La perra huele los arbustos del jardín del borde de la acera y se agacha para orinar en la tierra mientras mira fijamente a su compañera. Olivia baja la mirada para cruzarla con la de la perra. No se oye nada. Es 19 de noviembre de 2015 y todo está en calma. El invierno se toma su tiempo para traer el frío consigo, y únicamente los árboles parecen sufrir las consecuencias de la estación. Se alzan por todo el parque desnudos, con las ramas pálidas y oscuras retorcidas hacia el cielo buscando luz, no hay ni una sola nube. Son las tres de la tarde y, sin embargo, el sol ya se está poniendo por detrás de los edificios del oeste. El parque está encerrado por cuatro edificios alargados que forman un cuadrado; cientos de terrazas espaciosas, algunas cerradas, otras abiertas, cubren las fachadas. No obstante, rara vez son disfrutadas en esta época del año. Nadie las mira. Hace frío, pero Olivia puede respirar sin que su aliento se condense frente a ella en una pequeña nube blanquecina. La chaqueta corta es suficiente abrigo y lleva un gorro únicamente para ocultar el pelo sucio. La perra deja de mirarla y sigue caminando en busca de más estímulos olfativos y de un buen lugar donde volver a orinar para que otros perros puedan advertir su presencia.
El viento arrastra las hojas secas por los adoquines de la plaza central del parque. Allí la fuente está apagada y es un simple estanque. Olivia se gira hacia el origen del sonido en busca de las hojas, mira a través de los troncos de los árboles y entrecierra los ojos para evitar que la luz la ciegue, pero al final los cierra y aparta la vista. Coloca su mano a modo de visera y vuelve a mirar. Un pitido tenue empieza a romper el silencio y Olivia se mete un dedo en el oído izquierdo, pero el sonido no para. A modo de respuesta, comienza a incrementar su intensidad. Ella aprieta los ojos con fuerza con la esperanza de que pare, pero el pitido sigue incrementándose e incrementándose. Olivia se lleva una mano a la cabeza y se agarra el pelo.
Un perro ladra en la distancia. El pitido para.
La perra, que se encuentra unos metros por delante en la acera, gira la cabeza y la mira. Olivia abre los ojos y le devuelve la mirada.
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Abre uno de los armarios de la cocina, el de la izquierda, el que está pegado a la puerta, y saca la caja de cereales. La agita para comprobar si contiene suficientes para prepararse un bol, pero no es el caso. La deja en la encimera y cierra la puerta del armario. Abre más puertas, más cajones, busca algo que comer pero todo está vacío. Debería salir a hacer la compra, pero tal vez se agote demasiado. Mira la lata de medio metro en la que guarda la comida de la perra, la abre y ve que está al 5% de su capacidad. Decide que es hora de ir al supermercado. Ignora el pitido de sus oídos; aún es leve.
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Olivia camina entre los pasillos despacio. Se toma su tiempo para seleccionar los artículos con los que sobrevivirá el próximo mes, dejando resbalar la mirada por las estanterías. La comida de la perra es lo primero que ha cogido, y se encuentra en la parte más baja de la cesta de la compra. En la sección de droguería coge dos paquetes de pasta de dientes, dos botes de champú y uno grande de gel. Coge también una caja de tampones, los sostiene en la mano y después los deja caer en la cesta. Saca un par de paquetes de cereales del fondo de ésta y los coloca sobre los tampones.
El pitido se vuelve más agudo. Lo ignora. Se golpea la sien izquierda con la palma de la mano suavemente, asegurándose de que nadie la ve.
En la sección de carnicería selecciona varias bandejas de filetes de pollo y de lomo de cerdo. En la pescadería hace lo propio con rodajas de salmón y lomos de merluza, y en los congelados se hace con alguna que otra caja de pasta y arroz para cocinar en sartén.
El pitido se hace más fuerte. Lo ignora. Aprieta los ojos.
Se cruza con una vecina en un pasillo y agacha la cabeza al tiempo que ésta sonríe y, presumiblemente, musita un saludo. Olivia no puede oírla, pero asiente ligeramente. Alicia, la hija de la señora, la saluda efusivamente con la mano. Se conocen bien. Olivia ha cuidado de Alicia desde que la niña se destetó y le tiene un afecto especial, de modo que invierte todas sus energías en dedicarle una sonrisa.
El pitido ahoga cualquier otro sonido.
En la caja pide dos bolsas, esforzándose por que su voz suene baja. Como no puede oírse no puede saber si en realidad está gritando. La cajera la ayuda a meter todos los artículos en las bolsas, cuidadosamente colocados, y le indica el precio de su compra. Olivia no la oye, pero mira furtivamente el panel de la caja. Cuarenta y tres euros con cincuenta y dos céntimos. Le entrega a la chica un billete de cincuenta.
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Olivia se despierta en su casa, en el sofá, jadeando y cubierta en sudor. Está sentada, pero todo le da vueltas alrededor, como si estuviera ebria. No recuerda haber bebido. No recuerda nada. Respira trabajosamente y se siente pegajosa, imagina, por el sudor. Se incorpora más y apoya las manos en el asiento, a ambos lados de su cuerpo, para mantener el equilibrio y no volver a caerse hacia atrás. Ve a su perra tumbada de lado debajo de la mesa, pero sólo puede verle hasta la tripa. La perra está inmóvil. De repente las palmas de sus manos empiezan a palpitarle y el pitido vuelve a sus oídos y le dan ganas de llorar. Nota en sus manos la sensación de presión, de apretar con todas sus fuerzas, el tacto de un cuello entre sus dedos, y se imagina lo peor.
Incapaz de moverse, reacia a creer que ha podido matar a la criatura que da sentido a su vida, trata de llamarla por su nombre. Al principio sólo le sale un hilo de voz, pero tras aclararse la garganta consigue alzar el tono lo suficiente para que la perra pueda oírla. pero no se inmuta. La llama de nuevo sin obtener mejor fortuna. Nota el vello de la nuca erizarse y el sudor frío en su frente al tiempo que su ritmo cardíaco se incrementa. El pitido la marea. Llama de nuevo, consigue alargar el brazo y le agarra una pata a la perra. El animal se despierta, sobresaltada, y se arrastra aún somnolienta hasta salir de debajo de la mesa y mirar a su compañera con gesto confuso. Una lágrima que se resistía a caer, al fin, se desborda provocada por el sentimiento de alegría y alivio que invaden el pecho de Olivia, quien sonríe y acaricia a la perra detrás de las orejas mientras ésta le lame la muñeca aún confusa.
Olivia se levanta y se dirige al baño para lavarse la cara y secarse el sudor. Aún se siente agitada y es incapaz de recordar nada. Nota cómo el pitido, que en el último minuto se había reducido y se había mezclado con el resto de sus pensamientos, vuelve a aumentar de forma brusca y acalla cualquier otro ruido. Aprieta los ojos y da algunos pasos aferrada al brazo del sofá, hasta que de repente y de forma igual de súbita, el sonido cesa.
Alguien golpea la puerta de la casa con los nudillos. Olivia abre los ojos y levanta la vista hacia la entrada, da otro paso más, pero tropieza con algo. Baja la vista. La perra lame la cara amoratada de Alicia, que yace en el suelo del salón, detrás del sofá, con los ojos rojos y el cuello lleno de hematomas.
El pitido se incrementa.
Alguien vuelve a golpear la puerta con los nudillos.
Punto y a parte.
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Cuando pasan cosas malas
Horror❝ Tres historias cortas para soñar con cosas feas ❞ - estado : completado 🪴 - editado el: 26 abr '20