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Los días tras la partida del príncipe Buchanan pasaron con rapidez. Steve quería hacer de menos el sentimiento de vacío que quedó en los pasillos del castillo, pero cada vez era más difícil. Añoraba caminar al lado del príncipe guerrero, su porte le hacía sentir protegido, sabía que estando junto a él nada podría sucederle. Era increíble cómo aquel hermoso tritón podía ser completamente letal y profundamente tierno en su trato. Odiaba admitirlo, pero le hacía falta. Extrañaba su voz, la mirada tan llena de amor que siempre le dedicaba y esos labios... esos labios que sabían como ningunos otros.

Y lo sabía de primera mano. Tras todo el revuelo de la toma del castillo, el pueblo aclamaba a su nuevo Rey y los escasos miembros del parlamento abogaron por una alianza rápida con alguna princesa de los reinos vecinos. No había tardado en llegar la familia real más cercana y, presentando a su hija, se había sellado el pacto con un tímido beso.

La muchacha era muy bella y cualquier otro hombre estaría dichoso de tenerla como esposa. Sus labios eran dulces, pero no como los de Bucky. Sus ojos eran cálidos, pero no como los de Bucky. Pasaron semanas y Steve terminó aceptando que él también amaba al hermoso tritón de ojos como el mar, el bello hombre que le había entregado su corazón y él educadamente había sido un imbécil en rechazar.

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—Entonces... sucedió.

Bucky ni siquiera levantó la mirada. Estaba recostado sobre un lecho de algas, con la vista fija en el movimiento de las plantas cerca a él.

—Sabía que no terminaría bien — su padre nadó a su alrededor — ¿por qué el destino tuvo que jugarnos así? tú deberías haber seguido mi legado, tú...

—Basta — al fin observó a su padre, con mirada enfadada — no quiero escuchar nada.

—¿Entonces simplemente vas a dejarte morir?

—No me dejas volver a las batallas al sur... entonces no me queda nada más.

El viejo rey suspiró y masajeó el puente de su nariz.

—Sé que si te envío al frente de batalla, vas a pelear hasta morir y no va a importarte nada más.

—Al menos mi muerte tendrá un propósito.

—¿Acaso no ves que intento no perder a mi hijo? — los ojos del hombre se pusieron brillantes.

Bucky se irguió y suspiró, observando su mano metálica y sonriendo con ironía.

—Lo poco que queda de mí ya no tiene utilidad padre... ni siquiera estoy completo. Me falta un brazo y un corazón.

El rey suspiró y negó, acercándose y posando una mano sobre el arisco hombro de su hijo.

—Si es tu deseo, puedes volver a la batalla y dar todo de ti para traernos la victoria.

Bucky asintió y sonrió. Era lo único que le quedaba ahora, acabar con los enemigos que les amenazaban y quizá antes de morir, observar una última vez a Steve... en la distancia, a la sombra de lo mucho que lo amaba.

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Los meses pasaron y el corazón de Steve dolía cada vez más. En las noches más desesperadas, había corrido a la playa con urgencia y había gritado el nombre de su amado sin respuesta. Gruesas lágrimas habían caído por sus mejillas, arrepintiéndose por no haber aceptado que se había enamorado también del hermoso hombre, que no era parte de ningún embrujo propio de su especie. Dolía mucho, porque la tristeza en la mirada de Bucky le había dicho sin lugar a equivocación que quizá lo único que le esperaba era la muerte. Había matado a su tritón.

The Sea In Your EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora