Resultados poco satisfactorios.

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Me dirigí de manera tranquila a la ducha. Debía bañarme y vestirme antes de salir a ver a mi padre.

Las marcas de mordidas en mis sandalias incomodarían hasta a la pata de un rinoceronte. Tenían picos a causa de la endidura de sus colmillos que lastimaban a cualquiera que intentase ponérselas. Tomé mi toalla, y cerré la puerta del baño. Afortunadamente cada habitación en casa contaba con su propio baño.

Comenzaba a desnudarme mientras el fresco aire de la mañana entraba por la ventana que olvidé cerrar, erizando mi piel, y haciendo que tiritara de frío. Con sólo los bóxer puestos me tomé el tiempo de cerrar la ventana, que a mi parecer era una tontería tener ventanas en los baños, pero bueno, no soy arquitecto para estar alegando nada.

Después de cerrar ventana y poner seguro a la puerta, por si alguna persona despistada no oía el sonido de la regadera y abría la puerta, abrí las llaves para que el agua comenzará a caer.

Tomando la ducha pensaba en mis exámenes. Los resultados me aterraban. Resulta que hace un mes casi, después de pensar que mi vida valía tres hectáreas de nada. Tomé camino a la base militar más cercana a casa y decidí reclutarme como un soldado. Por suerte para mí (aún no sé si buena o mala), el coronel del regimiento dijo que por contar con estudios nivel medio superior y apenas los diecinueve años de edad, podría entrar como cadete a la universidad militar.

Después de pruebas de dopaje, culturales, un examen médico y otro psicológico, tendría que hacer una prueba física. Nada fuera de lo común a mi parecer. Los resultados llegaban de tres a cinco semanas. Siempre que hubiera aprobado tenía que presentarme con todo lo necesario para mis seis meses de entrenamiento básico.

Obvio no sería seleccionado. Habían cerca de dos mil aspirantes para sólo ochenta puestos.

Terminaba de bañarme y salía envuelto en la toalla, con una toalla más pequeña secando mi cabello que extrañaría ya que le hacía falta un buen corte. Tomé unos bóxer limpios del cajón, un par de calcetines y una camiseta con el estampado de un león al frente. Unos jeans en color gris y mis tenis no faltaban para sentirme lo más cómodo posible para correr si es que mi padre intentaba matarme.

Después de vestirme salí con mi teléfono en mano, y me dirigía a la sala donde seguramente estaba papá con su escopeta listo para cualquier cosa posible.

El ruido en casa era insoportable. Mi hermana había llegado a la moda de escuchar el pop y kpop que para mi gusto era... Poco agradable. No me molestaba, pero era terrible el mantenerlo a tal volumen. Abigail, mi hermana, era de estatura promedio, apenas rebasaba el metro sesenta, su tez era blanca como mi padre, su cabello negro y lacio a más no poder, pero su nariz fina como mamá. Al parecer a la genética le gusta jugar con las personas. Especialmente en mi familia.

Hunter corría tras de mí, tratando de morder mi pierna mientras que Abigail le gritaba al otro extremo del corredor. Dos segundos tardó en ir a su búsqueda y abalanzarse sobre ella. Y mientras los dos pingos jugaban a la lucha interespecie, yo debía enfrentarme a mi padre.

-¡Marcos! -oí el grito de mi madre desde la cocina saliendo rumbo a la sala-. ¿Que hago para la comida? -se asomó a la sala al no oír respuesta.

-Pollo a la siberia, amor.

Papá estaba sentado viendo un programa policíaco, mientras me esperaba.

-Buenos días señor perezoso -comenzó a reír después de ver mi inexpresivo rostro-. Tengo una buena y una mala.

-Buenos días, pa'.

-Llegó la carta con tus resultados, aún no la abrimos.

-¿Y la buena noticia es?

Epitafio del enamorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora