Los días pasaron y tú seguiste con tu comportamiento habitual, como si nada hubiera pasado. Me irritó un poco, mas no reclamé porque iba a ser muy estúpido. Ni siquiera éramos conocidos, solamente compañeros de clase.
Mis padres me dijeron que ya se estaban recuperando económicamente, y que probablemente el siguiente año estuviera en un colegio particular. Extrañamente, me sentí un poco triste porque ya no iba a poder verte. Extraño porque ni siquiera hablábamos y ya te estaba echando de menos.
Quizás si te quiero un poco de más.
Recuerdo que este cariño y admiración creció por ti una vez que te vi defendiendo a un chico de sus abusadores. No te importó ser una chica con carencia de centímetros de alto contra unos brutos, gritaste y te enojaste de todas formas. ¿Sabías que ese chico que defendiste se enamoró de ti? Bueno, cualquiera lo haría.
También me defendiste a mí una vez. Algunos imbéciles me molestaban por ser callado y de piel muy pálida, yo no les prestaba atención porque realmente no me importaba demasiado. Recuerdo que apareciste de la nada. Fue como un hada madrina: me estaba empezando a hartar de esos chicos, y tú te deshiciste de ellos por mí.
—Yah, Yoongi, no te ves como esas personas que se dejan pisotear o pasar a llevar, ¡haz algo!
Los regañaste a ellos por molestar, y me regañaste a mí por dejarme molestar. Luego te fuiste enfadada.
De nuevo. Te preocupabas por los demás, pero no por ti.
Algunas chicas de la clase, para burlarse de ti, te llamaban «la defensora de los débiles», a escondidas claro, porque no les daba decirlo frente a tu persona, ni frente a tus amigos. Me parecía patético.
Y tú me parecías... linda.