Primera etapa: 4

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Empezó de a poco, primero acompañando mis tardes de puro humo, seguido de implementarlo mientras teníamos sexo y por último en su vida cotidiana. La marihuana se había vuelto parte de él y yo no pude hacer nada al respecto, por que lo acompañaba, me encantaba consumirla junto a él. En ese entonces, sólo veía a mi pequeño crecer, pero ahora me doy cuenta que lo estaba introduciendo poco a poco en su propia muerte, lenta y dolorosa.

Pero era feliz, ambos lo éramos, nos gustaba pasar tiempo juntos. Abrazados, envueltos en una fina tela, totalmente desnudo e idos en nuestra propia imaginación, pero junto al fin y al cabo.

— A veces tengo la certeza de que estaremos juntos por mucho tiempo.

Tal idea me ocasionaba ciertos cosquilleos en el estómago, estaba jodidamente enamorado de él. Simplemente asenti luego de pensar en aquel futuro, aun que, ahora que lo pienso; no tenía futuro.

— ¿Cuando dejarás de pensar en el futuro? — Pregunté con una mueca bastante divertida, acariciando su pálido pecho, sin ningún tatuaje aun, me encantaba su cuerpo totalmente limpio de tinta.

—Cuando me confirmes que estarás conmigo por siempre.

¿Se puede prometer aquello a alguien que amas mucho en el momento, pero no sabes si durará toda una vida? No, claro que no. Pero yo lo he hecho; me subí sobre su regazo, tomé sus mejillas en mis manos y con total sinceridad, la mirada cálida y una pequeña sonrisa solté aquello: el día que me separe de ti, será por culpa de la muerte.

  Aún conservo nuestra primera foto siendo novios, supongo que debería guardarse de recuerdo, pegada en una hoja de papel.

  Aún conservo nuestra primera foto siendo novios, supongo que debería guardarse de recuerdo, pegada en una hoja de papel

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Esa noche, durmió lo más plácidamente, no tuvo aquellos temblores repentinos que a veces solía tener. Como si mis promesas calmaran totalmente sus demonios.  Mis malditas promesas  de un jodido y miserable futuro.

Ocurrió en el momento menos esperado para ambos. Estaba en mi cumpleaños número veinte, Kellin aún tenía 19, pero no estaba tan lejos de cumplir años. Por una extraña razón, él llegó a mi casa cubierto de lágrimas, con su ropa totalmente desordenada y una pequeña valija en sus manos; su padre lo había corrido al encontrar los vídeos en su móvil, aquellos videos que habíamos grabado por pura calentura.

— Soy una mierda, mi padre tiene razón, soy un maldito maricon.

Nunca lo había escuchado hablar con tanto odio sobre si mismo, incluso me dolió en ese momento que sólo reaccione a abrazarlo con fuerza y negar ante todo pensamiento negativo que salía de sus labios. Él era perfecto.
Pero aún así, él sonrió de lado, se acercó a mis labios y me deseo un "gran feliz cumpleaños" y luego extendió un pequeño regalo, uno que aun conservo. La pulsera con nuestras iniciales.

Desde ese día, Kellin se mantuvo pegado a mi como un chicle, mi madre lo amaba tanto como yo. Hacíamos absolutamente todo, era tanto nuestra obsesión mutua, que íbamos al baño juntos, sin vergüenza, sin nada que ocultar. Lo único que me encantaría no haber compartido con él fue mi droga. Mi jodida y maldita droga.

  Fue duro, demasiado duro ver como de un simple faso por día pasaba a tres pastillas consecutivas. Su rostro iba cambiando con el tiempo, sus ojos cada día tenían más bolsas debajo, sus labios se iban agrietando con el pasar de los meses, sus mejillas se iban convirtiendo en simplemente piel contra hueso, ya no estaban rellenas y mi hermoso chico, de cuerpo rellenito, paso a ser ese chico de cuerpo fino, totalmente delgado y enfermo.

A sus veinte años; llegó a pesar nada más ni nada menos que cincuenta y cinco kilos. Sus costillas sobresalian, sus pómulos se marcaban de forma exagerada y su piel ya no era blanca, era algo tirando a amarillo, mi novio, mi amor se estaba matando y yo no hacía nada, yo lo acompañaba y seguro me veía peor que él. Éramos felices.
En mis veintiún años decidí mudarme de la casa de mi madre; meses antes me había metido en la venta de distintas sustancias, especialmente en polvo, tenía el dinero suficiente como para alquilar un departamento y llevarme a Kellin conmigo

Finalmente era un adulto, independiente. Vivía en un departamento, con el chico que amaba, mi trabajo me daba buenas ganancias y podía al mismo tiempo disfrutar de los productos, pero todo lo bueno trae lo malo.

Cometí el error de consumir más de lo que vendía, de un excelente negocio paso a ser deudas y más deudas con mis compradores, por no tener lo pedido, mejor dicho, por haber acabado con el pedido.

Pero lo peor no era mi fracaso en el negocio, lo peor llegó meses después. Kellin entró en urgencia por sobredosis de heroína. No se como y cuando, en que momento perdí mi vista en él, pero ahí estaba, en estado grave, casi a punto de morirse, totalmente esquelético. Recuerdo perfectamente lo que le dije en el momento que lo vi postrado en la camilla, con tantos cables en su cuerpo.

Lo primero que pude hacer fue llorar, llorar contra su abdomen, lo amaba demasiado como para aceptar que se estuviera yendo por culpa mía, por que si, yo lo había llevado a aquel mundo. Besé su mano varias veces, sin tocar el suero, luego miré sus párpados y dije:

"Mierda, jodida mierda lo nuestro y todo. Si te pierdo, ahora mismo, si te vas, juro que me cortare las pelotas hasta desangrar e irme contigo. Mi pequeño de ojos indecisos, te amo con mi putrefacto corazón. Por favor, si me amas, si amas nuestras promesas, no me dejes".

Kellin no me dejó esa vez, volvió en sí luego de varios días. Me prometí a mi mismo que eso no volvería a pasar, que mi gran amor no pisaria nuevamente un hospital por sobredosis y lo cumplí. No logre que lo dejé, pero pude controlar su consumo, no le impedía que se inyectará, pero calculé sus cantidades. Soy una mierda, pero no podía negarle algo que yo no podía prohibirme a mi mismo. Estábamos juntos en la mierda misma.

  Finalmente, el negocio terminó por arruinar mi vida. No tenía dinero para el alquiler, no tenía dinero para la comida, no tenía dinero para la droga. No sabía que hacer, la desesperación me estaba consumiendo. Kellin tenía ataques por las noches, debido al poco consumo que estaba teniendo, necesitaba tanto como yo cualquier tipo de sustancia que lo llenará, pero el dinero desapareció.

La necesidad era tanta, que una vez lo encontré sentado al lado del retrete, totalmente desaliñado, con la jeringa en su muslo derecho. Era raro, no había dinero para la heroína, su respuesta a mi cuestionamiento simplemente fue: Agua del retrete.

Habíamos llegado a ese maldito punto, en donde Kellin ya no sabía que mierda meterse en el cuerpo y yo no sabía que mierda hacer con mi necesidad, lo único que calmaba mi desesperación era follar. Me lo follaba incluso cuando dormía, en cualquier parte, en cualquier momento. Muchas veces lo estampe contra la pared y ahí mismo lo hice mío. Eso ya no era pasión, no era amor. Kellin era mi droga.

Consume YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora