Primera etapa: 5

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En la calle, los primeros meses luego del desalojamiento por deudas terminamos en la calle. Yo no tenía dinero, no tenía trabajo, no tenía absolutamente nada como para conseguir un nuevo lugar donde vivir. Incluso tuve que vender muchas cosas importantes para mí.

— ¿Estas odiandome en este momento? —Le pregunté al notar con el rostro neutro con el que comía el pan que difícilmente había conseguido luego de pedir algunas limosnas. Él negó, regalandome una sonrisa muerta, sin vida ni esperanza.

—Nunca podría odiarte, Oli.

Para ambos fue difícil los primeros meses en la calle, no teníamos donde ir, que comer y nos estábamos desesperando sin nada que meter en nuestros debilitados cuerpos. Lo único que teníamos era amor, amor de ambos.

No había noche en donde Kellin no llorara, en silencio, de espaldas a mi, pero siempre lo sentía, escuchaba su llanto silencioso y la manera en la que se sorbia la nariz. Me odiaba mucho, demasiado por todo lo que le había hecho pasar y él aún así se mantuvo al lado mío, amandome.

Llegué a un momento en donde ya no podía aguantar aquello, simplemente no podía ver a mi chico de esa manera, tan roto, tan dolido. Por segunda vez me metí en otro negocio, pero la plata no iba destinada a droga, ya no. Esta vez iba por el bienestar de Kellin. Me dejaba follar por apenas 250 dólares, era poco, muy poco, pero alcanzaba para una pieza en un barrio muy bajo, cualquier cosa era mejor que vivir en la calle.

—¿Cómo lo has conseguido?

Preguntó el primer día que llegamos allí, tirándose en la cama de colchón fino como si fueran flores, podía notar la pequeña felicidad reflejada en su demacrado rostro. Me llamó con la mano, con una pequeña sonrisa en sus labios, lo seguí, me subí encima de él. Cualquier cosa por su sonrisa.

—He vuelto a vender. —Mentí en ese momento, llevando mis manos a su rostro, acariciando suavemente sus mejillas, sintiendo como mis ojos poco a poco se aguaban. Él era mi todo, mi mundo. — Te amo, Kells.

—Mi gran amor, Oliver Sykes.

Su rostro se iluminó, sus ojos brillaron después de tanto tiempo, y volví a ver sus dientes a través de las curva de sus labios. Él podía estar totalmente destruido, demacrado y aun así seguiría bello para mi, mi gran luz y amor.

Esa tarde hicimos el amor de una manera muy especial, la última vez en donde nos demostramos amor en un acto sexual. Me sentí tan amado, tan amado por él, por sus manos y sus palabras. Lo ame, lo ame como pude en ese entonces, lo ame con locura, con deseo, lo ame.

No había mejora alguna, él cada día empeoraba más, su sonrisa seguía allí, pero su espíritu había desaparecido hace mucho tiempo. La única conexión que teníamos era el sexo, sexo simplemente por calentura y no por amor. Kellin se estaba destruyendo sólo, él se estaba yendo por el simple hecho de necesitar, yo sólo lo estaba perdiendo a él y me di cuenta que ya no podía hacer nada, que ya era demasiado tarde. Pero estaría con él hasta el último momento.

Por las tardes, luego de que mi cliente se fuera, me sentaba en la cama y observaba a mi novio, el se sentaba en una esquina, se colocaba aquella goma arriba del codo y palmeaba un poco su piel, seguido golpeaba suavemente con el dedo la jeringa y luego se inyectaba, apoyando su cabeza contra la pared, con su sonrisa presente y su mirada ida. Él había recurrido a la delicuencia para conseguir aquello. Mientras el robaba, yo me vendía, obtenía un poco de plata para la cena y lo demás lo iba guardando para la renta.

Llegó ese día en donde incluso su sonrisa había desaparecido y no pude más, no pude aguantar su destrucción, ver la forma en la que se iba dando por vencido a la vida y simplemente se mataba.

—Me estás matando, Kellin. —Susurre con mis manos en mis propios muslos, mirándolo fijamente. Él simplemente rió, no estaba del todo consciente, sólo me miraba y soltaba suaves risas, como si le estuviera contando un chiste. —No puedo más con esto, no puedo más. —Era la primera vez que lloraba, la primera vez que me rompía luego de tanta desgracia. Era difícil, quería estar para él pero ya no podía, ya no podía.

Ese día él durmió en el piso, ni se movió de aquel lugar, estaba demasiado drogado como para reaccionar. En cambio, yo aproveché y lloré toda la noche, me lamente por el mal camino que había tomado, por el mal camino que lo había hecho tomar a él.

—¡Te odio!

Esas fueron sus palabras exactas, las que me rompieron completamente. No podía vivir con esa idea, con su odio. Me había atrapado con el hombre que seguidamente venía a requerir de mis servicios, Kellin nunca supo que gracias a aquello podíamos tener una cama donde dormir. Ese día se encerró en el baño, no salió hasta la noche, totalmente cubierto en sangre.

—¿Porque has hecho esto? —Le pregunté mientras curaba con lo que podía sus heridas profundas en el brazo. Miré sus ojos, cubiertos de lágrimas, y miré más allá de su color, me di cuenta que él ya estaba muerto, no tenía futuro, no tenía vida.

—Oliver, mi cuerpo ya no siente, yo ya no siento.

Soltó con total frialdad, dando a entender que había hecho aquello para sólo sentir un poco de dolor. Recuerdo perfectamente que lo besé con fuerza, con total locura, con total amor. Y él me siguió, pero ya no sentí su amor, sus labios se movían simplemente por naturalidad.
Esa noche lo abrace, con todas mis fuerza y lloramos ambos, lamentandonos por las malas decisiones, por las promesas rotas. Él era mi jodido mundo.

La adicción a su cuerpo, eso terminó por matarme, consumirme. Amarnos hasta la locura, la desesperación y el miedo. Amarnos, sólo amarte. Ya no era la droga, era él. Me estaba matando, me estaba matando su sufrimiento, sus pocas ganas de vivir. Lo vi, día a día, dejándose, postrado en la cama. Llorando y llorando, sin parar, sin descansar, pidiéndome por favor que acabara con su sufrimiento, amarlo, amarlo lo mató a él, me mató a mi, nos mató a ambos.

Su cuerpo tiezo se unió a mis brazos, a mi pecho y mis lágrimas mojaron completamente su rostro, mis labios viajaron desde su frente hasta sus labios, de sus labios hasta sus muñecas. Había sangre, sufrimiento, estaba él, muerto entre mis brazos, había pequeñas gotas de sangre en las sábanas, pequeñas gotas de lágrimas en las almohadas y mucho dolor en su mirada. Poco a poco se consumió en su dolor y yo me consumi en su pérdida, en su ausencia. No espere una noche, ni más de diez horas.

Lo abrace por tres horas, en donde simplemente le lloré, le rogue que volviera del más allá, que regresará conmigo y le prometía nuevamente aquel futuro que no pude darle. Lo siento tanto

Sólo hubo algo que pude darte, y se que lo sabes. Pude darte amor, todo mi amor, absolutamente todo mi amor. Lo siento tanto, Kellin. Lo siento por todo.

Te amo, te amo...

Series de cartas encontradas.
Escritas por Oliver Sykes
2016.

Consume YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora