El príncipe de Bielefeld - Capítulo 5

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—Mmmh, Anissina, ¿puedes hacer una tintura de cabello de un solo uso? ¿Algo que pueda ponerme y que se vaya luego de un lavado?

—¿Un cambio de color rápido de un solo uso, y que cubra el cabello negro? —Contempló la inventora—. Me tomará dos horas.

—¿Dos horas? ¡Genial!

A la mañana siguiente Yuuri madrugó. Se levantó incluso antes de que saliera el sol y se apresuró a utilizar la tintura que había pedido, esperando que al volver y bañarse no sucediera nada extraño. El color de su cabello pasó a ser de un castaño cobrizo que no le quedaba bien del todo, pero como no hacia esto por coquetería sino por necesidad le importó poco ese detalle.

Se escapó por la ventana aprovechando que su habitación estaba en la planta baja y comenzó a caminar hacia el pueblo mientras los primeros rayos del sol golpeaban horizontalmente desde el final del camino.

Sus ropas normales eran cómodas. La noche anterior robó unos bollos de la cocina para improvisar un desayuno, así que sacó el primero de la bolsa y le dio un mordisco. Con esa apariencia completamente normal se adentró en el pueblo a paso tranquilo sin ningún problema.

Pocos negocios comenzaban a abrir sus puertas, barriendo las veredas, colocando los manteles en las mesas, o limpiando los vidrios de los escaparates. Se paró frente a una librería, una gran caja de pinturas se exponía en el mejor lugar como centro principal de la atención para los clientes. Madera de roble oscura bien barnizada, bordes revestidos con punteras de metal y enganches bien pulidos, y los pomos bien ordenados según el color dentro de ella.

Ya sabía lo que quería comprar.

Conrart estaba reclinado contra la pared mientras supervisaba que ninguno de los soldados aflojara su posición. Tenía a los tres castigados sosteniendo el cuerpo sobre el piso, pero sin hacer las flexiones de brazos, desde hacía más de media hora. Y aún faltaba media hora más, o tal vez mas ya que había decidido tomar un desayuno liviano compuesto de fruta allí mismo parado.

Llevaba dos días con este castigo, aunque le sabia a poco no se le había ocurrido aun otra cosa, y por experiencia propia sabía que los tres hombres sufrirían los calambres y el desgaste de los músculos durante un tiempo. Luego de esta serie faltaban otras cuatro más de distintas posiciones, todo calculado para que no les quedara un lugar sin ser torturado lentamente cada hora. Si a Yuuri le había dolido, les dolería más entonces, y él no tendría que ponerles una sola mano encima.

Gracias a que comenzó con esto desde antes del amanecer pudo observar al chico delgado escudriñándose por la salida contigua de la mansión. Se separó de la pared curioso y dudó en seguirlo, pero solo fue por un instante.

Ya iban cinco lugares, y cinco rechazos rotundos.

La suerte de Yuuri no era buena, un chico flacucho y con actitud decidida pero que parecía de pocas luces no atraía la atención de nadie que necesitara un empleado. Y para peor, aunque era un pueblo grande no abundaban las ofertas de trabajo.

Siguió intentado, entrando en una tienda y saliendo enseguida para entrar a la siguiente. Como mucho alguna que otra persona lo miraba de arriba abajo durante un instante, como si contemplara la idea, pero no era tomado demasiado enserio. Se miró la venda de la mano, ofrecerse para labores manuales con esa apariencia no estaba ayudando.

La calle principal le duró poco. Ningún negocio de buena apariencia como esos lo iba a tomar, así que doblo en la esquina y observo con más detenimiento cada local de la calle aledaña. Esta vez decidió no entrar en todos sino pensarlo de otra manera. La panadería parecía un negocio familiar, no necesitarían a nadie teniendo a los hijos jóvenes para dar una mano, otros locales de ropa ostentosos simplemente no sentaban con su imagen campechana, la herrería no parecía una buena opción para un esguince de muñeca...

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