Infierno

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Despertó bruscamente quizás por el espantoso ruido que llegaba de todas partes a sus oídos. Sintió encogerse su corazón a causa del miedo que le producían aquellos espantosos gritos. Que mas que gritos eran alaridos proferidos bajo infinita angustia.

Lo comprendió todo de golpe, estaba en el mismo infierno.
Un pequeño recorrido con la vista dibujó en su retina el desolador y agobiante panorama.

Sentía un frío imposible el cual la hacia temblar como una hoja azotada por una persistente ráfaga de viento.
Un fuerte dolor en su cuerpo le reveló bajo la tenue luz rojiza que estaba acostada sobre filosas rocas desnudas. Rocas puntiagudas que se hundían con facilidad en su carne.

No sin un gran esfuerzo se puso de pie totalmente desesperada y con una angustia inimaginable.
Su agonía aumentó al mirar y captar mejor el entorno.

La planicie en que estaba tenia bordes a lo lejos en donde brillaba una luz rojiza que parecía brotar del abismo tras esos bordes. La temperatura fría y sus pies siendo lastimados por las rocas puntiagudas le parecieron insufribles.
Mas la congoja en su alma era mil veces peor.

Siempre dudó de la existencia de un infierno y pensaba que de existir seria algo mas de sentido espiritual. Es decir no seria un lugar que se sintiera tan real como en donde se sentía ahora. Incluso mas real que la vida sobre la tierra misma.

Los gritos impregnaban el aire y eran terribles pero otros sonidos eran mil veces mas aterradores para ella que estos. Los bramidos de algunas bestias feroces, mas fieros que los de cualquier animal que ella conociera y de un volumen tal que empequeñecían los lastimeros llantos humanos.

Lentamente trató de avanzar, tarea que le pareció imposible dadas la condición de sus pies descalzos y las rocas puntiagudas.

Un nauseabundo olor acre pululaba a sus anchas por todo el lugar de un tamaño colosal.

Liz calculó que el borde mas próximo a ella estaba mas o menos a tres kilómetros. Los demás a distancias terriblemente mayores. Y el problema era de difícil solución; si quería alcanzar el borde tendría que caminar ¡tres kilómetros! Y se sentía incapaz de avanzar un metro.

Es imposible para nosotros hacernos una idea del horror de saberse en el infierno. Las palabras se quedan cortas porque no existe lenguaje humano que pueda describir si quiera atisbar esa sensación.

A los horrores visuales y acústicos se sumó uno que desde que despertó percibía levemente, pero que mientras pasaba el tiempo se acentuaba mas, la sensación de sentirse observada.
Sentir que una mirada fría y calculadora estaba sobre ella a cada instante. Observándola, quizás hasta disfrutando viéndola caer una y otra vez, viendo como sangraban sus pies frágiles al pisar sobre aquellas piedras malditas. Viéndola llorar y gemir, mientras temblaba de frío.

No soplaba viento alguno y todo cuanto alcanzaba a ver estaba salpicado por aquel color rojo proveniente de una llamas allá abajo.

Una risa grave la sacó de sus cavilaciones. Buscó nerviosamente la fuente de aquel sonido espectral mas no logró ubicar de donde provenía.
Una carcajada mas larga y de maligna fascinación le hizo dirigir la mirada hacia atrás.

De pie a unos treinta metros de distancia vio una espeluznante criatura de unos tres metros de estatura envuelto en unos pliegues repugnantes. Unos prominentes cuernos salían de su cabeza. Su aspecto era bestial y aunque Liz no lograba apreciar todos sus rasgos era mas que evidente que era un ser aberrante.

Su primer impulso fue correr de aquella cosa feroz y de una maldad que parecía impregnar el aire. Pero sólo atinó a arrastrarse penosamente tirando su vientre a merced de las piedras puntiagudas las cuales le causaban un dolor agónico.

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