Llegaba tarde. Tardísimo.
"Maldito despertador y sus pilas de mierda", masculló entre dientes. Se había despertado a las diez de la mañana y, tras vestirse a toda prisa, había cogido el primer autobús disponible. Ahora, batallaba entre las hordas de gente que inundaban las aceras para llegar a las últimas clases, insultando interiormente a todos los que lo pisaban o empujaban.
Que eran muchos.
"¿Es que soy invisible?".
Estaba de un humor de perros. Los parciales eran dentro de muy poco, y no podía permitirse faltar a clase.
El móvil vibró en su bolsillo. Aunque no tenía tiempo, le pudo la curiosidad y acabó sacándolo con fastidio. "¿¡Una compañía de seguros!? ¿Para qué demonios quiero yo un seguro?" Intentó salir del mensaje, pero no paraban de aparecer ventanas anunciando más ofertas, una tras otra. Harto del correo basura y fuera de sus casillas, empezó a aporrear la pantalla hasta que por fin logró cerrar todos aquellos molestos anuncios. Aliviado, guardó el móvil y se abrió paso a codazos entre un grupo de ejecutivos trajeados que lo miraron como si fuera un insecto.
Uno especialmente asqueroso.
"Que se jodan".
Casi de inmediato, sus pies dejaron de tocar el suelo. La conciencia de Lark se desvaneció antes de que pudiera poner en orden sus ideas, y lo último que vio fue el asfalto acercándose a su cara a toda velocidad.
Sólo oía un bebé llorando...
...
— Veamos... Nombre: Lark Matthews. Muy apropiado, sí. Edad: diecinueve años. Varón. 1,79. Pelo castaño indefinido, ojos...— Lo miró un segundo y bajó la vista de nuevo. Parecía muy concentrada en lo que estaba haciendo—. También de un color indefinido. Eres muy del montón, ¿sabes?
— ¿QUÉ? Espera un momento. ¿Quién eres? ¿Qué es este sitio?— Palideció al recordar lo tarde que llegaba a clase—. ¿...Qué hora es?
— Solo soy una simple oficinista—. Le ofreció una estudiada sonrisa comercial—. Contrataste un seguro de muerte, ¿no? Así que, ¿serías tan amable de dejarme hacer mi trabajo, por favor?
— ¿Un seguro de muerte? ¿Qué puñetas es eso? No tengo tiempo para chorradas, llego tarde a clase — Estaba desquiciado—. ¿No lo entiendes? Debo irme.
— Oh, créeme, tenemos tooodo el tiempo del mundo—. La chica desordenó un poco más el montón de papeles que tenía esturreados en el escritorio y siguió hablando sin contestar sus preguntas—. Hmmm... ¿Qué tenemos aquí? Una vida patética donde las haya. Cobarde, gruñón, mezquino, no le caes bien a nadie y no tienes amigos que te echen de menos. ¡Si ni siquiera has llegado a enamorarte! ¿De verdad eres humano? Y mira cómo vas, con un zapato de cada clase y el jersey del revés —. Negó con la cabeza y Lark se sintió avergonzado. Con las prisas, se había vestido de cualquier modo.
Reconoció que su aspecto dejaba mucho que desear, y, desorientado, se dirigió de nuevo a ella.
— ¿Pero qué...? En serio, ¿quién eres tú? ¿Y qué estoy haciendo en este lugar?— Hizo un amplio gesto con los brazos abarcando toda la sala.
Se encontraba de pie, en un inmaculado despacho de paredes blancas y altos techos, que estaban decorados con detallados relieves de criaturas siniestras que no supo reconocer. Aquellas grotescas figuras de mármol parecían mirarlo directamente a él, y el muchacho apenas podía resistir la incomodidad que le producían.
Rodeando todo el perímetro, numerosas columnas de un blanco impoluto se repartían geométricamente y, al fondo, una serie de ventanales arqueados ocupaban todo el espacio de la pared. Lo sorprendió la ausencia de mobiliario, a excepción de un enorme escritorio en el centro de la estancia, también de color blanco y muy historiado, y un confortable sillón a juego en el que se encontraba... "ella". Una plaquita dorada sobre el escritorio la identificaba como Sybil Reaper.
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Sybil
Paranormal¿Y si tuvieras que evitar enamorarte para salvar tu vida? ¿Y si, para colmo, la muerte en persona hiciese todo lo posible para que cayeras en la tentación? Lark tuvo la mala suerte de tropezarse con Sybil y, desde entonces, esa chica tan extraña no...