Epílogo

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La cena era exquisita.

La cena que hizo el abuelo Samwell era un manjar.

Estaba al término perfecto, la carne se resbalaba entre sus dientes y se sentía totalmente bien comerla. El sabor le encantaba, y en cierto modo, le recordaba a algo, pero no podía situarlo bien todavía.

Samwell lo miraba de vez en cuando, como confidente, pero su hermana y su madre no se daban cuenta de nada, era algo que agradecía. ¿Qué quería decir su abuelo con aquellas miradas? No lo entendió, y no buscó entenderlo durante un buen rato, sólo disfrutó de la carne con un gesto lleno de deleite.

Robert estaba centrado en la carne en su plato, entonces, relacionó el sabor con sus recuerdos. ¿Había comido esto antes? ¿Por qué le sabía tan bien? Abrió mucho los ojos y miró a Samwell un momento. Los labios entreabiertos debido al impacto, observando el gesto casi maquiavélico del anciano.

Quien le sonrió de vuelta , no fue Samwell Gallagher. Fue Samwell Beane; el caníbal incestuoso del cual no tenía conocimiento alguno y probablemente nunca lo tendría. El viejo, con toda tranquilidad volvió a dirigir su vista hasta su plato, para continuar comiendo.

Robert necesitó sólo un instante para ponerse de pie y pedir disculpas, mientras que su abuelo se mantenía en paz sentado en la silla. ¿Samwell había utilizado la carne que tenía reservada? ¿La habría conseguido él mismo?

Se retiró fuera de la casa, hasta la parte trasera. Allí se quedó sentado en el piso, con las manos en la cabeza, su abuelo le había dado de comer humanos.

Y lo más bizarro de todo (ya ni sabía si tenía derecho a usar esa palabra), era que  pudo relacionar el sabor no sólo con los últimos meses; sino con toda su vida. Cada vez que su abuelo cocinaba, cada vez que comía los exquisitos alimentos de su abuelo, se había estado alimentando de carne de humanos. ¿Por eso el sabor se le había hecho tan exquisito? ¿Por eso se había acostumbrado tan rápido al acto del canibalismo?

¿Por eso no le resultaba tan enfermo como debería de resultarle?

Escuchó pasos tras él y miró hacia atrás, era su abuelo, Samwell. Se mantuvo de pie a su lado debido a que si se sentaba, tal vez no podría pararse de nuevo por culpa de la edad. Robert lo miro, se quedó con la vista fija en él, analizando y escudriñando sus ojos.

—¿Te ha gustado la cena? —Pasó una mano por su cabeza.

Robert, que había quedado ido un momento, escuchó la voz de su anciano abuelo y dio un asentimiento.

—¿Desde hace cuánto lo sabes? —murmuró, con inseguridad—. ¿Madre lo sabe?

—Oh, nieto —él hizo un chasquido de lengua y rió por lo bajo—. Tu madre no tiene idea de qué sucede, es una mujer muy tonta. Mi madre era más atenta que ella, y mucho más anhelante.

Robert miró hacia adelante y cerró los ojos un momento. —Por eso el sabor se me hizo tan familiar... ¿Le dirás a madre?

Samwell caminó hasta ponerse delante de él, con una lentitud totalmente desesperante y Robert abrió los ojos, mirando a su abuelo desde abajo, quien negó con la cabeza.

—Puede ser nuestro secreto.

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