Quinque

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Robert Gallagher y sus intereses.

Robert, tras aquel incidente, se dio la libertad de adentrarse más en el mundo de los gustos peculiares, a su corta edad, la curiosidad se convirtió en su peor enemigo.

Claramente, Robert vio muchas cosas extrañas las primeras semanas. El sabor de ciertos músculos le resultaba asqueroso, no sabía a que término debía de cocinar la carne y quedaba demasiado dura por fuera y cruda por dentro. ¡Y no se diga el desgraciado corazón! ¡No podía siquiera sostenerlo porque se le resbalaba! Un órgano de tanto sabor, siendo tan azaroso.

Estaba sólo en casa, mientras cocinaba un buen pedazo de carne. En específico, la carne del muslo de una joven, más o menos de su edad, no le resultaba importante. La mayoría de sus víctimas creían que tendrían encuentros sexuales con él, así era cómo caían.

La lascivia y perversión del ser humano es su propia perdición.

Pero él no era nadie para discutir esa frase... su dieta comenzó a conformarse básicamente por humanos. Y aquel extraño régimen alimenticio comenzó por la curiosidad llena de morbo que lo invadió.

No pensó en ello, o al menos lo intentó. A veces la culpa comenzaba a consumirlo, pero pronto iba a alejarse esa incomodidad, ¿no? En algún momento debía de pasar aquella presión en el lado izquierdo de su pecho, en su estómago y cabeza. Era una molestia para su interior, además de que lo hacía dudar en algunas ocasiones.

Su madre estaba preocupada, Robert pasaba más tiempo fuera de casa y nunca sabía dónde estaba. ¿Pero qué podía hacer ella? Ya era todo un hombre y pronto conseguiría su propio hogar, no tenía nada que hacer contra ello. Solo podía dejar a su avecilla volar, que a estas alturas... tal vez ya no era tan inocente.

Pero Robert no era consciente de ello mientras comía la sabrosa carne humana. Se deslizaba entre sus dientes y lengua, con suavidad y textura tierna. ¿Qué tal se sentiría consumir a alguien menor? La carne debería de ser como ternero; suave y jugosa. Por primera vez, Rob no creyó ni un poco que sus pensamientos eran enfermos, más bien, pensó que eran ingeniosos.

Tras consumir totalmente la carne, no dejó rastro de que había cocinado algo. Nada, ningún indicio de que había estado comiendo, en cambio se colocó sus vestimentas más seductoras. Había quedado para encontrarse con una muchachita que no tenía tanto temor como las otras. Era complicado encontrar mujeres, con todo ese tema de la moral... además de que la mayoría quería conservarse.

Era la primera mujer que planeaba consumir que no le atraía ni un poquito;  era demasiado dulce para su gusto. Muy delicada y de voz muy aguda, le irritaba. Pero la joven de cabello rubio se veía tan apetecible que tenía la necesidad de probar un poco de su carne, sólo un poco.

Mientras se vestía, se preguntó cómo sería el sabor de sus muslos y glúteos, le gustaba consumir aquella carne, era la más suave en gran parte de las ocasiones. Los senos le resultaban algo repugnantes, el pecho femenino se conforma más por grasa que por músculo, y la grasa en exceso le parecía asquerosa.

Esa era la razón por la que se buscaba víctimas de cuerpos esbeltos, a parte de que era más fácil sentirse atraído hacia estas; pocas eran las veces en las que quería consumir a una persona algo pasada de peso. Muy pocas.

Robert, tras colocarse sus zapatos, salió de su vivienda a pasos largos, mirando a todos lados, con la esperanza de no encontrarse con su madre, su hermana, o peor; su abuelo Samwell. Ese hombre podía resultar ser lo más irritante del mundo. ¿Cómo su abuela se había casado con él? Tal vez por dinero, Samwell Gallagher era un hombre de buenos recursos.

Aunque el abuelo Gallagher era todo un misterio, no hablaba de su pasado con sus nietos o siquiera su hija. Tampoco se sabía a donde iba todos los días a la misma hora, pero aquella salida le daba más libertad a Robert de salir de su casa. Su madre no se atrevía a ponerle pegas a sus andadas; después de todo, no era una doncella de catorce años, sino un hombre que ya casi trabajaba.

Llegó hasta la posada donde iba a encontrarse con la joven, se sentó en una de las tantas mesas y comenzó a juguetear con un anillo que tenía, uno que su abuelo le había dado y él no tuvo más remedio que aceptar. Levantó la mirada cuando se sentaron frente a él y sonrió al ver a la muchacha de rodete rubio, mirando a todos lados, como si alguien la estuviera persiguiendo.

—Oh, Robert —musitó y sujetó sus manos, acariciándolas con suavidad—. Ay, fue tan difícil salir de mi hogar. Si usted supiera cuánta ansiedad tenía por salir rápido, lamento muchísimo la tardanza.

En un gesto para mostrar interés, Robert apretó sus manos y las alzó hasta su rostro, para depositar un suave beso en estas. Logró que la joven llamada Lane adquiera una tonalidad rosácea en sus suaves pómulos.

No tardaron demasiado en copular.

Lane Stevenson era una muchacha muy fácil de engatusar, por lo que antes del atardecer estaban ambos enredados entre las mantas de la habitación de Robert. Ella estaba tan dormida que no reaccionó en el momento preciso, puesto que el cuchillo atravesó su pecho, las sábanas rojas quedaron manchadas, pero Robert las quemaría después.

Le depositó un beso en la mejilla y acarició su cabello, luego alzó su cuerpo y lo dejó en el suelo, comenzó a hacer lo de siempre, con rigurosidad tanteaba su cuerpo, Lo hacía sin prisa, sin temor, su familia era ruidosa al momento de arribar a la casa.Nadie se enteró de que estaba desmembrando a la jovencita, nadie se enteró de que la carne almacenada era de ella.

Luego de eso, le dio las sobras a los perros de la calle. ¿Por qué no ocultar el acto aparentemente malo con uno bueno? De todos modos, no era como si los perros pudieran reconocerlo, tan solo rememoraban su olor cuando él llegaba. Siempre le daba carne a los caninos. Robert se dio cuenta de algo tras realizar todo aquello.

No podía haberse sentido más vivo.


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