Capitulo 10

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Capítulo 10

Nami arrugó el ceño.

—¿Cómo sabes que desde aquí se ve la luna?

—Tú lo has dicho antes.

—¿Lo he dicho?

—Sí, antes.

Nami se encogió de hombros. No recordaba haberlo dicho, pero quizá así era. Zoro se acercó a la ventana con toda confianza. Era, pensaba Nami, como si a veces olvidase que era ciego.

Una ola de intensa tristeza la envolvió entonces. Sin duda él quería olvidarlo y era normal. A lo mejor tenía sueños. A lo mejor había mañanas en las que abría los ojos y alargaba la mano para encender la luz... sólo para darse cuenta un segundo después de que no había luz y nunca la habría.

De pie frente a la ventana era magnífico, con esa imponente figura, tan masculino... un dios de leyenda devuelto a la vida por la luz plateada de la luna.

—¿Te casaste conmigo a pesar de que era ciego o por ello?

Nami se dejó caer sobre la cama.

—¿Qué clase de pregunta es ésa?

—Una mujer casada con un ciego podría esconderle muchas cosas...

—Yo no te he escondido nada.

—¿Qué llevas puesto?

Nami miró hacia abajo y tragó saliva.

—Nada.

—Ah, excelente.

—Quería decir nada especial.

—Descríbelo —le ordenó Zoro—. Sé mis ojos como cuando compartiste conmigo la imagen de la ecografía.

Mejor no llevar nada, pensó ella, quitándose la combinación y dejándola caer al suelo con un suave susurro de seda. A la luz de la luna, era una pálida figura de redondeadas caderas, piernas delgadas y pechos generosos pero absolutamente perfectos.

—Llevaba una combinación, pero me la he quitado.

Zoro siguió mirándola sin decir nada. Sus ojos estaban clavados en su cuerpo y, aunque sabía que no podía verla, de repente se sentía muy consciente de su desnudez.

En una ocasión se había preguntado si su falta de inhibiciones con Zoro tenía que ver con el hecho de que no pudiese verla, pero había decidido que disfrutaba de su cuerpo por la sencilla razón de que Zoro lo disfrutaba también.

—¿Crees que se acerca otra tormenta? Noto algo en el aire.

—Se llama tensión sexual, cara. Y es lo más lógico durante una noche de boda.

—¡Ten cuidado! Vas a... —las palabras se quedaron en su garganta cuando él la tomó entre sus brazos—. Iba a decir «vas a tropezar», pero nunca tropiezas.

La fortuna debía de estar de su lado ya que había varios obstáculos en su camino.

Dio mio, eres tan preciosa.

—Si no tienes cuidado, un día vas a hacerte daño —susurró Nami.

—Nada podría hacerme tanto daño como no estar dentro de ti ahora mismo.

Ella levantó la barbilla y lo miró con los ojos entrecerrados.

—Ahora mismo me parece bien.

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