No había nada cuando llegué. Apenas se distinguía la línea que dividía el verde del suelo del marrón opaco del agua. Apenas se sentía el rumor del olaje. Apenas chocaba la brisa contra las copas de los árboles. No había nada y lo había todo. Silencio puro y estruendoso.
Dejé mi cuaderno sobre un colchón de hojas y me dispuse a observar el vacío que creaba el cielo gris sobre mi cabeza. Parecía un manto denso de nada. No eran nubes; a las nubes las recuerdo bien. Son blancas, de apariencia esponjosas, y divertidas. Tampoco era lo que recordaba como "cielo". Era vacío. Un gris lo suficientemente oscuro para ocultar cualquier trazo, pero tan claro que dolía contemplarlo. Sin embargo, eso hice. Lo hice por unas cuantas horas de esas que alguien mide objetivamente. Y lo hice por más. Por mi propia eternidad.
Acostumbrado a llorar en silencio, me encerré entre hojas en blanco y un lápiz. Negro y blanco que calman el dolor. El color es sincero y crudo. Dolor del duro.
Si tan sólo el agua del río no me diera tanto asco. Si tan sólo hubiera un techo, o una escalera hacia algún subsuelo. Hubiera preferido algo, lo que sea. Pero no había nada cuando llegué. Y no dejé nada al irme. Lo llevé todo conmigo.
Lo traigo todo conmigo, siempre.
Acostumbrado a cielos celestes y nubes blancas. A escaleras que llevan hacia algún lado y aguas claras. Al trazo firme del mejor color. Acostumbrado al ruido, me dejé engañar.
No había nada cuando llegué. Tal vez lo haya en otro lugar.
Todo lo demás, vacío.
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No es un Poema de Amor
RandomCompilado de textos que hablan de la vida desde un par de ojos. Sobre soñar. Sobre el miedo. Sobre la tristeza. Sobre la duda. Sobre enamorarse. Sobre crecer. Sobre observar. Sobre-vivir escribiendo. Todo en pocas palabras. TODOS LOS DERECHOS RESER...