Tiempo

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Desde rincones insospechados, oscuros callejones y siniestras habitaciones, escapan lastimeros alaridos que se colaban hasta la habitación de techo sin fin en donde Liz yacía con los brazos atados y elevados por sobre su cabeza. No tenia suficientes fuerzas para mirar el techo y perderse en la inmensidad del mismo.

Desde que entró allí supo que aquel lugar no era si no una maquina de crear pesadillas, si es que toda la ciudad ya no lo era.
El cuarto alumbrado a medias por un par de gruesas antorchas, parecía haber sido diseñado para provocar la mayor angustia visual posible.

Por doquier pegados a sus tétricas y grises paredes, un sin fin de objetos de tortura colgaban fríos y amenazadores. Cada cual mas atemorizante que el otro. Los había de todo tipo incluso de diseño extravagante cuya función no era del todo clara, pero sin embargo su diseño daba oscuros presagios de cual era su uso.

Las antorchas ardían ruidosamente provocando sombras danzantes que acentuaban el perfil sombrío de los utensilios de tortura.

Los dos custodios de Liz eran seres de pequeño tamaño, sus caras recordaban vagamente un mapache.  Un abundante pelaje cubría todo su cuerpo siendo el mismo casi inexistente en sus rostros. Vestían el mismo tipo de atuendo Si bien presentaban ciertas diferencias, un tipo de pantalón ajustado sobre el cual señián unas piezas de metal. Sobre el torso un tipo de prenda elástica sujetada a un abultado cinturón de metal con varias cavidades, revelando así un muy abultado vientre. Sus orejas eran pequeñas, su nariz mas bien ancha bajo la cual asomaba el hocico de mapache. Sus dientes parecían agujas, finos y filosos y una lengua larga y fina como la de un lagarto o una rana  asomaba de vez en cuando por estos blaquisimos dientes.

Estos guardianes parecían llevar una extraña amistad. Eran opuestos. En uno de ellos Liz acusaba cierta bondad en lo que el otro rezumaba una malignidad salvaje.
El que ató sus brazos lo hizo con destreza, causando la menor molestia posible el otro, en cambio fue brusco y parecía querer incitarla a que protestara para usar la fuerza.

Y justo como su conducta así eran sus semblantes. Uno era de aspecto rebelde y tenia el pelaje enmarañado, el otro todo lo contrario.

Tras finalizar su tarea el menos bestia de los dos que flotaba ante ella como si aquello fuera lo mas natural del mundo, tocó ligeramente sus mejillas dejando sus dedos correr sobre las lágrimas rezagadas que aún brotaban de sus ojos cansados y somnolientos.

Justo en ese momento resonó la voz particularmente humana, que provocó que Liz abriera de par en par sus bellos ojos para estrellarlos  sobre un ser impensable en un lugar como aquel.

Liz no daba crédito a lo que veían sus ojos. Había esperado la llegada de un demonio feroz. Una bestia cruel y despiadada quien haría atrocidades con su cuerpo. En cambio allí frente a ella no tenia tal bestia.

Los dos custodios se pusieron a un lado haciendo una casi graciosa reverencia hacia el recién llegado.

Este caminó sereno denotando una calma que mas bien parecía una vacilación. Se dirigió al centro del salón. Miró a uno y otro lado y luego hacía ella.

Un momento después llegaron dos enormes demonios mas.
Estos eran las típicas bestias infernales, garras, pezuñas, rostros monstruosos. Reían y hablaban con el de aspecto humano.

— esto será muy divertido — dijo uno de ellos con una voz retumbante y molesta. El otro se acercó a ella y tubo que agacharse para poder verla a los ojos — oh mira esta es hermosa ¿sabias que puedes cogertelas?  No resisten mucho pero siempre reviven son una mala plaga.

Liz no pudo evitar un asco que le revolvió el estomago.

Un momento después los tres salieron, tiempo que el mas fiero de los custodios aprovechó para molestar a su indefensa víctima.
Fue ansioso hacia la pared y tomó un látigo de aspecto especialmente cruel con cuentas de metal en la punta.

InfernumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora