Capítulo 1. Un amor de película

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No dejes que la locura te alcance, ¡lucha! no te conviertas en un monstruo, las cosas que hicimos o dejamos de hacer en el pasado no tienen por qué definirnos.

¿De qué trata esta historia? No es una historia de amor, tampoco es una historia filosófica, aunque encontrarás tanto romance como reflexiones en ella.

Esta es la historia de un loco, un completo loco intentando evitar que esa locura lo alcance, que lo convierta en un monstruo, porque al fin y al cabo esto no es otra cosa que las memorias de un Monster.

Todo empezó cuando era pequeño, lo que estoy a punto de relataros ahora no son más que vagos recuerdos que tengo de ese día. 

Vivía en un pueblo bastante apartado, muy poco conocido, tan diminuto que no creo que valga la pena ni siquiera mencionar su nombre.

Tenía apenas siete años y ya era todo un empollón, me esforzaba por sacar buenas calificaciones para que mis padres estuvieran orgullosos, en esa etapa de mi vida, no tenía una relación profundamente estrecha con ellos, pero aun así los quería e intentaba que se preocuparan lo menos posible por mí.

No era el niño más popular del colegio, tampoco se me daban muy bien los deportes, pero aun así de lo poco que recuerdo es que a pesar de todo era feliz.

El colegio al que asistía tenía una estructura medieval, estaba construido desde la época de la dictadura, recuerdo recorrer un camino no asfaltado lleno de rocas y tierra para poder llegar a clases, el patio era enorme, con una pista de fútbol y varios bancos donde poder sentarse, nos obligaban a llevar uniforme, los chicos íbamos con pantalones azules y una camisa blanca, mientras que las chicas llevaban faldas a cuadros y una camisa con un chaleco azul.

Todos los días llevaba un sándwich tostado de almuerzo, me sentaba en el mismo banco negro y sucio mirando a todos como jugaban, pensando en llegar a casa y montar en mi oxidada bicicleta.

Mi vida era una continua rutina: ir a clases, después ir a casa, hacer mis deberes y repetir eso todos los días, jamás pensé que lo que estaba a punto de pasarme cambiaría mi mundo para siempre, es más, jamás pensé que algo así podría pasarme a mí, pero me pasó, aquello que marcó un antes y un después en mi vida. Lo que comúnmente llamaríamos un punto de inflexión.

Como era costumbre, yo estaba sentado en clase mirando hacia el infinito, absorto en mis pensamientos, en las cosas banales que un niño de siete años piensa, bicis, juegos, comer y poco más, cuando escuché la voz de nuestra profesora decir:

­—Niños os presento a vuestra nueva compañera de clase, su nombre es... (el nombre de ella no os lo puedo decir ya que mi mente ha preferido olvidarlo)

Se presentó, era rubia y tenía ojos marrones claros, mostraba una sonrisa encantadora, se sentó en los últimos sitios del curso, justo detrás de mí, aún recuerdo como apoyó su cabeza sobre la mesa y se puso a dormir. Puede que en ese momento no me haya percatado de ese detalle ¿quién se duerme en clases con siete años? Se supone que con esa edad debes tener vitalidad, jugar, estar activo, ser feliz, pero ella no... ella no estaba feliz.

Los días iban pasando y la chica nueva no tenía amigos, no porque ella fuera una persona antisocial o rarita, simplemente era que los demás aprovechaban cualquier cosa para burlarse y hacerle la vida más complicada, nunca lo entendí, los siete años es la edad en la que las personas empiezan a desarrollar la empatía, sin embargo, en ocasiones hay niños que pueden ser muy crueles.

A mi parecer, aquella niña de ojos claros era bastante simpática, sin embargo, debido a mi timidez prefería no acercarme.

Al día siguiente salí al recreo con mi tostada de mortadela en la mano, dispuesto como siempre a sentarme en el banco de todos los días y pensar en lo mismo de todos los días, a continuar con mi rutina, pero para mi sorpresa ¡ya estaba ocupado! Estaba sentada la chica nueva comiéndose un bizcocho que al parecer había hecho su madre para ella.

MONSTER #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora