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Llegé hasta el estante donde estaban los mejores platis derribando un par de muebles más

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Llegé hasta el estante donde estaban los mejores platis derribando un par de muebles más. El servicio podía mejorar y del precio ni hablemos.

Salí de la tienda equipado con la mejor moda nadsat. Pintura fosforita en la oscuridad, eyeliners azul y blanco, gafas de sol de espejo, una sudadera reflectante que me llegaba hasta la mitad del muslo de larga, una mochila con pinchos a modo de espinas además de unas tuberías que salían de las asas, y unos pantalones con cremallera a la altura de las rodillas.

Pero la nito no acababa ahí para vuestro querido narrador, porque me topé con una de las mayores crueldades del mundo: una tienda de animales.

Reventé el escaparate con ayuda del palo que usaba como schlaga, y a patadas aparté los afilados restos con cuidado de no lastimarme la noga.

En la tienda las criaturas se movían , aleteaban, gritaban, ladraban, crichaban, maullaban y hacían lo que quiera que hagan los peces asustados.

Abrí las jaulas en el orden correcto para que no se devoraran los unos a los otros y los peces los lancé al río o a la fuente.
Lovetar así a los animales solo para conseguir vonoso dengo, es una de las cosas más stracosas de las que el ser humano es capaz. Siempre preferí a mi serpiente Basil antes que a mí mismísima eme.

Pero tenía un problema... había cuatro cotos siguiendo mis pasos, y por mucho que los intentaba espantar con ruidos estúpidos, no se daban por vencidos. Los felinos parecían decididos a acompañarme toda la naito.

La estampa era digna de fotografía, un málchico apuesto paseaba plácidamente por las calles con un schlaga apoyado en su espalda, seguido por cuatro cotos negros que predicen mala suerte, mientras él tararea Para Elisa del bolche bolche Ludwig Van Beethoven.

——Tú serás Sigma.— alcé a uno de los cotos que tenía los glasos azules como los míos, eso me había conquistado. La razón del nombre es obvia.—— Tú Ludwig.—— bajé a la coschca que estaba trepando los armarios con un entusiasmo contagioso .— Tú Basil .— dije mientras intentaba quitarme de encima al gato que ronroneaba en mi regazo .— Y...— busqué por la habitación a la última coschca, era más pequeña que los otros y un rayo de pelaje blanco atravesaba su ojo derecho. — Tú serás Nito.— la atrapé escondida bajo la cama.

Coloqué los cuatro animalitos sobre la cama y se acurrucaron junto a mí.
Eran tan adorables que ya no podría deshacerme de ellos.

Pero vuelvo a las andadas y el nombre de Sigma revolotea por mi quijotera hasta que me quedo sasnutado.

La naranja mecánica: El regreso de AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora