Víctor. III

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{4 DE JULIO}

— ¡Vamos, Víctor! No volveremos hasta diciembre, y entonces me dirás que el agua está demasiado fría. 

Fiona intentaba darme lástima, pero su mueca de pena se transformaba en una sonrisa de inmediato. La observé desde la orilla del lago, estirándome todo lo que podía para rascarme las espalda. La brisa suave acariciaba toda mi piel y me hacía cosquillas.

— ¡Es que no sé qué puede haber en el fondo!

— Tiburones seguro que no— dijo, antes de soltar una carcajada. 

Observé su pelo oscuro, esos mechones blancos que le cubrían todo el flequillo y el lado izquierdo al completo.

 — ¿Si algo intenta ahogarme me salvarás? — supliqué. 

 — Por supuesto. Puedes confiarme tu vida.

Como si de un impulso repentino se tratara, corrí para unirme a ella. Antes, coloqué con cuidado las gafas sobre mi ropa amontonada en la arena. Chapoteé al entrar en el agua y salpiqué deliberadamente a Fiona. Ella no paraba de gritar y reír. Compartimos caricias, besos y mordiscos. Recorrí cada palmo de su piel con mis manos.

— Empiezo a tener frío — comenté al tiempo. — Espérame aquí, que voy a por la ropa de los dos.

— Vale. 

Me giré y salí del agua todo lo rápido que pude. Tenía las piernas y los brazos dormidos del frío. Al fin y al cabo, era de noche y la temperatura del agua se había enfriado considerablemente sin el calor del sol de la tarde. Me vestí a toda prisa con los pantalones cortos y la sudadera y busqué con la mirada a Fiona, sin éxito. Alcancé las gafas y me las puse, y volví a dirigir la vista hacia el lago. Fiona no estaba.

— ¿Fiona? — llamé. — ¿Dónde andas?

Al acercarme más, localicé su cuerpo flotando boca abajo en el agua, siendo arrastrado hacia la orilla por el leve oleaje. El terror me paralizó.

Mientras los de emergencias metían su cuerpo en el saco del forense, reuní fuerzas para acercarme entre sollozos y ver sus ojos cristalinos una vez más.

Cuando pasan cosas malasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora