Manual de lo desconocido.

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Al momento que la misteriosa chica entraba a la cafetería me cautivó, era simplemente hermosa y yo estaba tratando de entender que tanto me debía joder la vida si todo el tiempo sólo me dejaba mirar lo que quizá pudo ser.

Me acerqué a Mila para preguntarle sobre ella, quien se encontraba sentada en el gran sofá disfrutando de la música. Si era esa la última semana que pasaría como civil, la quería disfrutar al máximo.

—Dante, es de mala educación que le preguntes a una mujer sobre otra mujer...

—Mila, tú eres mi amiga. Eso no cuenta.

Se rió y me se puso la mano sobre el corazón tras mis palabras.

—Auch. Justo donde me vale madres.

Nunca había sentido atracción por Mila, alías la chica del café. Era hermosa sin dudarlo. Por su origen danés sus ojos eran de un azul tan intenso.y profundo que parecía ser un lago de turmalina. Sus pómulos eran muy notorios y se ruborizaba con facilidad. Aunque su cabello rubio le hacía lucir más pálida aún por el blanco de su piel.

Las canciones pasaban. Y yo trataba en vano de sacarle información a Mila. Odio cuando se pone así.

—Dante, nos conocemos hace como tres años —empezó a jugar con la cucharilla en su mano—. Y sabes que jamás revelo nada de mis clientes.

No quería llegar a esto. Pero no me deja otra opción. Tendré que usar una de mis mejores habilidades. Volverme idiota y hacerla reír.

Mi padre me dijo cierta vez, que el truco para enamorarlas era hacerles reír hasta que se olviden de lo feo que es uno. Y bueno, no soy comediante pero se me da bien eso de autoridiculizarme.

La música dejaba de oírse y todos comenzaban a retirarse. Las chicas que se encontraban rodeando a mi enamorada aún desconocida se comenzaban a ir. Fue entonces que me acerqué sin tratar de llamar tanto la atención. Así que sólo tropecé y caí apenas metiendo las manos. Me quedé inmóvil mientras oía una risa que quizá no era ni ella.

—¿Estás bien? —preguntó la misteriosa desconocida antes de tocar mi hombro con su mano tratando de que reaccionara—. ¡Hey!, señor.

—No soy señor —le dije tratando de incorporarme.

—¿Señora entonces? —no pude evitar soltar risa y tratar de no irme de bruces nuevamente.

—Tampoco señora —me levanté y sacudí mi pantalón tratando de recuperar la poca dignidad que me queda—. Soy Dante, un placer.

—Hola, Dante.

Uy que seca. De haber sabido le tiraba un vaso con agua a ver si así dejaba de ser tan seca y se humaniza tantito.

Me senté a su lado en el sofá y ella se alejó un poco de mí, de manera natural e instintiva. Como cuando se te acerca la persona que no te gusta y no quieres decirle que se largue y es demasiado complicado salir corriendo hecho la madre porque no quieres parecer grosero.

—No recuerdo tu nombre.

—No te lo he dicho.

Cero y van dos. Y aún así aquí tratando de hacerme el gracioso.

Es complicado el hacer tanto esfuerzo por algo que de una u otra podrá resultar mal. La primera impresión cuenta, demasiado diría yo.

El lugar estaba vaciándose y las personas comenzaban a salir acompañadas. Mientras la chica del café trataba de acomodar las mesas.

—Bueno, te dejo, linda.

—Adiós.

Me levanté dejando atrás a la hermosa mujer que me bateó más rápido que un profesional en la serie mundial de béisbol. Dirigiéndome para con Mila y ayudarle a recoger sus mesas.

Epitafio del enamorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora