Eras buena memorizando números, por eso, cuando alguien te preguntaba la fecha de algún acontecimiento importante, tú respondías enseguida. Otro punto más para ti: buena en un área de Historia.
En un examen de lírica, tuvimos que escribir un poema.
A ti no te salió tan bien, pero a mí me salió excelente, tanto así que al parecer el profesor se enamoró de mis versos y decidió recitarlos en voz alta frente a todo el curso.
Fuiste la única alumna que se acercó y me comentaste sobre lo bueno que fue. Fuiste la primera persona de mi edad que apreciaba mi arte. Esta vez te agradecí en voz alta y no solamente con un asentimiento de cabeza. Tú de nuevo te marchaste con una gran sonrisa en la cara, al parecer te gustaba hacer sentir bien a las personas.
Pero nadie te hacía sentir bien a ti.
Claro que por aquel entonces jamás hubiera pensado algo mínimamente malo, triste o perjudicatorio de ti. Me arrepiento tanto de no haberlo notado.
A mitad de año faltaste durante toda una semana y tus amigos ya no eran tan raros, ruidosos y alegres como solían serlo cuando estaban contigo. Incluso se veían decaídos. Me preocupé, y quise preguntarles el por qué de tu ausencia. Pero no pude, no tuve las agallas. De nuevo: me arrepiento.
A la semana siguiente llegaste, pero no le sonreíste a nadie, no le gritaste a nadie, no le hablaste a nadie, y fuiste directo a tu puesto. Tuve ganas de acercarme, mas no lo hice. Tus amigos te acompañaron, sin embargo no hablaron.
Tenía el presentimiento de que había pasado algo malo.
Tus calificaciones bajaron, aunque a los días te recuperaste, en las clases estabas distraída y preguntabas con frecuencia a los profesores. Estos también parecían preocupados por ti. Entonces me di cuenta que no era tu único admirador que se daba cuenta de tu mundo. Me di cuenta de tú alrededor: ¿sabías que eras popular con los chicos?, te consideraban guapa a pesar de ser «extraña», al parecer ese era tu encanto, ser rara e inteligente.
Me sentí celoso: no era el único que te notaba de esa manera. Más personas te admiraban, y como no, otras cuantas te odiaban.
Pero tú seguías siendo tú.