Pesadilla intratable

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Paredes grises destrozadas, un suelo de cerámicos alternados entre blancos y negros (al estilo de un tablero de ajedrez) y una importante falta de luminosidad contribuían a formar aquel sombrío ambiente en esa misteriosa mansión de pasillos angostos y habitaciones tenebrosas.

Ramírez comenzó a explorar uno de los incontables pasillos. En ese trayecto, observó que las paredes y el techo se deterioraban progresivamente. Ingresó a un baño, donde encontró un farol sobre la pileta, que le iba a ser de extrema utilidad en el futuro. A su izquierda, pudo apreciar una bañera, cuyo color original era blanco, pero por algún motivo, ahora se encontraba agrietada, con pequeños agujeros en los bordes y de un color gris impuro. A su derecha, uno de sus mayores miedos: maniquíes. Algunos estaban parados, otros amontonados unos sobre otros, pero todos tenían una característica en común: tenían caras de payasos contentos. Este notorio contraste capturó la atención de Ramírez, quien los observó durante aproximadamente cinco minutos.

Al salir del baño, se encontró con una gran sorpresa. Apoyados sobre las paredes del mismo pasillo por el que había iniciado su exploración, se hallaban decenas de maniquíes, un poco más deteriorados que los anteriores, pero mantenían los rostros de payasos felices. La inverosimilitud de estos objetos lo dejaron con sentimientos cruzados. Por un lado, se sintió aliviado al encontrar objetos alegres en aquel tétrico lugar. Por el otro, lo dejaban aún más perplejo. ¿Qué era ese lugar? ¿Por qué estaba él allí? ¿Cómo había llegado? ¿Cuál era el significado de los maniquíes? Preguntas, todas aún sin respuesta.

Ramírez prosiguió con la exploración. A medida que continuaba, la iluminación se hacía cada vez más escasa. Luego de diez minutos caminando, se encontró con otra puerta a su derecha. Con algo de dificultad, logró abrirla (la manija estaba oxidada). Esta vez, no era un baño, sino un dormitorio. Los muebles eran de madera aparentemente antigua que por cierto, estaba agrietada. La cama se encontraba en un estado similar, con una de sus patas partida al medio. La luz era escasa, pero con el farol pudo apreciar que los maniquíes con semblantes de payasos habían perdido su sonrisa alegre. Ahora eran serios, y tenían pequeñas grietas.

No halló nada de utilidad, y retornó al pasillo, que a esta altura parecía tener una longitud infinita. No obstante, luego de tres minutos, el pasillo finalmente acabó, y Ramírez giró a la izquierda, sólo para encontrarse con otro pasillo, un poco más oscuro. Aquí, caminó por cuatro minutos hasta encontrar otro baño a su izquierda. Al ingresar, encontró otro farol, un poco más moderno. Ramírez lo cambió por el que él poseía, y al inspeccionar en profundidad, halló un maniquí detrás de la cortina de baño rasgada, y él se inquietó al ver que el payaso ya no estaba serio. Tenía una especie de sonrisa bastante macabra, y su rostro estaba aún más agrietado.

Al volver al pasillo, todos los maniquíes contaban con esa misma expresión. Ramírez caminó por otros tres minutos hasta finalmente, girar a la izquierda. Una vez más, un pasillo sumamente fúnebre esperaba ser explorado. Sin embargo, ahora las paredes no sólo estaban destrozadas, sino que tenían manchas de sangre, y la única iluminación era la proveniente del farol.

De repente, Ramírez se encontró con un payaso. La sonrisa en su rostro era cada vez más macabra, y ahora de su boca salían delgadas líneas de sangre.

La oscuridad y el silencio reinaban en el funesto lugar. De repente, el hombre se sobresaltó al oír un goteo. ¿De dónde provenía? ¿Qué era lo que goteaba?

Dio unos pasos hacia adelante, y vio algo realmente inquietante. La fuente del goteo era un espantoso charco de sangre en el techo. El fluido rojo caía al piso, produciendo el escalofriante sonido.

Finalmente, luego de caminar por aproximadamente quince minutos a un paso algo más lento que antes, giró una vez más hacia la izquierda. Lo primero que vio era, como mínimo, perturbador. Los ojos del payaso eran ahora huecos, la expresión era espeluznante. La sonrisa macabra era ahora mucho más pronunciada, y de ambos lugares, salían aterradoras líneas de sangre.

El pánico comenzó a controlar la conciencia de Ramírez. Corrió con todas sus fuerzas, esperando encontrar la salida de ese lugar.

No existía tal salida. Ramírez estaba atrapado en ese cajón funerario sin escapatoria, destinado a morir triste, solitario y olvidado en aquel laberinto interminable.

De repente, un ataque de pánico lo azotó, provocándole un ataque cerebrovascular.

Cada parte de su cuerpo comenzó a desactivarse.

Nadie puede escapar de una pesadilla intratable.  

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