posaba sobre su amainado cuerpo.

Afortunadamente, Funes había aprendido algo de su fobia. Logró rápidamente levantarse y desprenderse del arácnido.

Pero ya era demasiado tarde. El veneno comenzaba a ahogar cada uno de sus órganos. El ardor producido por la picadura se tornaba cada vez más fuerte,hasta el punto en el que Funes no pudo soportarlo, y detuvo su caminata ladeada para apoyarse sobre un árbol.

Funes aceptó entonces su muerte tan precipitada, causada por aquel insignificante arácnido que lo había embrujado veinte años atrás.

El clima era sofocante.

Lentamente, comenzó a perder la noción del espacio-tiempo.

Su corazón se detuvo.

Su respiración cesó.  

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