Capitulo 11 "La Dama de Hierro"

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CAPITULO 11


—Buenos días, dormilona.
Victoria se despertó, levantó la cabeza y gimió. Después se dio la vuelta y escondió la cabeza bajo la almohada.
—Pero si es medianoche —protestó con voz ronca.
—Son las nueve —le informó Esteban divertido—. Te he traído el desayuno a la cama, después nos vamos al monte de excursión.
No estaba segura de qué era lo que más la sorprendía, si el desayuno en la cama o la excursión, se dijo mientras apartaba la almohada y se giraba a mirarlo.
—¿Te has vuelto loco?
Era cierto que ya era primavera, pero todavía hacia frío. Y más frío aún haría en la montaña.
El colchón se hundió bajo el peso de Esteban. El aroma del café recién hecho inundó sus sentidos. También había tostadas y zumo de naranja.
Ella se incorporó y se puso la almohada en la espalda.
—¿Qué quieres? —preguntó, después de darle un sorbo largo al zumo.
Él extendió las piernas sobre la cama, la imitó con la almohada y empezó a saborear su plato de huevos con tocino.

—¿Acaso no puedo preparar el desayuno y servírselo a mi mujer en la cama solo por amabilidad?
Él ya se había duchado y vestido.
Victoria lo miró acusadora por tener un aspecto tan fresco y tan vital a aquella hora de la mañana. Ella tenía el pelo alborotado, estaba desnuda y necesitaba, como mínimo, otra hora de sueño.
—No —respondió ella con convicción.
—Que yo recuerde, te he traído el desayuno a la cama en varias ocasiones.
—Sí, pero antes lo que pretendías era que me quedara en la cama, no que me levantara.
—He pensado que podíamos hacer una excursión, escaparnos de la ciudad, en vista del día tan importante de mañana.
Ella acabó su zumo y empezó a untar una tostada con mantequilla. ¿Sería posible mantener una relación de camaradería antes del juicio? ¿Podría dejar a un lado la animadversión y, sobre todo, olvidarse de Ana Rosa por un día?
—Sin teléfonos, ni interrupciones —continuó él.
—Los dos tenemos teléfono móvil —le recordó ella con cinismo.
—Los apagaremos.
—Hará frío en las montañas.

—Si prefieres que nos quedemos en la cama puedes intentar convencerme.
—Una excursión es una buena idea —dijo ella con rapidez y él dejó escapar una risita.
La verdad era que tenía otras alternativas, pero ninguna le apetecía tanto.
Además, pasar todo un día juntos podía ayudarlos a ver su relación desde otra perspectiva.
¿Qué perspectiva?, se preguntó mientras se daba una ducha.
Solo habían pasado un mes desde que se mudó y ya compartían la misma habitación y la misma cama. ¿Qué decía aquello de ella? ¿Que era débil y vulnerable? ¿O que estaba disfrutando de los buenos momentos de su relación?
Nada de eso era verdad, se respondió mientras se ponía unos vaqueros y unas zapatillas.
Había una parte de ella que quería bloquear el torbellino que la reaparición de Ana Rosa había causado. Desde luego, la mujer había sido de lo más oportuna. ¿Lo habría hecho a propósito para destruir cualquier oportunidad que pudiera conducir hacia una reconciliación verdadera?
¿Era ese su propósito? Dios santo, ¿tan desesperada estaría?
Victoria no quería seguir pensando en ella por lo que agarró un jersey y bajó las escaleras. Tenía toda la intención de disfrutar del día sin pensar en nada ni censurarse por nada.
Esteban la llevó por la autopista hacia la salida de la ciudad. Pararon en uno de los pueblos del camino y compraron bocadillos, fruta, agua y siguieron su camino a través de valles. Cuando llegaron a un desvío que conducía a una cascada pintoresca, decidieron tomarlo para parar a comer.
Esteban sacó una manta del coche y la extendió sobre la hierba. Se sentaron allí y comenzaron a comer en silencio.
Hacía frío, mucho más frío que en New York. La paz y la tranquilidad que se respiraban en aquel lugar eran un verdadero contraste. Casi se podía oír el silencio más allá del ruido de la cascada.
La soledad era completa y la belleza del lugar la invadía.
Victoria acabó su bocadillo y tomó una manzana.
—Gracias —dijo con tranquilidad.
—¿Por traerte aquí?
—Sí.
Podía sentir que la tensión de las últimas semanas comenzaba a disminuir y un sentimiento de paz la inundaba. La ciudad parecía esta muy lejos, igual que el estrés de cada día, las llamadas de Enrique... Ana Rosa. Incluso la confrontación con Esteban parecía haber desaparecido.
Esteban cerró la botella de agua y se estiró. Sus vaqueros moldeaban sus muslos a la perfección. Llevaba un jersey de lana gorda que acentuaba la anchura de sus hombros y la musculatura de su torso.
Victoria se acabó la manzana que estaba comiendo y se puso de pie.
—No hay prisa —le dijo Esteban, volviendo a sentarla a su lado—. Descansa un rato.
Estaba cansada, quizás, si cerraba los ojos durante media hora...
—Es la hora de marcharnos. Va a empezar a llover.
Victoria abrió los ojos y miró al cielo plomizo.
—¿Qué hora es?
Era mucho más tarde de lo que se había imaginado. ¡Había dormido más de una hora!
Tan pronto como se montaron en el coche, la lluvia comenzó a caer sobre el parabrisas y el follaje verde adquirió un brillo verde azulado. Cuando llegaron al valle, después de atravesar las montañas, la lluvia había cesado y había sido sustituida por un sol radiante.
Por algún motivo a Victoria no le apetecía que el día se acabara.
—¿Te apetece dar un paseo y tomar una pizza? —le preguntó Esteban cuando se acercaban a la ciudad.
—Muy bien —aceptó ella con una sonrisa.
Pasaron un rato agradable paseando por las calles. Después, entraron en un restaurante italiano donde tomaron la mejor pizza que jamás habían probado acompañada de vino y seguida de un café solo.
Cuando volvieron a casa, fueron directos al piso de arriba. De mutuo acuerdo, decidieron compartir la ducha. Luego Esteban la tomó en brazos y la llevó a la cama.
Una risa escapó de sus labios cuando ella se subió encima.
Esa noche era para él, para darle placer.
Su piel sabía a jabón y almizcle masculino, pensó Victoria mientras saboreaba su cuerpo. Empezó por la boca, después, descendió por el cuello hasta el pecho. Allí se detuvo a mordisquearle los pezones antes de continuar hacia abajo... Cuando llegó a la parte más vulnerable de su anatomía, lo atormentó con sus labios, trazando toda su longitud con la punta de la lengua, depositando una estela de besos desde el nacimiento hasta la sensible punta.
El gruñido de Esteban la incitó a que se tomara más libertades y ella se embarcó en una caricia tan sensual que casi lo lleva a perder el control.
Después fue ella la que gritó cuando él le devolvió el placer, demorándose hasta que ella se volvió loca y le suplicó que la poseyera.
Mucho tiempo después, aún permanecían juntos, con las piernas entrelazadas, la cabeza de ella sobre su pecho y los labios de él ocultos en el pelo de ella.
Ya era casi mediodía cuando Victoria escuchó los mensajes del contestador. Gerardo le proponía que comieran juntos un día; Enrique le pedía que le devolviera la llamada urgentemente, seguida de una segunda llamada con el mismo tono; Harry le hablaba sobre unos muebles que había visto y que quería discutir con ella al día siguiente; finalmente, había otros dos menajes de unas amigas que querían quedar con ella.
Ella devolvió la llamada a todos y después se puso a trabajar. Distribuyendo, delegando, aplazando, todo con la diligencia que Robert tanto había respetado, el juicio seria al día siguiente y ya tenía todo su argumento preparado.
El día había sido maravilloso, la calma antes de la tormenta, mientras durara el juicio por mutuo acuerdo no vivirían juntos por las especulaciones de la prensa y evitar cualquier anulación del juicio por dolo. Esteban decidió que ella se quedara en la casa, sabía que si la dejaba ir existía la posibilidad que no quisiera regresar, Victoria era muy inteligente como abogada y tenía un excelente nivel de deducción, pero en cuanto tenía que aplicar sus talentos en él, su juicio se nublaba y no veía más allá de lo evidente.

Duelo de Poder. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora