Había una vez una niña...

Cuando el viento te susurra una melodía y tú decides escucharla...

"Joder, te amo mucho. En serio te amo. Me enamoré de ti. No me dejes, no sueltes mi mano, porque yo jamás soltaré la tuya. Quédate conmigo, y te juro que querrás envejecer conmigo"

Dand – noviembre 2015

Nací en un lugar encantado de paredes blancas, gente ajetreada y bullicio de fondo. Manos suaves me sujetaron en mi primer respiro y ojos que hoy son mi faro en la oscuridad me miraron con la mayor ternura. Ojos que aunque me pierda siempre me encontrarán, ojos que dan vida, historias y una de las bellezas más humanas.

Mamá.

Y una voz, voz que se ha vuelto mi guía en las tormentas, voz que llevo grabada en la mente, voz que seguiría con confianza en la más absoluta oscuridad.

Papá.

Sin estas dos personas en mi vida, no sería yo. La Cuenta Cuentos. La que falla y se levanta. La artífice de historias que es dueña de las palabras, que se apropia del alma de las personas. La que sonríe aunque este rota. La que vive. Porque hablar de ellos; mi Dama Encantada (mami, si lees esto, te amo guapa) y mi Diccionario Andante (papá, si lees esto, lo he logrado, lo hemos logrado) es hablar de mí, de su esfuerzo, de su amor y su comprensión.

Hablar de ellos es hablar de magia.

Crecí en una familia... excéntrica. Por no decir fuera de lo común.

Mamá se paseaba por casa con un aire de cuento de hadas y no es porque su belleza sea etérea o su cabello pareciera el fino hilar del destino y su voz evocara historias en las cuales los caballeros mataban por tener una noche escuchándola cantar. No, para nada. Mamá era mágica por el simple y mero hecho de que tiene los ojos más preciosos del mundo. El cabello ensortijado y oscuro, vides negras que le enmarcan el rostro atractivo, y una boca de rosal que produce sonidos fantásticos.

Cuenta Cuentos.

MAMÁ ES INSPIRACIÓN, ES POESÍA ANDANTE, ES VERLA Y NO QUERER DESPEGAR TUS OJOS DE ELLA. MAMÁ ES FASCINANTE.

Cuando tenía cuatro años, me cargaba, me abrazaba tiernamente y me acostaba en la cama, me arropaba y antes de darme el beso de buenas noches, me leía cuentos. Me miraba a los ojos y empezaba. Las paredes vibraban, el suelo temblaba y el techo se combaba y la verdadera magia, la que importa, daba inicio. El suelo dejaba de ser el cutre piso de madera deslucida y las paredes volaban lejos, no había límites. Aparecían personajes encantados, espejos con trucos, milagros inesperados, parábolas de gente buena y un Dios del cual nunca había escuchado antes.

Me daba sueños fantásticos, imaginación prodigiosa y un vocablo del cual, a mis cinco, ella estaba más que orgullosa.

Hablar de papá es invocar palabras complicadas, sinónimos y antónimos. Conspiraciones sobre quien mató a Julio Cesar, los ensortijados laberintos del mundo romano y un poco más sobre dioses mitológicos de apariencia cambiante, muertes inesperadas y niños poderosos por todos lados. Hipótesis sobre cesares, mohicanos y un Robert Landgdon aventurero. De diccionarios "pequeños larouse" ilustrados. De música inspiradora, de abrazos cálidos, de sonrisas divertidas, de chistes demasiado listillos y un humor negro singular.

Papá evoca recuerdos tiernos; la vez que me compró aquel perrito de ojos negrísimos, pelo chascoso y andares graciosos, que sin saber cómo, un día ya llevaba sobre si el peso de muchos nombres: Shady Juanito Perez del Carpio Solar Garmendia II Diabal. Recuerdos tristes; la primera vez que lo vi llorar, y es que cuando ves llorar a papá algo en ti se quiebra y se rompe para siempre.

-Pa, papito – mis manos en aquella época eran tan diminutas que apenas y alcancé a tirarle suavemente del pantalón. – Papi – protesté, tenía hambre y él me ignoraba. Su cabeza estaba apoyada sobre sus manos, como quien no quiere enfrentarse al mundo. Y sus hombros se doblaban como si llevara el peso del cielo.