(imagen: un fragmento de la mansión del conde Karm)
Me paré frente al ropero y comencé a revolver la ropa con ansiedad, las cuatro camisas y tres pantalones que allí guardaba eran completamente inútiles, y aunque bien sabía que revolverlo todo de nuevo no cambiaría las cosas, me resultaba inevitable. No contaba con nada apropiado para presentarme ante ella. Era desastroso, en pocas horas comenzaría con mi nuevo trabajo y aún no estaba listo.
Francisco me había conseguido un puesto como jardinero en la mansión de los Karm, esto a pesar de que creía que estaba fuera de mis cabales. Claro, no sin antes advertirme que no se haría cargo si causaba algún escándalo. Que tontería, yo estaba muy seguro de mí mismo y en ese momento podía asegurar que todo saldría bien, después de todo ella ya se había fijado en mí, solo era cuestión de tiempo para enamorarla y su padre tendría que aceptarme en su familia.
Lo sé, era una idea muy hermosa pero demasiado fantasiosa, en el fondo estaba seguro de que eso jamás pasaría... El amor me hizo estúpido.
Cuando finalmente me hallaba vestido con el pantalón menos agujereado y la camisa más decente que había encontrado, salí de mi casa. Sentía mi estómago revuelto y mis piernas demasiado débiles como para llegar a tiempo, pero mi deseo de verla me mantuvo en el camino, después de todo, no creía tener nada que perder.
Estaba demasiado equivocado, sé qué si hubiera dado la vuelta en ese momento, las cosas hubieran sido diferentes, no solo para mí, también para ella.
Llegue a la mansión antes de darme cuenta, con el rostro lleno de sudor —no por el calor o la larga caminata—por los nervios que hacían temblar mis manos.
Cuando me paré frente a la puerta supe que no estaba listo. Cerré mis puños con fuerza obligándome a moverme para tocarla, pero no lograba hacer que mi mano sujetara la dorada manija que colgaba frente a mi rostro. Era un cobarde.
De pronto la puerta se abrió sin previo aviso; dí un salto hacia atrás observando con asombro la elegante y robusta figura que salió de ahí: El Conde Karm atravesó la puerta vestido con un elegante traje negro y un sombrero de copa en la mano.
Se detuvo en seco y me miro de pies a cabeza.
—¿Quién es este? —preguntó al mayordomo que se encontraba detrás en un tono rudo y despectivo.
Bajé el cabeza avergonzado por la forma en que me observaba, no era la primera vez que me miraban de esa forma, pero si la primera vez que me importaba.
—Creo que es el nuevo jardinero señor —respondió el hombre apresurado, intentando obtener una afirmación de mi parte.
—¿Es eso cierto? —Su autoritaria voz me hizo temblar.
—S-sí señor, me enviaron para el trabajo de jardinero —respondí intimidado.
—Bien, ocúpate de que comience con el trabajo de inmediato ¡quiero que ese jardín se vea como los del Rey! —exclamó al tiempo que se aproximaba a su carruaje.
—Si señor —respondió el mayordomo con voz Serena, como quien está acostumbrado a los malos tratos.
El mayordomo era un hombre adusto, de semblante sereno pero exigente, con ojos que observaban todo al mismo tiempo, tratando de controlar lo que ocurría a su alrededor.
Mientras me llevaban hacia mí lugar de trabajo, caminamos al rededor de la mansión, los gigantescos ventanales cubiertos de delicadas cortinas de algodón blanquisimo, apenas me dejaban ver el interior de cada habitación, pero mis desesperados ojos trataban de atravesalas para poder encontrarla.
—¿Entendió lo que debe hacer? —preguntó de pronto el mayordomo girandose abruptamente, observandome de forma severa e inflexible.
—S-si —respondí sin estar seguro de si mi respuesta era la que esperaba. Pues en realidad no había comprendido ni una sola palabra de la introducción que me otorgó.
El hombre sólo dió media vuelta y me dejó en un pequeño cobertizo lleno de instrumentos de jardinería que jamás había visto. Ahora comprendo que haber prestado sólo un poco de atención en ese momento me hubiera ayudado a comprender que me estaba prohibido acercarme al interior de la mansión, hablar con los huéspedes y que se realizaría una boda ahí muy pronto...
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Pétalos Del Deseo
Short StoryEstaba enamorado de ella, amaba cada gesto, cada palabra y...cada centímetro de su cuerpo. Era capaz de hacer cualquier cosa por tenerla... Si, cualquier cosa... Y quizá el problema fue ese, jamás creí que en mi obsesión tendría que sacrificar mi...