Capítulo 2.

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Apoyando el último tomate en el cubo a rebosar, comienzo a notar una suave llovizna cayendo cobre mi pelo. Me levanto y suspiro, agradecida de que haya terminado el trabajo a tiempo para no tener que hacerlo lloviendo. Al llegar junto al descampado, ahora vacío, apoyo los cubos junto al compartimento con mi nombre y me sacudo la tierra de las manos, dirigiéndome a mi cuarto para darme una ducha. Lo encuentro igual que lo dejé, con la colcha perfectamente extendida y la puerta del baño entreabierta para que el aire de ambas estancias se intercambie. Me desvisto y dejo el sucio mono en la cama, desesperada al pensar que tras haberme duchado tendré que volver a ponérmelo. Solo lavamos los uniformes al final del día, cuando nos permiten cambiarlos por un pijama gris y podemos meter el mono entre agua fría y dejarlo a secar en la ventana. Y si al día siguiente te lo encuentras aún mojado, mala suerte. 

Al cerrar el grifo de la ducha, me envuelvo en una toalla azul oscuro mientras mis dientes aún castañean y mis manos aún tiemblan por la baja temperatura del agua. Una vez que vuelvo a entrar en calor, me enfundo el uniforme y me suelto el pelo, dejando que caiga por mi espalda y recogiéndomelo tras las orejas. Bajo las escaleras para llegar al comedor. Cuando cruzo el umbral de la puerta, me encuentro con compañía en la mesa que normalmente solo ocupo yo. Una chica pelirroja y con la cara surcada de pecas golpea sus dedos contra la madera, provocando sonidos cortos y rápidos que solo podrían hacer unos dedos ágiles. Me acerco a ella y entrecierro los ojos, formulándole la pregunta que no me atrevo a pronunciar; "¿qué haces aquí?" 

-Oh -exclama cuando entiende lo que quiero decir-. Simplemente llegué nueva hoy y me encontré esta mesa vacía, así que pensé que podría librarme de hablar con nadie y disfrutar de una comida sola. Pero no me malinterpretes, no te estoy pidiendo que te vayas. 

-Qué bien, no me estás echando -digo mientras apoyo la bandeja en la mesa y me siento en el banco frente a la misteriosa chica, esbozando una sonrisa amable-. Pero no me malinterpretes, no te estoy diciendo que has sido grosera. 

Ella me mira con mala cara y levanta las cejas, a la vez que toma el primer bocado del pescado que nos han puesto hoy. Yo también lo pruebo, y tengo que reprimir una mueca de asco. Creo que sería imposible hacer una comida con peor sabor que esta. 

-Está rico, ¿eh? -bromeo. La chica pelirroja deja escapar una risita y se tapa la boca con las manos. Suspiro-. Creo que deberíamos empezar de nuevo. Me llamo Grace, encantada. 

-Alice -responde ella-. ¿Puedo preguntarte cuánto tiempo llevas aquí? 

-Cinco años. Aunque parecen veinte. 

-Te entiendo. Apenas llevo aquí un día y ya tengo ganas de tirarme de los pelos. Es horrible. No sé cómo la gente puede vivir así. 

-Shh -digo, mirando hacia la esquina superior de la sala, donde una pequeña, casi invisible, cámara nos vigila a todos con los ojos bien abiertos-. Es mejor que te guardes las opiniones para ti misma. Podrían castigarte. 

Alice asiente y continúa comiendo, dando la conversación por finalizada. No puedo evitar preguntarme si vendrá del mismo centro que el chico que conocí esta tarde, aunque me callo. Aunque así fuera, seguramente ni sabe quién es. Los centros tienen una capacidad de dos mil personas. 

Cuando suena la campana que indica que es hora de irse a dormir, nos despedimos con una sonrisa y nos marchamos a diferentes plantas, dispuestas a descansar para el día siguiente. Cuando llego al rellano del piso tres, siento una mano descansar sobre mi hombro. Una mano enorme. Mi hombro parece un tobillo en comparación. Me giro y me encuentro con el mismo chico de hace unas horas. Sus ojos castaños ahora están entrecerrados por la media sonrisa que esboza en su rostro. 

-Hola -saluda-.

-Hola. 

-Siento no haberte acompañado en la comida. Me reclamaban en otra mesa -dice dirigiendo su mirada a un grupo de chicas que hablan entre sí y se sonrojan mirando hacia él-. 

-No hace falta que me acompañes. Estoy perfectamente sola -respondo, esbozando la misma media sonrisa que él-. Ah, no. No estoy sola. Ahora sí que no me haces falta -me mira, sonriendo aún más-. ¿Quieres parar de sonreír? Esto parece un concurso. 

-Está bien -exclama riendo-. Por cierto, aún no sé tu nombre. 

-Ni yo el tuyo. 

Subo corriendo los escalones que faltan y entro en mi habitación, cerrando la puerta tras de mí. Aún se oyen algunas voces en el pasillo pero, por lo demás, todo está en silencio. Me quito el mono y me pongo el pijama. Tras meter el uniforme entre agua y ponerlo a secar, me tumbo en la cama y cubro mi cuerpo con el fino edredón, cerrando los ojos de cansancio y quedándome dormida al instante. 

Maldición (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora