Capítulo 3: "Proxeneta"

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Eduardo, el bastardo de la galería de prostitutas, se paseaba jugando con su nueva pistola Sig Sauer P226 Calibre 9 mm que su viejo amigo Richard le regalo para su cumpleaños hace ya dos semanas. Con 27 años, era el hombre más rico y poderoso proveedor de prostitutas de la ciudad, si hasta incluso el alcalde pagaba fuertes sumas de dinero por cada hembra en flor que le llevase hasta los "cubículos de amor" que él llamaba.

Recorría los barrios bajos buscando nuevos diamantes en brutos que le otorgaran dinero fácil y que digo fácil, demasiado fácil. Un día cualquiera podía juntar cerca de 10 a 15 mujeres que engañadas aceptaban una suma insignificante de dinero a cambio de un arduo trabajo furtivo de noches completas, es que la pobreza tiene cara de hereje y las calles de Brasil son duras y desgraciadas para una mujer o una niña que desea volarse a otro planeta.

- Me disparas y yo te disparo- dijo mostrando su arma- yo sé que tenemos un trato y que trabajas 15 horas al día, pero querida yo no puedo aceptar que le muerdas el falo a un cliente ¿entiendes?

- Fue un accidente- contesto la mujer asustada apuntándole con un arma- ...no quiero perder el trabajo, pero tampoco quiero que me maltrates, Eduardo...

- ¡ya!- grito- te perdono que le mordieras el falo, pero no aguanto que me apuntes con esa mierda. Tu sabes que me perteneces, que el dinero que entra es mío y si te debo algo te lo cancelo a tiempo, pero ahora me estas cabreando, así que baja esa putada o prometo que te cortare una teta ¿me entendiste?

- Por favor Eduardo...yo conocí a tu madre-gimió- no me hagas daño.

- Tsssssssssss....calla, calla o te corto la lengua bruja- replico- mi madre era una santa al lado tuyo y si me vuelves a sacar en cara que le has conocido, juro que te mato, ¡ahora baja esa mierda!

La mujer intimidada bajo el arma y Eduardo hizo lo suyo. Golpeo, torturo y violo a la mujer hasta la culmine gota de vida que pudo extraer de aquella desprotegida hembra en hambruna. Dejo el cuerpo tirado en la calle, mientras ella agonizaba y entre dientes, casi con su ultimo aire musito "Te toca a ti... siempre te tocara a ti Eduardo" El solo sonrió y lanzo un escupo a la cara de la mujer.


Eduardo, a medida que pasaban los días, se percataba que algo no andaba bien, claro su negocio crecía, más clientes que alimentar con carne fresca, pero cada vez que probaba a las vírgenes algo en su pene parecía afectarle, es más creía que las muchachas con las que estaba eran culpables del maltrato sufrido a su pequeño amigo, pero no la supuración, el ardor y la coloración no eran normales, eso lo sabía, por lo que cada noche le pedía a diferentes mujeres que pusieran en su miembro un ungüento que la más vieja de las prostitutas le recomendaba.

Una noche mientras trataba de conciliar el sueño, algo exploto y un líquido hirviendo recorrió sus velludas piernas hasta empapar el colchón. Fue un dolor agónico y un ruidito chillón en su cabeza le impedía siquiera respirar sin sentir hasta la punta de sus cabellos una incontable cantidad de miserable histeria que recorría en un milisegundo todo y cada uno de su asqueroso cuerpo. Grito entre tanto padecimiento el nombre de su mejor amigo que vigilaba la puerta todas las noches y admiro con lágrimas en los ojos como este asustado corría por los pasillos del prostíbulo buscando ayuda para su hermano.

La ambulancia tardó casi una hora en llegar, Eduardo apenas si podía mantenerse consciente y los enfermeros al ver la gravedad bajo las sabanas aplicaron la maniobra de urgencia mas pertinente, "correr y no pensar en el paciente" al llegar, Eduardo aun podía hablar pero no alcanzaba a comprender lo que le preguntaban, por lo que decidió callar mientras manoseaban su cuerpo.

- Le ha explotado el pene- dijo el médico preocupado- es lo más extraño que he visto en mi vida y eso que he visto demasiadas cosas. Creo que tendremos que amputar, es lo único que nos queda por hacer, ya no tiene miembro, quedara el sistema urinario como el de una mujer...- abrió los ojos- pero se acostumbrará...creo.

- Doctor...no puede, ya sabe unir todo y...no sé qué quede ¿normal?-murmuro el amigo de Eduardo avergonzado.

- Eso es imposible ¡le exploto el pene!- grito impresionado- ¡jamás, jamás, jamás me había llegado un caso así!- sonrió de nervioso- ¿sabes lo que significa que te explote el pene?

- Doctor no es necesario que lo grite- susurro el hombre colorado- solo opérelo y listo.

La operación fue difícil, se descubrió que la presión de sangre y pus en el conducto del miembro provocaron una explosión vulgar y de paso la destrucción de la masculinidad del pobre hombre.

Eduardo fue dado de alta unas semanas después, con una cara demacrada y un aire de vergüenza que podía percibirse desde grades distancias no solo en el prostíbulo, si no en casi todos los barrios aledaños su miseria se transformó en el chiste de las mujeres que el mismo ridiculizaba.

Ahora que se paraba en soledad frente a un espejo, su desnudo cuerpo lucia solo dos testículos al aire y un vació que nada podría llenar, ni siquiera las sustituciones que su amigo había traído desde la capital. La pena de Eduardo apareció transformada en una forma de lágrima que recorrió su morena mejilla hasta caer bruscamente al suelo. "¿Por qué?" pensó tocando su pieza faltante "que le hice a la gente" murmuro sollozando al tiempo que caía en una frustración tremenda.

Al instante que una brisa se colaba por su ventana, a su mente llego el recuerdo de Elvira, aquella bastarda que escupió en la cara luego de maltratarla y violarla hasta la muerte y que ahora en venganza le arrebata desde la tumba lo más querido. "¡¡Perra!!" grito desde lo más profundo de su ser y cayendo de golpe al suelo lloro como un niño sin consuelo.

Aquella vez desapareció sin dejar rastros, su amigo e incluso las prostitutas le buscaron incansablemente por calles y barrancos de Brasil pensado en que el pobre hombre se habría suicidado, más no encontraron pista de Eduardo.

Los años pasaron y los misioneros llegaron a las calles ayudando a las pobres mujeres y a sus hijos olvidados por la ley, hombres de fe con sus largas vestimentas Franciscanas, entregaban agua y comida a los que más necesitaban. Mireya, una prostituta desde los 10 años y ahora de 40, se aproximaba apenas a recibir su pedazo de pan, cuando al levantar la mirada, se encontró con la del hermano Eduardo que había desaparecido hace 5 años. Ella sonrió, pero él al reconocerla agachó la vista y le se escondió entre la multitud.

Desde aquel entonces las razones de Eduardo se volvieron religiosas, ya no era el proxeneta de antaño, ahora enmendaba el camino ayudando a los mismos que una vez daño.

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