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Dicen que ocurre sólo una vez en la vida. Un preciso momento en el que los ojos del mar se hacen presentes en los del ser que se supone será tu pareja por el resto de tus días. Es algo muy sagrado, casi mágico. Un regalo que pocos experimentan pero que de darse debe ser respetado. Sea como sea.

Las leyes bajo el mar eran duras. Durante siglos, los habitantes de las ciudades marinas se habían mantenido ocultos, sabiendo que la ambición humana lograba acabar con todo lo que tocaba. Pero pasó, que al final de los tiempos, su secreto quedó al descubierto y una guerra se desató, entre los últimos humanos que sobrevivían el holocausto nuclear y las criaturas marinas que luchaban por mantener a flote su civilización.

Fue en una de esas batallas que el príncipe Buchanan perdió su brazo. Era el comandante del ejército de tritones letales, jamás vencidos en el mar y en tierra. Pero llegó el día en que el ingenio humano los tomó por sorpresa y Buchanan tuvo que salvarles la vida cuando les atraparon en una red, dejando que su brazo fuera desgarrado hasta que perdió la conciencia por la sangre perdida.

Desde ese día, se convirtió en veterano de guerra, su padre lo apartó de la línea de fuego a pesar de sus ruegos y le ordenó jamás volver a la superficie. Testarudo como era, burlaba las guardias estrictas y escapaba durante las noches, nadando a prisa a pesar del peso que tenía ahora con el brazo de metal que habían colocado como una prótesis.

Adoraba acercarse a la costa y observar sentado en las rocas el lento paso de la luna menguante. Con la contaminación que quedó tras los bombardeos, era el único cuerpo celeste con la suficiente luz para colarse tras las grises nubes que poblaban el cielo.

Fue en una de esas noches que sucedió. Mientras estaba flotando cerca a la costa, perdido en pensamientos de victorias pasadas, lo observó. Frágil cuerpo delgado, cabellos del color del oro puro y los labios más rojos que recordaba haber contemplado. Corría con todas las fuerzas que la herida en su costado le dejaba, seguido de otros hombres armados. Llegó al puente, destruido en la mitad. No había escape... no había más remedio. Ni siquiera lo pensó y saltó. Buchanan no perdió tiempo. Nadó tan rápido como pudo, encontrando el cuerpo del joven antes que la corriente lo azotara contra las rocas. Bajo el agua, el joven abrió sus ojos y entonces el príncipe comprobó que la leyenda era cierta: podía ver en sus ojos el poder del océano. La fuerza de todos los mares contenidos en una mirada. Supo que desde ese momento era suyo. Le pertenecía a aquel frágil muchacho de mirada dulce y determinada, de cuerpo trémulo y menudo.

Debía salvarlo, así que no dudó en unir sus labios a los rojos frutos que se entreabrían frente a él. De esa manera le pasó oxígeno hasta que nadó llevándolo en brazos hasta el otro lado de la costa, salvándolo de sus perseguidores. El joven apenas había opuesto resistencia. Parecía cansado y la sangre lo había debilitado.

Cuando al fin estuvieron en la costa, el joven dio un respiro hondo y tosió, arrastrándose en la arena, tratando de salvarse. Buchanan salió tras él y lo giró, haciendo presión en su herida para inmovilizarlo.

—¡Ahhhgg! — gritó — ¿qué...?

—No voy a hacerte daño — la voz salió grave y seductora, como era la voz de todas las sirenas y tritones que encantaban a los marinos.

El cuerpo del joven pareció destensarse un poco y aflojar el agarre de sus manos sobre el antebrazo del príncipe. Su mirada le recorría ávida, y Buchanan no supo si trataba de grabar sus facciones o era la sorpresa de estar tan cerca de uno de esos letales tritones, como eran conocidos en aquel mundo humano.

—¿Por qué? — dijo al fin, alzando una mano para tocar la fuerte mandíbula de su salvador.

—No lo sé — sonrió Buchanan — es extraño, pero eres tú... me ha pasado al fin... y eres tú.

El joven frunció el ceño en confusión, pero algo en su interior se sentía cálido...seguro.

—Sólo quería... salvar a mi reino.

—¿Es por eso que te hirieron? — Buchanan rasgó la tela de la camisa hasta dejar todo el pálido torso al descubierto. Tan blanco como el resplandor de la luna, y unos pezones endurecidos del color del coral más tenue.

—Tomaron el castillo... eran muchos — siseó al sentir la mano del joven tritón sobre su costado — una herida de espada aquí... y varios golpes por todo el cuerpo.

—Estarás bien — sentenció el castaño arrancando una de sus escamas. Era conocido en el mundo marino — y también el humano — que las propiedades curativas de las escamas de tritón no tenían comparación con ninguna medicina.

—¡Arde! — exclamó el joven apretando más los antebrazos del castaño, notando al fin el frío brazo de metal. Buchanan siguió su mirada hasta que notó el asombro y sonrió.

—Perdí mi brazo en la guerra. Por eso me han retirado — terminó de curarlo y sonrió al ver la herida casi cerrarse.

El rubio pasó lentamente sus dedos por toda la longitud de metal, sintiendo cada articulación hasta llegar a los dedos, que sin razón entrelazó con los suyos.

—Gracias — murmuró al fin, ladeando su cabeza sin dejar de observar los hermosos ojos aguamarina de su salvador — de no ser por ti.... estaría muerto.

—¿Cuál es tu nombre? — Buchanan lo levantó de nuevo entre sus brazos, rogando porque no cayera preso del cansancio antes de revelarle su nombre.

—Steve... — balbuceó apenas, cerrando sus ojos y dejándose descansar sobre el firme pecho del tritón.

—Steve... — repitió Buchanan con una sonrisa — duerme... velaré tu sueño hasta que el sol te mantenga cálido.

The Sea In Your EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora