Capítulo VI

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A la mañana siguiente Lord Richmond despertó bastante adolorido. Tanteó con sus manos su vendaje y descubrió que estaba levemente húmedo.
Torció el cuello lo más que le permitía su postura y constató algo preocupado que su vendaje de un blanco impoluto, había pasado a un oscuro y pegajoso carmesí.

El Duque hizo acopio de toda su fuerza mental y, con un dolor punzante que le recorría por todo el cuerpo, estiró lo más que pudo su brazo para llegar hasta donde estaba la diminuta campanilla que le permitía llamar al mayordomo, a una criada o a cualquiera que pudiera ayudarlo. Cuando logro por fin obtener el pequeño objeto, respirando entrecortadamente ahogó un gruñido de dolor entre toda esa inmensa maraña de sufrimiento y confusión.

Con una desesperación agonizante, y con la frente perlada por el sudor, torpemente golpeteó la campanilla contra su cama, emitiendo un sonido tintineante ahogado entre la mullida frazada.

Por gracia divina, justo frente a su habitación, Joseph Orwell se encontraba caminando tranquilamente en el pasillo para dirigirse hasta el cuarto al que actualmente se encontraba confinado, ya que su amigo se encontraba en ese crítico estado y la habitación en la que estaba era la mejor de toda la gran residencia.

Joseph dudó al oír el primer tintineo, pero una vez que logró nuevamente escuchar con claridad ese sonido desesperante, no titubeó más e ingresó realmente preocupado. Su gran amigos, su hermano de la vida, se encontraba en un estado deplorable.

—Fitzgerald —balbuceó sin saber muy bien que hacer. Miró hacia los lados tratando de buscar una respuesta—, llamaré al doctor, urgentemente.

—Dile..., dile que creo que..., que se me abrió la herida.

—De acuerdo.

Asintió torpemente y con pasos largos y rápidos abrió la puerta para salir en busca de ayuda. Antes de cruzar el umbral giró un instante para observar a su queridísimo amigo.

Toda la tranquilidad que acompañaba esa mañana fue interrumpida por gritos graves que hicieron que Elise pegara un salto sobre la silla y casi dejara caer la taza de té. Todos los presentes giraron en dirección hacia la puerta, y Elise con algo de confusión entornó los ojos en dirección al Lord que en esos momentos de un puertazo había ingresado al magnífico salón. Este se encontraba fuera de sí y comenzó a dar órdenes en voz muy alta de una manera verdaderamente brusca.

—¡Lawrence, que preparen mi caballo!

El mayordomo salió disparado en dirección a la caballería. Elise observó la escena con cierto temor en la mirada.

—¡Por nuestro señor, Joseph! —le interrumpió su hermano—, ¿Qué es lo que sucede?

—Iré a la ciudad, es urgente.

Giró hacia la derecha y con paso firme desapareció en la misma dirección que el mayordomo.
Los presentes consternados, cruzaron miradas entre sí no logrando comprender que había sucedido. Elise ni bien puedo volver a repetir las palabras del conde en su cabeza y comprender la gravedad de lo que había sucedido y sólo ella sabía, abrió los ojos asustada y con un leve temblor en todo el cuerpos dejó caer con descuido sobre la mesa el utensilio que sostenía con fuerza.

Olvidándose de todo, con un escalofrío que le recorría entera, se colocó de pie sin mediar palabra y sin dar escusa o despedirse salió corriendo desesperada en dirección a su habitación.

Nunca le había parecido más enorme esa residencia, el pasillo que separaba la sala con las habitaciones nunca le había parecido más largo y tedioso. La suave tela de su vestido se cruzaba entre sus piernas haciendo su carrera más burda, pero eso no sería suficiente, no para detenerla, no después de su terrible y descuidado error.

Ingreso a la habitación de manera desmañada, con la respiración entrecortada y su peinado totalmente desarreglado, varios mechones sueltos pegados en su frente por la carrera. Tomó una gran bocanada de aire y se aicercó al Duque, que yacía en una situación deplorable y que apenas entrecerraba los ojos para observarla rozando lo agonizante.

—¡Oh, por mi Dios bendito!

Se abalanzó los últimos centímetros que lo separaban de la cama del Lord. Con una mirada que se podía sentir como una sutil caricia, tomó las mantas que lo cubrían y con nerviosismo las bajó hasta su cintura.

Con horror descubrió el vendaje teñido casi por completo de un carmesí oscuro. Por unos instantes quedó petrificada ante tal situación y cuando pudo reaccionar no hizo más que mirarlo a los ojos con ternura, trantando de transmitirle un poco de tranquilidad, una que ella no sentía, pero que era necesaria para él. Buscó rápidamente una tijera, o algo que la ayudara a sacar ese vendaje, Elise casi estaba segura que se le había infectado. Abrió el pequeño cajón de la mesa de noche y extrajo de ella una daga, con rapidez y una destreza que sorprendió a Lord Ravencroft.

La herida estaba roja e inflamado, cubierta de sangre seca y por un pequeño hueco seguía emanado un líquido espeso.

—Cuando mi madre enfermó —le musitó mientras hacia a un lado el antiguo vendaje —Para pagar los costos me ofrecí voluntaria en el hospital que comandaba el médico de mi madre, fueron quince meses en los cuales adquirí bastante experiencia.

Por el rabillo del ojo descubrió que no estaban solos, los tres comensales que habían presenciado su reacción se encontraban viéndola extrañados.

—Se le abrió la herida —anunció para sus espectadores—, necesitaré un cuenco con agua y un paño esterilizado.

Cánteme, EliseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora