Capitulo 7

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Capítulo 7

Nami se echó hacia atrás en la silla como si alguien la hubiera golpeado.

—¿Sigues queriendo que me case contigo?

—¿Por qué no? Vas a tener un hijo mío, Nami Okumura. Nada ha cambiado salvo que ahora no puedes mantenerlo —dijo él, inclinando a un lado la cabeza.

Nami hubiera dado cualquier cosa por poder decirle que eso daba igual, que perder su trabajo no tenía importancia, pero no lo hizo. Porque no era verdad.

—¿Crees que no lo sé? —suspiró—. Pero qué ironía, pensé que habías venido para sugerir...

No terminó la frase, sabiendo que Zoro estaba alerta a cada nota de su voz. Parecía poseer una turbadora habilidad para oír no sólo lo que una persona decía, sino lo que no decía.

—¿Pensabas que iba a sugerir qué?

—Pensé que no querías que siguiera adelante con el embarazo.

Zoro se puso pálido.

Dios mío, ¿habías pensado eso de verdad?

—Según lo veo yo, podría ser una solución para ti —insistió ella.

—Tú no ves nada, cara —replicó Zoro, apretando los dientes—.

Salvo lo que quieres ver, naturalmente. Yo soy el malo de la película, pero esto no es una película y, si lo fuera, tú no serías la única protagonista.

—Muy críptico. ¿Qué estás intentando decir?

—Que es nuestra película y nuestro hijo. Y un hijo necesita un padre y una madre.

—En general suele ser así. No es opcional, al contrario que el matrimonio —Nami se levantó y empezó a pasear por el salón, enfadada.

—No hay necesidad de ponerse nerviosa...

—¡Me pondré todo lo nerviosa que me dé la gana!

—Este matrimonio es sólo un arreglo de conveniencia...

—Lo dices como si fuera inevitable —lo interrumpió ella—. Y, además, ¿de qué estás hablando? Un arreglo de conveniencia...

—Un matrimonio no tiene que durar para siempre.

El matrimonio de sus padres no había durado. Su padre, un adúltero confeso, se había marchado de casa cuando Zoro cumplió diez años y el contacto con él durante el resto de su infancia se había limitado a las tarjetas de Navidad y algún regalo de cumpleaños, normalmente con un mes de retraso.

Zoro estaba decidido a que su hijo nunca fuera el niño que tenía que inventar los maravillosos viajes a los que le llevaba su padre ante amigos que tenían a los dos progenitores en casa. Su madre hacía lo que podía, pero una vez que se volvió a casar y tuvo más hijos, tres niñas, su nueva familia había requerido toda su atención.

Y Zoro, por lo tanto, nunca había encontrado su sitio. Nami se detuvo a un metro de su silla.

—Yo prefiero que mi matrimonio dure para siempre. Claro que encontrar a un hombre que acepte un hijo que no es suyo puede que no sea tan fácil.

Él se quedó en silencio. Otro hombre criando a su hijo. Otro hombre compartiendo cama con Nami...

La presión en sus sienes aumentó, el dolor como un golpeteo continuo y ensordecedor.

—No creo que sea el momento de ponerse a pensar en eso —la necesidad de ir al grano era más importante que reconocer la hipocresía de esa crítica—. Yo te ofrezco una solución práctica, Nami. La vida como madre soltera no sería un camino de rosas.

Ciego AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora