Siempre te veía de lejos. Reías, gritabas, conversabas cada vez que tenías oportunidad. Estabas demente, y, aunque no me gusta la gente tan excéntrica como tú, de alguna u otra forma lograste entrar a mi corazón. No de una forma romántica y babosa como los adolescentes de hoy en día —a pesar de que yo soy uno más. Me gustaba tu forma de ser, la amaba, y creo, que lo sigo haciendo, y creo, que lo seguiré haciendo eternamente.
Siempre he sido callado, de pocos amigos, de presencia «fantasmal». Todos me hablaban formalmente porque pensaban que era un gruñón... y bueno, lo era, lo soy y lo seré toda mi vida, pero eso a ti no pareció importarte. Te me acercabas con una confianza que las primeras veces me molestó, pero después fui disfrutándolo. Todas las veces que te acercabas a mí a pedirme algo, fue una lapicera. Eras olvidadiza con tus útiles escolares. Sin embargo, eras de las mejores alumnas en cuanto a calificaciones, porque si nos ponemos a hablar de disciplina, bueno, eras bastante revoltosa.
Siempre me ponía los auriculares. Una vez preguntaste qué tanto escuchaba, te enseñé, me sonreíste y emocionada me dijiste que reconocías a uno de los intérpretes porque tu hermano lo escuchaba. No pudimos seguir conversando sobre ese tema de rap porque tus amigos te llamaron. Tú te disculpaste y fuiste dónde ellos, porque eras una amiga fiel y siempre atendías al llamado de tus amigos.
Siempre fuiste despreocupada, no obstante, a opinión de la gente te veías linda: y es que, eres linda. Reitero que no me gustas de forma romántica, solamente te respeto y creo que te quiero. Solamente estoy sacando a relucir tus buenos aspectos, y también sacaré los malos.
Y porque eres una niña bonita, siempre lograbas engañarlos a todos con tus ojos brillantes. Incluso a mí.
Tengo qué hacer algo de Yoongi, o sino no me lo perdono. Ese hombre es demasiado como para no rendirle homenaje a sus simple existencia.