Yo era nuevo. Mis padres habían decidido tomar un buen trabajo en Seúl, dejando nuestro hogar atrás: Daegu. No puse mucha resistencia: sabía que ellos jamás tomarían mi opinión en cuenta, además de que no tenía mucho qué perder. No tenía amigos en Daegu y dudaba hacerlos en Seúl.
Una escuela pública: no mucho prestigio pero según ellos era por mientras, para que el dinero no hiciera falta, y cuando se hicieran estables en Seúl me mandarían a un colegio particular. No me importó en lo más mínimo.
El primer día de clases no me diste una buena impresión: demasiado confianzuda y ruidosa. Pensé que eras de las típicas estudiantes que en vez de dedicarse a sus estudios se la pasaban haciendo tonteras. No me equivoqué del todo.
Me sorprendí mucho cuando entregaron los boletines de calificaciones del primer semestre, y fuiste el tercer puesto en ranking de notas. A pesar de tropezarte con tus propios pies al caminar, era difícil que te tropezaras con las fórmulas matemáticas y te equivocaras, ¿verdad?
A las pocas semanas de que yo me enterase de que eras más inteligente de lo que aparentabas, llegaste a mi puesto con tus ojos cafés. No eran fuera de lo común: pero había un cierto brillo en ellos.
—Hola, ¿Yoongi, verdad? Suelo olvidarme de los nombres, además eres callado y creo que en todo el año no he escuchado tu voz —hablaste rápidamente y luego sonreíste, pero yo sólo hice una mueca. Al parecer eso no lo notaste, o bien, decidiste ignorarlo—. ¿Por qué no hablas? En fin, no vine a eso —reíste incómodamente y te rascaste la nuca cerrando los ojos—. ¿Tienes una lapicera que me prestes, por favor? Soy un poco olvidadiza y dejé mi estuche en casa.
No te dije nada, solamente asentí y te pasé una lapicera. Me dijiste tu nombre como si no lo supiera y me agradeciste. Nuevamente no solté palabra alguna y volví a asentir.
Ese día, al final de la jornada escolar me devolviste la lapicera y me pediste perdón cerca de 15 veces por haberla mordisqueado un poco.
—No importa, sólo es un lápiz.
Me miraste sorprendida.
—¡Hablaste! —gritaste emocionada—. Tienes muy linda voz, Yoongi, de macho. Ronca... muy, muy linda.
Te asentí en forma de agradecimiento y te fuiste con una sonrisa de oreja a oreja.
Con el tiempo me fui dando cuenta de que casi nunca hablabas con las chicas de la clase, que eras despreocupada, que no arreglabas tus cuadernos y que no sabías aplicarte maquillaje. Ah, y que no sabías controlar tu risa. Me atrapaba a mí mismo mirándote de reojo.
Eras buena en matemática, una chica de números y lógica. Pero las letras solían complicarte un poco, ponías cara de estrés cuando el profesor de Lenguaje pedía que hiciéramos trabajos de redacción sobre libros con más de 400 páginas. Sin embargo, siempre sacabas una nota decente. No sé cómo lo hacías, pero lo hacías.
En los recesos te ibas a una esquina con tu grupo de amigos y empezaban a hablar de cosas que solamente ustedes entendían. A veces hacían cosas raras, y no se daban cuenta de que llamaban mucho la atención: pero estaban felices. Me daba envidia que tuvieras amigos tan buenos, y también me daba envidia que ellos te tuvieran a ti de amiga.
Las únicas clases que no teníamos juntos, eran las de artes. Mientras que yo había tomado la de artes musicales, tú tomaste la de artes visuales. Reconozco que a veces me aburría en música, porque no tenía a quién ver haciendo tonterías, pero se me pasaba cuando la maestra me enseñaba a tocar el piano.
Poco a poco, comenzaste a agradarme. Y no sé si eso fue bueno o malo.