I. La fotografía de mi madre

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Ella pasó su mano por mi mejilla y besó mi frente. Me miró como si tratara de guardar mi imagen en su memoria, intentando no pensar en la muerte que nos aguardaba.

Estábamos rodeadas y los muertos aporreaban sus manos de forma frenética contra la puerta coreando su sinfonía infernal. Mi madre había atrancado con sillas y libreros la puerta que nos separaban de ellos y ahora, nos encontrábamos encerradas tras una barricada que no tardaría mucho en caer. Minutos antes habíamos intentado salir de nuestra casa cuando una horda de muertos nos rodeó, obligándonos a regresar sobre nuestros pasos y a encerrarnos en el cuarto de mi madre ubicado en el segundo piso de nuestra casa. Por fortuna, ella mantenía una gran cantidad de libreros y muebles en él, lo que nos facilitó volcarlos y trancar la puerta pero la cantidad de podridos que rasgaban ansiosos y hambrientos pronto superarían nuestros vanos intentos de sobrevivir.

—Ve...—pronunció de pronto mi mamá con la mirada fija en la puerta. Una gota de sudor frío le recorrió el rostro y aunque no lo decía podía ver el miedo en sus ojos.

—Sé lo que piensas y no me iré sin ti, no te usaré para salvarme. Y no me llames por mi nombre completo, cuando lo haces siento que estás molesta o que hice algo malo...— le dije mientras analizaba todas nuestras posibilidades de escape y buscaba algo en la habitación que nos fuera de ayuda.

—Hija, escúchame bien, hay algo que tengo que decirte. — Continuó ella ignorando mis palabras y me acerqué a su closet para buscar algo más para atrancar la puerta.

—Me lo dirás luego, no ahora, que suena como si te hubieras rendido. No ahora mamá ¡Por favor, jamás te has rendido!— grité y ella tomó mi hombro para atraer mi atención.

— ¡Escúchame V, es importante!— gritó suplicante.

— ¡No mamá!— grité y la aparté de un manotazo.

Ambas nos miramos en silencio y el ambiente no tardó en llenarse de los sonidos de los muertos.

—Sé que estás asustada, hija...— dijo estrechándome entre sus brazos y aspiré su dulce aroma a bombón permitiéndole tranquilizarme.

—Lo siento mamá...— Me disculpé apenada por mi conducta y correspondí su abrazo.

Yo era un poco más alta que ella y acaricie su suave cabello mientras evitaba pensar en la horrible muerte que nos aguardaba. Ella se despegó de mí y pasó su mano para acariciar mis pelirrojos cabellos; un brillo nostálgico se apoderó de sus ojos y soltó un amargo suspiro.

— Eres fuerte y sobrevivirás. No olvides todo lo que te he enseñado...—comenzó a decir.

—Observar, escuchar y actuar— terminé la frase. Una que frecuentemente había escuchado en labios de mi madre y de mi abuela, una enseñanza familiar que no debía ser olvidada.

—Exacto— celebró ella.

Mi madre se alejó un momento de mí y se hincó en el piso para extraer debajo de su cama un hermoso estuche de madera oscura con grabados de flores de cerezo. Quitó los seguros de la tapa con ambas manos y sacó un objeto alargado envuelto cuidadosamente en una tela.

—¿Qué es eso?— pregunté curiosa.

—No pensaba dártelo aún. De hecho, de ser posible no te lo daría hasta que te contara la historia del por qué tengo este objeto— Sus ojos heterocromáticos parecieron entristecerse al revelarme aquello.

— Lo único que necesitas saber es que "ambos" te hemos dado lo mejor para protegerte...—dijo extendiendo el objeto hacia mí.

—¿"Ambos"?— repetí sin entender a quién más se refería y tomé el presente que me obsequiaba.

VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora