Unum

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Robert Gallagher y su aversión a las historias.

Robert no tenía deseos de escuchar a su abuelo comenzar a contar esas extrañas historias llenas de sangre.

Claro, comprendía perfectamente que su abuelo hubiese pasado desgracias y más cosas. Pero era muy molesto cuando le daba por sentarse junto a la luz de las velas a contarles a él y a su hermana; Katheryn, sus leyendas sin sentido de viejo delirante.

El abuelo Gallagher, era sin duda, un viejo especial.

—Katheryn, Robert. ¿Quieren escuchar una historia? —preguntó, como siempre hacía. No podía negarse, no tenía corazón para hacer aquello.

Katheryn asintió efusivamente, pero sin poder hablar. Puesto que su hermana seis años menor era una jovencita sin la capacidad del habla, un hecho que lo había extrañado. Robert pensó que si la niña de diez años pudiera hablar, tendrían que indicarle que cerrase la boca.

—Bien —el viejo hombre se acomodó un poco en su silla de madera y tosió—. Pónganse cómodos, hoy viene una historia... un tanto diferente.

Katheryn comenzó a prestar total atención a las palabras que empezaba a decir su abuelo. Robert, sin embargo, se mantuvo irremediablemente indiferente ante el nuevo cuento que su abuelo de setenta años había elegido para contarles durante esa noche de lluvia. Donde tenían frío y Robert sólo tenía deseos de verse a escondidas con su amante de cabellos rojizos.

Al menos, hasta que la palabra "canibalismo" salió a colación en el tema del cuento. Rob se preocupó un momento, ¿cómo aquel hombre podía estar hablando de tal atrocidad delante de una inocente jovencita de tan sólo diez años de edad? Se lo encontraba total y completamente inaceptable.

—Se dice, que en aquella gran cueva, vivían caníbales —el viejo hizo una mueca que se suponía que debía ser terrorífica—. ¡Tan horribles! ¡Unos bárbaros que se alimentaban sólo del hombre! Los viajeros desaparecían y nadie sabía más de ellos.

De forma inexorable a Rob comenzó a interesarle un poco aquel extraño tema para una leyenda, podría incluir en sus escritos algo inspirado en ello. Sonaba inmoral y aterrador, algo que sin duda podría mostrarle a su amada pareja sentimental y reservarlo para él mismo.

Se acomodó más junto a Katheryn, quien acostó la cabeza de su hombro derecho comenzando a escuchar a su abuelo. El viejo continuaba con su extraña (pero llamativa) fábula acerca de caníbales en las extensiones rocosas de Galloway.

—Era una familia de 48 personas. Todo comenzó cuando Sawney Beane encontró esa cueva junto a su esposa —continuó diciendo, después de resaltar las calamidades que hicieron esos caníbales—. ¡Cometían viles actos incestuosos! Puesto que, al tener hijos, comenzaban a tener relaciones con ellos. Se dice que Sawney y su esposa tenían relaciones con sus propios hijos. En esa cueva, había todo tipo de lazos de sangre.

Robert frunció el ceño mientras su abuelo continuaba hablando, con un brazo alrededor de los hombros de Katheryn. Ella hacía constantes gestos de sorpresa ante las palabras que musitaba su anciano abuelo.

Se inclinó un poco hacia delante y su el abuelo Gallagher sonrió al notar el interés que comenzaba a mostrar su nieto mayor hacia la historia que les estaba contando. Sus gestos lo delataban (aunque no le gustase, su rostro era algo transparente en ese ámbito) ante las palabras que salían de su boca.

—Padre ¿le está contando cosas extrañas a los niños de nuevo? —Una mujer de rulos rubios se acercó y sonrió con cierto cansancio—. Vamos, padre, es hora de dormir. Ya es algo tarde y usted sabe que Katheryn amanece de malhumor al dormir poco.

Un trueno resonó en toda la estancia y Katheryn dio un brinco en su lugar, algo asustadiza por la luz. Robert se puso de pie a cerrar las ventanas de madera para que el agua no penetrara en su vivienda, las velas parecían querer apagarse. Lo que él menos deseaba era que las velas se apagasen, puesto que aunque no quisiera admitirlo, le daba cierto pavor estar a oscuras tras aquella historia que había contado su abuelo.

Fue a sus aposentos, arrastrando los pies. Al arribar en su habitación encendió tres velas y las dejó en puntos estratégicos de esta, para no tener tanto temor. Su hermana menor debía de estar pasándolo peor.

Dio un respingo cuando el trueno volvió a resonar, y no pudo evitar mirar hacia atrás. Respiró hondo, sintiéndose tal vez demasiado paranoico. Comenzó a retirarse sus ropajes para meterse sin ningún tipo de prenda entre las mantas de su acogedora y segura cama.

Comenzó a pensar en su amante, para intentar calmarse. Pensó en sus pecas, en su cabello, en su suave voz y en su forma tan agraciada de caminar. Todo esto mirando con concentración el techo bajo de su cuarto, disfrutando un momento de su soledad.

Hasta que la pregunta lo azotó como si fuera un ventarrón, que incluso lo hizo hundirse más en el colchón. ¿Qué se sentiría ser comido por alguien?

Intentó no pensar en ello, pero fue imposible. Pensando en si se sentiría bien, si se sentiría extraño. Si sería tan doloroso como se plantea. ¿Se sentiría placentero el hecho de ser devorado por alguien? ¿Tendría algo sexual de por medio? Soltó un pesado suspiro en un vano y realmente mal intento de apartar aquellos pensamientos tan extraños.

No tenía que haber escuchado a su abuelo, puesto que la pregunta rondaba como una mosca entre sus pensamientos, no se sentía capaz de conciliar el sueño.

Un escalofrío le recorrió cuando otro trueno irrumpió sus pensamientos y cerró los ojos, decidido a dormirse. Intentó calmar su respiración hasta un ritmo más tranquilo, puesto que se había exaltado. Hizo el esfuerzo por poder caer en brazos de Hypnos, juró que lo intentó.

Pero la sensación de que su amante de pecas como una noche estrellada, piel pálida como la luna y sus cabellos largos y rojizos estaba encima de él, mordisqueando su cuerpo y causándole cierta sensación placentera no lo dejó conciliar el sueño. Pues, comenzó que sentir un extraño hormigueo en todo su cuerpo. Un hormigueo que le resultó de lo más bochornoso.


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