Capítulo 9

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La corriente de aire depositó al Rey, al Vanidoso y al Hombre de Negocios sobre las dunas del desierto. El Hombre de Negocios desbordaba de emoción al ver tantas estrellas en el cielo nocturno. La luna era lo único que iluminaba aquel desierto y hacía visible millones y millones de estrellas. El Hombre de Negocios se apresuró a sacar su libreta y comenzar sus cálculos.
El Rey y el Vanidoso miraron, desconcertados, en todas direcciones. No había un solo rastro de la existencia de súbditos o de admiradores. Caminaron por los alrededores pero nada hacía pensar que allí hubiera alguien en las cercanías.
¡Mis súbditos, dónde están mis súbditos!-gritó el Rey impaciente.
¡Aquí no hay admiradores!-dijo el Vanidoso con tono de desesperación.
¡No me interrumpan! Debo contabilizar esta inmensa cantidad de estrellas. -les dijo el Hombre de Negocios ensimismado en su tarea.
¡Ese hombre nos mintió!-dijo el Rey enojado.
¡Ese hombre nos engañó!-vociferó el Vanidoso perturbado.
En ese momento vieron a lo lejos la figura de alguien que venía caminando.
¡Un súbdito!-se apresuró el Rey.
¡Un admirador!-dijo el Vanidoso.
¡Será un súbdito!-
¡No, será un admirador!-
Continuaron la discusión mientras la figura fue acercándose hasta llegar a ellos. El Rey reconoció inmediatamente al Principito, su embajador. Y el Vanidoso reconoció de inmediato a su admirador.
¡Por fin te he encontrado! ¡He salido en misión oficial para encontrar a mi embajador! Supongo que habrás hecho acuerdos con distintos planetas para sumar más y más súbditos a mi reino. -dijo el Rey entusiasmado.
He viajado mucho, por todas partes y he aprendido mucho de las personas que me he encontrado. Creo que las personas deben aprender a gobernarse a sí mismas y no depender de la autoridad de un Rey que se encuentra muy lejos de ellos. -dijo el Principito y otra vez tuvo esa sensación agradable de decir lo que creía.
¡Pero esto es inaudito! ¡Yo soy el soberano de todas las cosas!-respondió el Rey indignado.
No, no lo eres, porque nadie te reconoce como su Rey. Las personas deben decidir a quien respetar y a quien elegir como autoridad. Tú no los puedes gobernar si ellos no te eligen como su gobernante y encuentran que eres lo suficientemente sabio para concederte la autoridad. -
El Rey, lejos de enojarse, se hundió en una profunda melancolía. Ya estaba muy cansado para seguir gobernando sobre todas las cosas. Tal vez su embajador tenía razón. El Principito lo miró y comprendió que sus palabras lo habían apenado, por eso trató de hacer que se sienta bien.
Tal vez no puedas reinar sobre todo pero puedes volver a tu planeta y disfrutar de la compañía de la rata que allí vive. Si es que ella te elige...-
¡Esa vieja rata será mi único súbdito!-dijo el Rey recobrando el ánimo.
Es aceptable, ambos se sentirán acompañados. -dijo el Principito con satisfacción al ver que el Rey se sentía mejor.
El Vanidoso, que había escuchado la conversación con el Rey, le preguntó tímidamente al Principito.
¿Entonces no eres un admirador? -
No, no lo soy. Pero podría serlo si llegarás a hacer algo admirable.-
¿Y qué debo hacer para que me admiren?-
Creo que deberías primero interesarte por los demás antes de esperar que los demás se interesen por ti sin haber hecho nada por ellos. Creo que eso sería bueno, para empezar. -
¿Y cómo hago para interesarme por los demás?-
Deberías acercarte a ellos y escucharlos, preguntarles qué cosas les gustan, que cosas les disgustan, preguntarles qué sienten, si están tristes o son felices, interesarte por lo que les sucede.-
El Vanidoso se quedó en silencio. Miró a su alrededor y vio el inmenso desierto que lo rodeaba.
¿Si no me intereso primero en los demás, nadie se interesará en mí?-
Por supuesto-dijo el Principito.
Porque si espero que se interesen por mí sin interesarme en ellos, puedo resultar egoísta para ellos, ¿verdad?-
Así es. -
Entiendo-dijo pensativo el Vanidoso. - ¿Pero dónde encontraré personas en las cuales interesarme? Aquí no hay nadie y el Geógrafo nos dijo que aquí vivían muchas personas. -
En este planeta viven muchísimas personas, sólo que estamos muy alejados de donde viven y es de noche. Ahora están descansando, por eso no ves a nadie. Durante el día podrás emprender tu viaje para conocer personas e interesarte por ellas.-
Al Vanidoso le costaba aceptar aquello, había algo que todavía no lo convencía del todo. Según él los demás debían interesarse por su persona y no él por los demás. De todas formas aceptó las palabras del Principito con cierto recelo.
El hombre de Negocios seguía ensimismado en la tarea de contabilizar las estrellas que había descubierto. El Principito se acercó hasta él.
¿Sigues contabilizando estrellas?-
No me interrumpas-contestó el Hombre de Negocios de muy mala manera.
Disculpa, pero es importante que sepas algo. -
No necesito saber nada, sólo necesito que no me interrumpas. -
Es importante lo que tengo para decirte, para que no pierdas tiempo. -
Me estas haciendo perder tiempo cuando me hablas. -
Debes saberlo cuanto antes. -
El Hombre de Negocios se dio cuenta de que no se libraría de él a menos que lo escuchara.
Dime de una vez y no me hagas perder más tiempo-
Esas estrellas no te pertenecen, les pertenecen a todos. -
¡Esas estrellas son mías porque yo fui el primero en reclamarlas!-
Las estrellas no son de nadie están simplemente están ahí para que todos puedan contemplarlas. Y todos las contemplan libremente. -
¡Eso es inconcebible! ¡Nadie puede hacer uso de mis estrellas sin mi permiso!-
No puedes hacer nada contra eso. Las estrellas están desde mucho antes que todos nosotros por eso no son de nadie. -
¡Nadie podrá mirar las estrellas sin mi permiso!-
Hay algo más que debes saber...-
Ya me has hecho perder mucho tiempo, habla de una vez-
Debes saber que esas estrellas que estas contabilizando son las mismas que has contabilizado desde tu planeta. No son estrellas distintas, por lo que tienes la misma cantidad que antes, sólo que desde aquí también se pueden ver y todos las contemplan desde este planeta cada noche. -
Eso no es cierto-respondió incrédulo del Hombre de Negocios.
Sí, es cierto. Las estrellas pueden verse desde cualquier planeta, por eso no puedes hacer nada para impedir que todos las miren. -
El Hombre de Negocios se quedó pensativo un instante. No estaba dispuesto a renunciar a su fortuna en estrellas.
Entonces le cobraré un impuesto a cada persona cada vez que mire una de mis estrellas. -
Eso sería imposible...millones y millones de personas viven en todos los planetas no podrías nunca calcular cuantas veces ha visto alguien una o varias estrellas...-
En ese momento intervino el Rey en la conversación.
¡Cobrar impuestos es privilegio del Rey, no de los plebeyos!-
¡Las estrellas son mías, los impuestos son míos!-dijo el hombre de Negocios enojándose.
Aquí intervino el Vanidoso.
¡No discutan, debemos seguir viaje cuanto antes! ¡Necesito volverme admirable para conseguir admiradores! ¡No discutan!-
El Rey, el Hombre de Negocios y el Vanidoso se enredaron en una interminable discusión. El Principito comenzó a alejarse y siguió su camino por el desierto.


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