Colors > Malydia

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—Mals, deja eso ahí —Le indicó Lydia divertida.

Las dos mejores amigas habían estado decorando el mural del cuarto de Lydia. La dueña de la recámara tenía una pared enteramente blanca, que se dedicaba a llenar de dibujos, escritos o garabatos que le llegaban a la mente. Siempre lo atascaba de sus obras artísticas, y cuando lo llenaba le tomaba una foto, la imprimía, añadía al collage junto con a las otras fotos y volvía a pintar de blanco la pared.

Sólo le faltaba un espacio para llenarla y le llamó a Malia para que le ayudara a pintar o dibujar lo que quisiera. Ambas habían estado pintando, y tenían las manos llenas de pintura. La castaña había tomado un paquete de acuarelas que estaba al borde de contenido acrílico, por lo cuál Lydia prefirió prevenirla para que no se hiciera un desastre.

Malia había estado enamorada de su mejor amiga desde que podía recordar. Habían sido vecinas toda la vida, y siempre habían sido compañeras en crimen. Ellas y el hermano de ella, Stiles. Los dos hermanos vivían junto a sus padres en la casa de enfrente, lo cuál les facilitaba poder visitar a Martin cada vez que quisieran.

Ellos eran como los tres mosqueteros. Lydia siempre era la princesa, Stiles el caballero de brillante armadura que la rescataba —o el príncipe en todo caso— y Malia la hechicera que lo ayudaba a llegar hasta Martin. El final siempre era el mismo: Stiles y Lydia terminaban juntos al final del cuento.

Pero tal vez Malia quería ser quién la salvara. Tal vez ella quería llevar la brillante armadura alguna vez.

De ninguna forma podría pedir serlo, ya que todo se vería muy sospechoso. Si Lydia se alejara por descubrir su amor por ella, jamás podría perdonárselo.

Stiles nunca había tenido idea de los sentimientos que su hermana sentía por Lydia, y tampoco se los imaginaba. Ni siquiera sospechaba le gustaban las chicas. Por eso Malia no quería decirle nada, porque como nunca hablaron del tema no tenía idea de cómo podría reaccionar. Su hermano la aceptaría al instante y estaría orgulloso de ella por expresar su preferencia sexual al mundo, pero ella no tenía idea.

Malia en realidad ama a Lydia con cada fibra de su ser, con cada latido de su corazón; con todo su juicio y su razón. Aunque claro, nadie lo sabe.

La mano cubierta de pintura roja de Lydia chocó contra la de Malia, cuyo color era azul, al momento de que la rubia fresa iba a tomar el paquete de acuarelas y la castaña iba a ponerlo en la mesa. Una vez ambas apartaron las manos, lograron observar que se las habían teñido de un color morado. Igual que el de un cielo por la tarde.

Lydia hizo una mueca de disgusto.

—Nunca me ha gustado el color morado —Admitió encogiéndose de hombros, tomando los pinceles entre sus manos y alejándose despreocupada—. Prefiero el azul.

Miró al suelo, con sus pensamientos atormentándola.

Tal vez el color morado no era para ella, tal vez el morado no es su color.

¿Y si ella tampoco no era para Lydia, justo al igual que el morado?

Malia estaba casi segura de ello, y no podía sentirse más triste al respecto.

Cambió la dirección de su mirada a una sabana de gran tamaño que tapaba algo de lo que no tenía idea. Comenzó a andar hacía a él con intención de destaparlo, pero Lydia, al percibir la intención de su mejor amiga, corrió hasta él y se colocó enfrente, impidiéndole el paso.

—¡No puedes verlo! No aún, al menos.

—¿Por qué no? ¿Qué es?

[500] days of oneshotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora