¿es esto el amor?

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Ella era hermosa, frágil, graciosa y con una sonrisa que no podía dejar de observar, se veía bien incluso cuando elevaba sus oraciones en la iglesia, rogando por el bienestar de su familia mientras sus delicadas manos estaban ligeramente levantadas intentando recibir las bendiciones de su creador.

Suspiraba al verla, sabiendo que estaba fuera de mi alcance, alguien como yo jamás podría hacerla feliz, era incapaz de darle una vida digna.

La miré con un profundo respiro cuando, por un instante, se giró en mi dirección ¿acaso me estaba mirando? Me dí la vuelta disimuladamente notando con satisfacción que estaba mirándome a mí y solo a mí. El gozo me invadió en ese instante, le dedique una tímida sonrisa que ella observó formando un ligero gesto con la comisura de sus labios, ¿podría ser verdad, yo le agradaba? Me puse nervioso e inquieto, no sabía qué debía hacer, o cómo comportarme. Quería ponerme de pie en ese instante y hablar con ella ¿pero sería correcto?

Pronto regresó su mirada al frente, lo que me dejó paralizado. ¿La había ofendido acaso? ¿Estaría molesta por algo?

Los siguientes minutos me la pasé observándola con descarado disimulo, intentando comprender lo que pasaba por su mente. Mientras mis pensamientos divagaban y justo cuando creía que había perdido la oportunidad ella se giró hacia mí otra vez.

Me quedé rígido, estaba seguro de que mi apariencia mostraba todo lo opuesto a lo que deseaba demostrar con ella; inseguridad, timidez, miedo...y sobre todo pobreza.

Para empeorar las cosas, en ese preciso momento paso por mi lugar el niño que recogía las limosnas, podía ignorarlo como lo hacía siempre, pero no me podía permitir quedar mal ante ella, así que revise entre mis agujereados bolsillo. Sólo tenía una moneda, me la habían dado el día anterior por mi trabajo y era todo lo que poseía.

La sujeté con fuerza en la mano hasta que su forma redondeada quedó impresa en mi palma, la saqué del bolsillo y la deje caer con pesar sobre la bandeja. Escuché con amargura como ésta cayó tintineando sobre las otras, como recordándome que no tendría nada que comer ese día. Bien sabía que había cometido una estupidez, pero no importaba, si ella me miraba de ese modo nada más tenía importancia.

Cuando levanté la vista ella estaba de nuevo mirando al frente, sentada con delicadeza, con una silueta orgullosa y hermosa, el cabello recogido en un elegante moño alto y un vestido que la hacía verse como un verdadero ángel. A su lado estaba su padre, un hombre famoso por su carácter abusivo, tosco y egoista, con tanto poder que nadie se atrevía a enfrentarlo, alguien que jamás me dejaría acercarme a ella.

Cuando finalmente y muy a mi pesar terminó el sermón del padre Carlo, esperé a que se levantase, sabía que estar con ella era imposible, pero al menos deseaba imaginar que salíamos juntos de la iglesia.

Con disimulo camine al pasillo de salida, asegurándome de quedar a su lado. Caminé a su compás a solo unos pasos de ella. Su padre iba por delante hablando de negocios con otro hombre con el mismo semblante duro que él, dejando atrás a su hija. ¿Como podía ser tan descuidado?

Mis piernas temblaban y mi corazón latía con excitación ante la simple idea de tocar su mano, de sentir su calor y la delicada tela de los guantes que la envolvían. Cada segundo me encontraba más cerca. Un paso más. Mis pies se aproximaban a los suyos, las personas me empujaban en un intento desalmado de alejarme, pero finalmente la alcancé. Ella no pareció notarlo, lentamente rocé su mano con la mía en una caricia delicada y casi imperceptible. Su calor era muy confortable, la tela suave acariciaba mi piel y su aroma dulce y embriagador me hipnotizaba.

De pronto, uno de sus zapatos se atoró entre su largo vestido haciendo que tropezara, rápidamente tome su mano para evitarle la caída, y la sujete con el otro brazo, justo antes de que se impactará contra el suelo, indefensa dió un pequeño gemido al verse tan cerca del suelo, y finalmente me miró. Sus ojos me observaron directamente. La luz ámbar que parecía salir de ellos me atravesaba con una calidez y dulzura que jamás había sentido. Me sentí pequeño, desamparado e insignificante. Una parte de mí quería desaparecer en ese instante, pero la otra deseaba fervientemente estrecharla más contra mi cuerpo, besarla y hacerla mía para siempre.

En cuanto el sobresalto se le pasó observó su alrededor ruborizada. Me observó por unos segundos más minuciosamente para luego, sin previo aviso sonreír. ¡Oh! ¡Pero que sonrisa tan hermosa! Deseaba tanto detener el tiempo en ese momento para observarla así toda la eternidad.

—¿Estás bien? —dijo de pronto su padre girándose preocupado, mirándome con una marcada molestia y desagrado.

Ella me soltó rápidamente y se incorporó avergonzada.

—Si papá, estoy bien.

—Entonces vamos—. Señaló la salida, invitándola a pasar primero, mirándome de pies a cabeza con desprecio.

Ella camino con elegancia, tambaleándose en ese aire único de realeza hasta perderse entre la multitud.

<<Gracias>> me había susurrado antes de alejarse.

Mi estómago se revolvió y a mi rostro salto una sonrisa llena de emoción, después de todo ella me había notado al fin, y aunque su padre paso frente a mí con una mirada llena de amenaza, no importaba, había logrado hablar con ella y sostener esas manos delicadas y suaves con las que tanto había soñado.

Pétalos Del DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora